12/12/2019
12/12/2019

De Joanna para Pedro, de Lemebel para el mundo

Santiago, 2012. De pie en el escenario de la Feria Internacional del Libro, con gruesos lentes y vestido completamente de negro a excepción de un pañuelo rojo con el que cubra su garganta, Pedro Lemebel presenta su último libro “Háblame de amores”. Mira al público con gallardía, pero sus palabras suenan débiles. Apoyado por un micrófono, la audiencia escucha con dificultad su rasposa narración: “Cuando estaba en el quirófano, antes de perder la voz completamente, yo le dije a los doctores que estaban ahí mis últimas dos palabras con la voz que tenía: ‘¡Piñera conchetumadre!’”. La gente aplaude con fervor.

La voz de Pedro Lemebel comenzó a cambiar en 2011 producto de un cáncer a la laringe que le provocó la pérdida de la mayoría de sus cuerdas vocales. Su ánimo era inestable y estaba cada día más delgado. Sin embargo, eso no detuvo su implacable lengua, fiel a su estilo, que no dejó de brillar incluso cuando su vida se apagó.

Es esa misma luz la que Joanna Reposi Garibaldi  retrató en el documental “Lemebel”. De ojos vivaces y pelo ondulado, igual de enérgico que su personalidad, la directora de 48 años cuenta que conoció a Pedro en mayor profundidad el 2007. Después de eso fueron 12 años de idas y venidas, de grabaciones, sueños, deseos y frustraciones. “En muchas oportunidades pensé que la película no se haría”, reconoce con sinceridad.

 

 

La relación entre ambos siempre fue compleja, no por ello mala. Ambos de una franqueza determinada y con la fuerza de defender sus ideas, fueron capaces de encontrarse para hablar de amor y desamor, de proyectos y memoria. De una película donde Lemebel fuese el único protagonista, y donde Joanna retratara la historia que tanto le apasionó.

Conversar con Joanna Reposi es presenciar un torbellino de ideas. Desborda carisma y en cada frase pone el acento en las experiencias y buenos recuerdos. Reconoce que desde el éxito del film se encuentra “arriba de la pelota”. Jamás pensó que algo así pudiese ocurrir, pero la sorpresa fue aún más grande en la industria. Con más de 11 mil espectadores en tres semanas, se convirtió en el documental chileno más visto del año. En cada sala donde hubo una función, no solo se llenaron los asientos, sino que gente quedó afuera. En un contexto donde las cifras señalan con preocupación la baja asistencia a los cines del país, que un documental sobre una marica de prosa incisiva y cuerpo combativo cause tal fenómeno, habla de que algo cambió.

 

¿A qué crees que se debe este éxito?

Son varios elementos. Creo que es un acto político; ir al cine es como ir a una marcha o protesta, y me parece que eso es hermoso. Una protesta frente a todo el conservadurismo que está ocurriendo hoy día, que cuestiona y vulnera cada vez más las libertades ganadas desde las disidencias y la homosexualidad. Estos conservadores están muy cerca del fascismo.

 

Y desde ahí, ¿Cómo crees que opera el cine contra el fascismo? ¿Cuál es el llamado frente a este panorama?

El llamado del cine es un acto de lucha. Una protesta permanente y un grito, estar todo el tiempo recordando que tenemos una historia. Los actos del cine consisten en recuperar eso que a muchos fascistas y conservadores, neoliberales más bien diría hoy día, no les gusta. El documental y el cine en general, vuelven a repasar la historia desde múltiples miradas y puntos de vista. Por eso, los recortes que van a cultura son terribles.

 

 

Para la cineasta, Lemebel fue precursor del movimiento social que estalló este 2019. Desde los 80, en plena dictadura de Pinochet, reclamó justicia por los derechos humanos, por la dignidad frente a una sociedad castrante. Treinta años después, su voz lamentablemente nos habla desde el eco de un pasado con una promesa diluida: la alegría nunca llegó y el “nunca más” quedó manchado con la sangre de nuevas generaciones.

Ese Lemebel que siempre habló y sintió visceralmente, encontró una amiga en la mujer que llegó con una idea y una cámara. Joanna desde el cine. Pedro desde la literatura y la performance. La franqueza, la creatividad, la espontaneidad y la intensidad les unió. Sin embargo, esta última también les causaba conflictos: “Fue una montaña rusa. Tú partías pero nunca sabías cómo iba a terminar”, asegura.

“Eran muy bonitos los encuentros. Pedro escribía desde la calle, no desde la literatura docta. Era súper intelectual, pero le cargaba el aula. Es lo mismo que yo: no tengo referentes cinematográficos. Hago películas desde lo que a mí me gusta y cómo me gusta. Nos comunicábamos desde el cagarnos de la risa, pero chocábamos en cosas, como por ejemplo cuando debíamos terminar algo concreto para un fondo y él no tenía ganas. O quedábamos de grabar y no estaba en su casa. Yo le decía todo lo que pensaba, lo hablábamos y seguíamos. Nunca hubo rencor”, admite.

Durante los ocho años de rodaje, se reunieron cientos de veces a hablar y pensar el film que Pedro quería. Fiel a su estilo, dejó claro que deseaba algo que se escuchara y se viera bien. Le abrió las puertas de su casa, y con ello la confianza que a pocas personas entregaba.

 

 

Esta relación también abrió el corazón de Joanna y fue su salvavidas. Reposi se encontraba en un momento muy duro. Se enfrentó a una separación difícil, y la depresión la inundaba. Esa energía que tanto se necesita para el cine, se desvaneció. En Lemebel encontró un amigo y un nuevo tema del que enamorarse con el documental. Algo muy lindo que la sanó, le permitió construir y volcar la creación. En esos años, grabó dos películas más y tuvo un hijo.

Cree firmemente que Pedro salvó la vida de muchas personas al hablar desde su diferencia a viva voz en un país donde el odio hasta el día de hoy desborda y el miedo se encarna en las disidencias sexuales a través de la represión. Al mostrar valentía y lucha, siente que abría un mundo donde enseñaba a otros que no estaban solos.

Lamentablemente, en una madrugada su compañía se desvaneció. El 23 de enero de 2015, a sus 62 años y tras tres años luchando contra el cáncer, Pedro perdió la batalla.

 

 

 

El documental retrata en 96 minutos la complejidad de una persona que vivió de su arte, sus palabras, dolores y amores. El cuerpo, la sangre y el fuego fueron los pilares de su obra, los que intentó perpetuar en una película que jamás alcanzó a ver, pero que bajo la dirección de Joanna fueron plasmados en la inmortalidad. Reposi afirma que su experiencia como Vj la motivó a explorar un lenguaje distinto, donde el testimonio no fuese lo único a perseguir. Vio en Pedro la posibilidad de experimentar un film alejado de lo clásico, con el acento en la performance y la obra visual. A él le encantó.

 

¿Entonces tu objetivo siempre se mantuvo intacto?

Hubo cosas que cambiaron. Empezamos con Pedro sano, y con el tiempo se enfermó y murió. Eso no estaba en ningún registro, y por eso cuando hago el montaje los materiales hablan. Yo no podía hacer oídos sordos a la muerte, y está presente.

 

La muerte siempre es un golpe duro para las personas cercanas. ¿Te cuestionaste en el algún momento seguir con el documental?

Nunca. Sentí que Pedro murió muy pronto, que faltaron muchas cosas que teníamos que haber hecho, cosas que soñamos y pensamos pero no tuvimos tiempo. Por eso tuve la necesidad de entrevistarme con sus cercanos, eso nunca estuvo presente: la película era más desde el video arte. Sentí que se me escapó, se me fue, que faltaron cosas por conversar. Con las entrevistas pude comprender mejor al personaje más allá de nuestros propios encuentros.

 

Joanna siempre filma desde el cotidiano. Dice tener “esa formación o deformación”. En cada reunión instalaban una cámara. Siempre congeniaron en términos de imagen y creación, por lo tanto siente que cada momento fue muy creativo. Un proceso constante y a la vez espontáneo. Comenzaban con un té y terminaban con una cerveza hasta entrada la noche. Defiende la subjetividad de la creación como una forma de transparentar que siempre hay una persona que te transmite su propia visión de la realidad. También se defiende de las críticas, las que cree nacen desde la frustración de algunas personas por participar en el film o por querer ver simplemente lo que querían ver.

 

¿Crees que él estaría conforme con el resultado final?

Para mí, superó mis expectativas. Uno hace cine porque te gusta un personaje o un tema. Jamás lo piensas desde las audiencias, pero el impacto del film fue transversal. De gente que lo conoce, que no, o que lo quieren descubrir. Personalmente, sin dudas creo que cumplió las expectativas de Pedro. Pero yo no pretendo hacerme cargo del todo de Lemebel. Es la película que yo quise hacer con él, mis materiales, mi punto de vista.

 

Dentro de este proceso, señala como un gran aprendizaje el trabajar la paciencia. Muchas veces se sintió presionada por sus pares para sacar la película. Muchas otras, debido a conflictos con el escritos, llegó a pensar que todo había terminado. Sin embargo lo resume como cocinar algo a fuego lento, respetar el proceso que cada cosa tiene y necesita. El tiempo le dio la razón. Lemebel, lleno de lucidez, luces, sombras y demonios, la abrazó con su generosidad y desarrollaron un amor mutuo nacido del respeto y la convicción en el proyecto. Al final de sus días, le dijo “Jovi, haz la película que quieras”.

 

 

El amor fue algo que compartieron, y hablaste de cómo él fue parte durante un momento difícil para ti. Pero de Pedro, ¿Cuáles crees que eran sus dolores?

Creo que uno de los grandes dolores es el desamor. Si bien tuvo muchas amigas que lo amaron en su vida —porque el amor se puede volcar en distintas formas— nunca tuvo un gran amor que lo pudiera contener y amar. Tampoco lo quería; eso lo boicoteaba. Tuvo muchos pequeños amores, era parte de su vida. Pero creo que su gran amor fue su mamá. El perderla joven y no tenerla cerca lo marcó. Él mismo lo dice: “Me viene el éxito con el ‘Tengo miedo torero’, pero no tengo con quien compartirlo”. Cayó en una depresión terrible, se fue a la mierda. Yo creo que eso es lo que finalmente lo liquida.

 

¿Sentir tanto es una condena en esta vida?

No, porque todos nos vamos a morir. Es maravilloso ser sensible, el que no, se muere. Es más, condena no tener sentimientos. Prefiero vivir 40 años de mi vida a concho, sensible, que 80 años sin sentir. Yo creo que Pedro fue una persona sensible que vivió sus 62 años a concho.

 

Doce años de trabajo; una amistad, una pérdida y una nueva vida. El tiempo entrega perspectiva de todo. Cuando se le presenta la pregunta sobre qué le gustaría que se dijera sobre este documental en 20 o 30 años más, Joanna se toma unos minutos para pensar. Sus ojos brillan y el silencio inunda el pequeño salón donde nos recibió.

“Siento que esta película se va a recordar como el gran acto político de Lemebel después de su muerte. Nunca dejó de ser un hombre político, pero lo que pasó con la audiencia marca algo. Además, yo creo que puede ser la primera película de Lemebel que la rompió”, contesta mientras ríe.

Chile se encuentra actualmente en una especie de revolución y se extraña la mirada de Lemebel. Joanna cree que hace falta su visión aguda de la sociedad y sus certeros dardos desde su discurso y arte. Pero también le emociona ver cómo la calle lo recuerda a través de rayados y sus imágenes.

 

¿Qué se viene ahora?

Internacionalmente estaremos en el Dart de Barcelona. En Chile, el mismo festival presentará la película al aire libre, gratuito y abierto a la comunidad. Creo que la gente que está protestando conectará con él por lo mismo. En su esencia Pedro fue un revolucionario. No solo desde la sexualidad, sino que abrió un mundo más allá. Uno donde se pide vivir con dignidad.

 

«Lemebel» se estará presentando de manera gratuita y al aire libre el miércoles 11 de diciembre a las 21:00 hrs. en la Plaza Yungay, y también el sábado 9 de enero de 2020 en el MAVI (Plaza Mulato Gil), en el contexto del Festival Dart.

 

 

 

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