14/05/2019
14/05/2019

El ímpetu autobiográfico de Sebastián Calfuqueo

 

Sebastian Calfuqueo tiene 27 años, es licenciado y magíster en Artes de la Universidad de Chile y con una esencia crítica ha montado más de 30 instalaciones, en las que cuestiona las construcciones occidentales de lo indígena y lo disidente, la masculinidad hegemónica, los problemas habitacionales, los modelos impuestos de homosexualidad, entre otras temáticas. Su trabajo le ha valido el reconocimiento en el plano nacional como el ganador del premio FAVA 2018.

La historia y el arte de Calfuqueo están marcados por el constante recordatorio de su origen por parte de sus pares y la persecución institucional durante su educación media. Mapuche, homosexual e hijo de feriantes, el trabajo de Calfuqueo cruza la raza, el género y la clase con el ímpetu de un discurso basado en su propia biografía.

“Para mis pares siempre fue problemático que yo fuera homosexual, amanerado y muy fuerte. Iba al colegio travestido, con maquillaje y pelo largo. El resto asediaba todo lo que no fuera masculino y todo lo que no fuera chileno; lo que pertenecía a los pueblos indígenas era terrible para toda la sociedad, no solamente para el colegio. No solo recibí discriminación de mis compañeros, sino que también desde el auxiliar hasta el director. Las personas en general se referían muy mal de la cultura mapuche. Está el constante estigma de que éramos flojos, borrachos: como otra categoría de humano”, admite.

Los abuelos paternos de Calfuqueo son de la comunidad mapuche de Carahue y Nueva Imperial, pero él creció en Santiago, como muchos mapuche cuyas familias migraron del campo a la ciudad escapando de la pobreza. El término «champurria» se utiliza para referirse al mestizaje cultural de personas que son mapuche pero que no tuvieron acceso completo a la cosmovisión, debido a las migraciones forzadas de los espacios rurales a los urbanos. Calfuqueo creció en Lo Prado, y se adaptó a una especie de doble vida, generando una perspectiva crítica con la influencia de la mezcla cultural de ser mitad mapuche y mitad chileno.

 

Foto: A imagen y semejanza 

 

¿Cómo es identificarse como mapuche sin pertenecer de lleno a la cultura?

Soy muy consciente de que a mí no me interesan las reivindicaciones raciales puristas. Me crié como mapuche en la ciudad, y desde temprana edad sabía que era mapuche porque me lo enunciaban en el colegio, en los espacios sociales y con mi familia lo dialogábamos. Cuando iba a las comunidades o estaba en los territorios más tradicionales siempre se me anunció como “el Champurriao”, que es una categoría que me interesa reivindicar. Es fundamental usar la Champurria cuando fuiste sociabilizado como mapuche pero no pudiste acceder completamente a la espiritualidad ni habitas en los territorios. Para mí lo Champurri no es lo mestizo, sino que una persona que está dentro de la comunidad pero que también está afuera y que tiene ese tránsito, ese cruce y esa forma de reactivación de la identidad.

Para Calfuqueo, hacer arte es una decisión política: es explorar las dimensiones de sociabilización de los sujetos en un contexto violento y de esa forma cuestionar los modelos sociales tradicionales. En el trabajo performático Alka Domo, el artista se refiere a la hazaña de Caupolicán, toqui (líder) mapuche elegido por su comunidad luego de completar el desafío de cargar por dos días un tronco en su espalda, como ejemplo de virilidad y heroísmo. Sebastián cargó un tronco hueco con tacos altos de los colores de la bandera LGBT en varios lugares emblemáticos de Santiago, repasando el término “hueco” que se utiliza en Chile de forma despectiva para referirse a las personas que están fuera de la heterosexualidad.

 

 

Aunque Sebastián lleva desde 2014 formulando su proyecto artístico, la atención mediática que ha recibido gira bajo el mismo enunciado: “el artista mapuche y homosexual”. Por un lado, Sebastián reconoce que estas etiquetas ayudaron a insertar su trabajo en los espacios de arte, pero a la vez, este acercamiento a su obra lo relega a categorías sociales que no representan la totalidad de su persona y su trabajo.

“Para mí es fundamental decir que yo no soy «artista homosexual y mapuche», porque eso reduce mi trabajo a una categoría de género y yo no quiero estar en una categoría de género todo el tiempo. A mí me interesa reivindicar políticamente la lucha mapuche, hacer trabajo en torno el extractivismo, a los archivos de violencia del estado de Chile al pueblo mapuche, en pensar como los cuerpos migrantes han entrado a Chile y así un sin fin de investigaciones. Tenemos que utilizar esas categorías para luego subvertirlas; eso es lo más interesante de las categorías, que llegan a cierto límite y después de que decidamos de no usarlas, probablemente vamos a poder estar mucho más liberados en torno a ser y a saber que limites tenemos para ser”, reconoce.

 

 

«Espacio ajeno» es una instalación hecha de tierra y ceniza, que nace del relato de un ciudadano peruano, José Rodríguez, residente en Chile hace 13 años, en el que describe el espacio habitacional donde llegó a dormir en sus primeros días en Santiago, hacinado en un habitáculo de 2 metros cuadrados compartido con otras tres personas más, dónde dormían, cocinaban e incluso comían en el mismo lugar y al mismo tiempo.

De esta misma forma podría titularse un episodio de 2011, cuando echaron a Sebastián de una toma en su liceo, el Barros Borgoño, «por maricón». Enfatiza que en la Universidad de Chile, institución donde continuó sus estudios, también hay muchos espacios que están dominados por el machismo y por personas que se apropian de discursos que no les corresponden, doblegando a los demás sujetos a desarrollarse en un espacio que les es ajeno. “Si pensamos en la constitución de las instituciones, siempre son hombres de situación económica alta, de nivel y capital cultural alto, y están haciendo clases. Son siempre estas personas hegemónicas que hablan por otros en la periferia”, reclama.

¿Qué opinas de la dominación masculina dentro de los espacios de discusión revolucionaria?

Soy muy crítico respecto a la izquierda hegemónica. En general, todos los partidos de izquierda tienen una hegemonía de clase. Estamos cuestionando los derechos sociales, pero no nos cuestionamos los problemas de clase. Ahí se presentan problemas muy fuertes, porque al fin y al cabo las minorías son instrumentalizadas por los movimientos de izquierda, donde no hablan personas migrantes, personas racializadas, ni mujeres pobres ni campesinas, sino que son otras las voces que están hablando por ellos, lo que genera una dinámica súper hegemónica y violenta contra esas personas. Esas dinámicas muy racistas y clasistas no han sido cuestionadas, de igual forma las homofóbicas y las de género.

¿En el contexto artístico actual pasa lo mismo?

En el arte en general hay una estructura y un pensamiento super elitista. Hay un mecanismo de hacer arte para las galerías, arte para decorarle las casas a las viejas cuicas. Es una dinámica de los artistas jóvenes con un pensamiento muy eurocéntrico. Los planteamientos en el arte están muy mirando hacia afuera y no hacia adentro, no tomando lo que pasa política y socialmente acá. Ahí hay un problema muy profundo de la institución y la academia que siempre aspira a una idea arribista de arte y no a representar problemas y hablar de la experiencia local. Entonces, si estas siempre pensando hacia otro lugar, hacia otro contexto y tu fin político es ser artista internacional, obvio que vas a hacer un arte que no le afecta a nadie.

«You will never be a weye» es un video performático que explora la figura del Machi Weye: hombres machis que transitaban entre lo femenino y lo masculino, y establecían el vínculo directo con los dioses. Estos fueron aniquilados por los españoles y borrados de la historia por razones religiosas y políticas, acusados de “pecados de sodomía”, e incluso hoy no son una figura muy conocida entre los mapuches. Esta performance busca reapropiarse de una identidad negada por la colonización, la religión, y el patriarcado.

Es muy interesante la figura del Machi Weye. ¿Qué otros elementos de la tradición mapuche prehispánica podrían aprender los chilenos?

Para mí es súper importante una responsabilidad política a pronunciarse sobre los problemas más urgentes que tiene el pueblo mapuche, que son los problemas territoriales o de la autonomía de las semillas. Hay muchos saberes que las comunidades indígenas han resguardado, y es muy importante hablar de las potencias políticas que tienen esos cambios de vida en lo comunitario y hacer una sociedad en conjunto. Si hay algo que nos afectó profundamente en la dictadura es la imposición de ese pensamiento individualista de que todo se hace en solitario. El organizarse política y comunitariamente con otros es la potencia más fuerte que tiene el pueblo mapuche, el cómo no pensarse antropocéntricamente como un humano y posible creador de todo, sino como un ser viviente más dentro de un espacio comunitario con la naturaleza, con otros espacios y con otros seres.

 

Con 18 piezas de cerámica engomada se presenta la figura de un pony de hule desinflándose progresivamente con las tonalidades de la bandera del orgullo LGBT. «Ni tan pride» es el trabajo que critica los modelos impuestos de homosexualidad, evidenciando el desinflado término de “igualdad” propuesto por las organizaciones. Sebastián se confiesa decepcionado por la manera en que la misma comunidad se categoriza y diferencia, por las formas en que se denigran las identidades femeninas, y el hecho de que las entidades políticas estén más preocupadas del matrimonio homosexual que de los transfemicidios o de los travesticidios.

“Siento que la comunidad LGBT no ha activado procesos dentro de su misma comunidad. Hablamos mucho de patriarcado hacia afuera, pero no nos miramos hacia adentro. La comunidad LGBT se interesa por tener una mirada hacia occidente, hacia lo blanco y el acceso económico. Los homosexuales están totalmente coartados por el capitalismo y son un ente funcional más de todo este sistema del cuerpo, de las normas sociales y de las categorías que son muy funcionales hacia el capitalismo, y de cómo la sociedad quiere que seamos: un sujeto de consumo”, señala.

La obra de Sebastián explora las construcciones creadas de lo mapuche desde una perspectiva feminista para hablar sobre su experiencia y formación como identidad disidente, y participa en el colectivo mapuche feminista Rangiñtulewfü desde el 2016, donde hacen activismo político desde Santiago.

“He construido mi trabajo con lo que me ha pasado política e identitariamente. No estoy hablando por otro y siempre estoy tratando de situarme en el lugar que me corresponde, y si es que me hace sentido vincular lo mapuche con el feminismo es porque creo que el feminismo tiene ese potencial de cuestionar estructuras que van más allá del género. Nosotros, en nuestros espacios como mapuche, también tenemos que cuestionar nuestra construcción desde la clase, nuestros lugares y nuestra posición frente a políticas del extractivismo y de las leyes que están aplicándose hoy al pueblo mapuche”, reconoce.

 

 

¿Cómo ha sido proclamarse como feminista cuando actualmente muchas feministas recalcan que un hombre no pude llamarse así mismo de esta manera?

Yo utilizo este término para no llamarme homosexual y caer en esa categoría. El feminismo tiene una potencia que es mucho más comunitaria, por la forma en que invita a otras reflexiones. El feminismo no puede solamente pensar una categoría hegemónica del género, sino que es una estructura necesaria para que cuestionemos todas las violencias que las mujeres reciben. Estoy totalmente de acuerdo con una lucha separatista en ese eje, pero no en un eje universal: nuestras batallas no son solamente contra el patriarcado, sino que también contra otras estructuras como el neoliberalismo y el colonialismo. Hay que dar cara a esos tres frentes, y si el feminismo se sigue solo cuestionando las problemáticas de género, vamos a quedarnos en el mismo problema inicial, que es que algunas mujeres tengan privilegios y otras no.

¿Hay algo que te mantenga ocupado ahora?

Me gustaría que hubiesen más mujeres artistas mapuche. Me aburre la estructura del hombre heterosexual hablando, porque toda la construcción del arte ha sido creada por hombres blancos heterosexuales y de alta clase. Me gustaría que hubiera un proyecto que pensara reunir a mujeres indígenas a hablar de cosas que no sean «mujer» y categoría indígena, sino que las saquen de su espacio. Es necesario que vengan más voces femeninas, sobre todo de mujeres mapuche y de transmapuche. Mis compañeras mujeres han tenido menos posibilidades que yo para poder mostrar su trabajo porque el sistema del arte es muy segregador. Hoy en día tienen más visibilidad los hombres mapuche que las mujeres. Eso es entrar en las dinámicas del patriarcado en el arte, y necesitamos una estructura que deje de pensar en estas codificaciones del género y entienda que el arte también es una posibilidad de explorar otros lugares.  Siento que eso nos falta como sociedad; el comenzar a comprender cómo son los cuerpos que son racializados y que también tienen conciencia sobre el género, ahí empezamos a entender que ni el género ni la raza ni clase son algo universal.

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