Reportaje
02/02/2020

El costo oculto de la ropa usada

Los hay de todo tipo: feriantes, de grandes cadenas, de barrio, desordenados, catalogados por calidad o por temporada. Por calidad, precio, exclusividad o conciencia ambiental, el comercio de ropa usada crece año a año en Chile y el globo. Para 2022, se espera que este negocio mueva 400 mil millones de dólares en el mundo.

El comercio de ropa usada en Chile es transversal incluso a estratos económicos, lo que explica la posición de nuestro país en los primeros lugares de importación de fardos a nivel mundial: 61 millones de dólares en prendas son traídos solo desde EE.UU. No es exagerado decir que  al hablar de ropa americana, estamos hablando de parte de la idiosincrasia chilena.

Pero, de hecho, Chile es una excepción en la región. En varios países de Latinoamérica se han puesto barreras a lo que en realidad consideran “un problema de salud pública”, e incluso en México y Bolivia se prohibió la importación y venta de ropa usada.

¿Es la ropa usada una solución al problema de contaminación que genera el vestuario? El desierto de Atacama nos encara esa verdad. En las cercanías de Iquique y Alto Hospicio, varias islas coloridas se levantan como presagio de un problema desconocido: tan solo en 2015, 12 mil toneladas de ropa de segunda mano no vendida fueron arrojadas a vertederos ilegales.

 

 

 

 

De mano en mano, fardo en fardo 

 

En Europa y EE.UU, las personas depositan en puntos de donación las prendas que ya no usan.  La ropa es desinfectada, lavada, separada y ordenada según primera, segunda y tercera categoría. Son vendidas y transportadas a diversas partes del mundo, siendo los puertos del norte de Chile uno de esos principales destinos, ya que no solo las compramos, sino que también las volvemos a revender a otros países.

La perla del norte es un buen ejemplo local. En la Zona Franca de Iquique (Zofri) se importan alrededor de 29 mil toneladas cada año, y cerca del 80% de estas prendas terminan desechadas en el desierto al no lograr ser vendidas. La falta de un plan para el tratamiento de textiles, provoca que finalmente estas sean arrojadas en espacios ilegales. O, peor aún, muchas veces son quemadas para liberar espacio.

“En estos lugares existe una contaminación altísima de CO2 cuando queman la ropa. Pero además, al cruzar la aduana, el SAG les aplica un desinfectante que al estar al contacto con el suelo contamina las napas subterráneas. Aquí hay una contaminación hacia arriba y hacia abajo, además de una contaminación visual porque hay ropa por todos lados”, explicó al medio Doble Espacio, Franklin Zepeda, ingeniero y creador de Ecofibra Alto Hospicio, iniciativa que busca frenar este tipo de contaminación.

Todo este camino desde países del primer mundo a Chile plantea dos problemas. El primero, obviamente, es ambiental: los constantes procesos de tratamiento, el descarte y transporte consumen grandes cantidades de energía y se acumulan como basura por el mundo. Mientras que el segundo es ético. Los países desarrollados mandan a hacer su ropa en otros de bajos recursos, la usan, y después la devuelven a los mismos sin hacerse cargo del desecho.

Pero no todo es malo, sobre todo si hablamos de acceso. Según el Instituto Nacional de Estadísticas, el consumo de ropa de segunda mano es una de las causas del mejoramiento en el acceso a la vestimenta de los chilenos en la última década.

Sin embargo, no deja de causar polémica el doble filo del problema. Mientras algunas personas argumentan que afecta las industrias locales, otras la defienden por las fuentes de trabajo que generan ante escenarios laborales adversos. Es difícil abanderarse.

Un buen ejemplo es África, lugar al que llega un tercio de toda la ropa de segunda mano del mundo. Países de la región han visto afectada su industria local con una caída de hasta el 80% de los empleos y cierres masivos de fabricas textiles. Pero a la vez, un estudio publicado por Oxfam en 2005, concluyó que a pesar de este daño, este tipo de importación ofreció a las comunidades pobres un abastecimiento barato de ropa: por ejemplo, en Uganda, el 81% de toda la ropa es ropa de segunda mano.

 

 

Reparar el ciclo

 

Con todo esto en consideración, una idea llamativa nos puede ayudar a armar este complejo y contradictorio rompecabezas desde las causas.

“Este comercio es una cruel ilustración de las desigualdades e injusticias de la globalización. El comercio de ropa usada puede caracterizarse como una consecuencia del insaciable apetito de los países ricos por los artículos baratos, lo cual ha conducido a una caída en los salarios en la industria de ropa», asegura Kate MacKlean, de la Universidad de Birbeck.

Una solución plantea tomar lo bueno de ambos lados: la economía circular local. Posicionar a la ropa usada como un elemento fundamental para el mercado y el ambiente, pero desde una perspectiva interna; sin pasar la responsabilidad de los desechos a otros. Trabajar en dar una nueva vida a las prendas hechas o compradas en el territorio, no en las que vienen desde afuera. Así, el ciclo de producción, desecho y reutilización se restringe a un espacio determinado.

Existen portales en línea como Feria Ferió, donde las personas pueden vender la ropa que ya no usan. Asimismo se ha vuelto una tendencia entre las personas jóvenes, crear tiendas virtuales en plataformas como Instagram, donde ofrecer a sus seguidores la ropa que ya no desean usar. Y no, no solo en busca de dinero, también ofrecen trueques o simplemente las regalan.

Sin duda, este no es un problema fácil de resolver. Pero a la vez, ya casi no nos queda tiempo. Para el 2025, la cantidad de contaminación producida por la ropa va a superar el peso de la población mundial actual.

Los dedos del planeta ya comienzan a apuntar responsables, el protagonismo de ese reclamo siempre se lo ha llevado la ropa nueva, pero al parecer, para obtener soluciones hay que hilar más a fondo. Apuntar también a las industrias que “venden” el reciclaje, y a nosotres mismes desde nuestra curiosidad por información y nuestra voluntad de acción.

 

 

 

 

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