No todas las historias de éxito parten con un “lo supe desde que nací”. Mucho se ha dicho de que el secreto está en la dedicación, el trabajo y el tiempo. Y para Catalina Bustos (Concepción, 1989), así ha sido.
¿Cuándo un ilustrador se convierte en uno? ¿A los tres años, cuando dibuja garabatos por las paredes y rincones de toda la casa? ¿A los 12, cuando ensimismado dibuja en su cuaderno mientras el profesor habla sin ser escuchado? ¿Cuándo entra a la universidad?
Hace un poco más de una década hablábamos de los artistas, los pintores, los dibujantes de caricaturas y los diseñadores. Pero esa palabra que hoy en día ya todos manejamos aún no la conocía mucha gente. Catalina es de las primeras personas, y sobre todo mujeres, a las que comenzamos a llamar “ilustradores” en Chile. Y no, Catalina no es la primera, pero hace años, gracias a la cercanía y simpleza de sus dibujos, puso de moda entre los jóvenes la palabra y el oficio de la ilustración. No por nada, Diario de un solo (Catalonia, 2014), su primer libro, se convirtió rápidamente en uno de los más vendidos en Chile.
Hoy ya va en su cuarto libro, y ha inspirado a toda una generación de jóvenes que ven en sus propios dibujos y en su pasión por contar historias un futuro, pero cuyo camino es largo y lleno de ansiedad. Y en eso, Catalina también es experta.
Catalina vivió toda su infancia en Hualpén, Concepción, y recuerda cómo su papá le enseñaba con la ayuda de las servilletas. Casi como si fuera imposible hablar, toda idea o historia venía acompañada de un dibujo. “Daba lo mismo el lugar: si estábamos en un restaurant chino, siempre le pedía el lápiz al mesero para poder explicar las cosas en servilletas. Tengo mucho ese recuerdo, eso de siempre necesitar explicar las cosas con dibujos. Era su forma de expresarse”, recuerda.
A partir de la necesidad, durante la adolescencia Catalina comenzó a desarrollarse creativamente. Entre amigos, internet y chats, exploró distintas áreas que la ayudaron a inspirarse. “Acá en Concepción no pasaba mucho, y a regiones las cosas llegan más tarde, por lo que mi adolescencia fue muy “Do it yourself”. Empecé a disfrutar mucho la vida creativa entre amigos: construir, hacer cosas, tener proyectos. Mis mayores inspiraciones fueron en la adolescencia”, admite.
“La gente deja de dibujar. Todo dibujamos cuando chicos, pero yo nunca lo dejé, siempre me entretuvo mucho. Pero en el colegio empecé a sentir la distancia entre los compañeros: ya nadie dibujaba. Todos pasaron a la música, los amigos, otras cosas, pero yo seguí dibujando un montón. Y siempre lo necesité, siempre estuvo ahí, nunca se fue. Siguió avanzando”.
Catalina empezó la carrera de diseño industrial en la Universidad de Bío-Bío. Se pasaba las horas construyendo muebles y aprendiendo a usar herramientas. Dice que a pesar de que la carrera suena muy técnica, estudiando eres una “especie de inventor”, y eso le encantaba. “A mí me gusta mucho inventar cosas. Siento que eso se conecta mucho con mi familia, con mi abuelo. Él era ingeniero, pero también era inventor: hizo muchos inventos y acá en la casa teníamos unos prototipos que hizo. Creo que existe en mí ese karma de querer inventar cosas”, asegura.
Estudió dos años diseño industrual, hasta que un primo pintor le habló de una carrera que podía estudiar en Santiago. Catalina no tenía idea de lo que eso significaba: la palabra era completamente nueva para ella. Aún no sabe cómo convenció a su tradicional familia de abandonar todo en Concepción para irse a vivir sola a Santiago, a estudiar esta carrera llamada Ilustración.
¿Pero qué es la ilustración? ¿Qué le llamó la atención a Catalina de la carrera?
“La ilustración es la infinita posibilidad de hacer cosas que no existen. No sé cómo explicarlo, pero supongo que pasa un poco con la literatura igual, que son como canales o sintonías paralelas en los que puedes inventar, vivir ahí un poco y hacer que sean reales. Son como realidades paralelas, y eso me llamaba mucho la atención. Era un mundo, un mundo entero que tenía mucho que ver con la mente, con inventar cosas. Para mí, la ilustración es un lenguaje y ser ilustrador es poder hablar ese idioma, hasta el slang” , admite.
Pero a pesar de eso, parece que hoy a Catalina no le acomoda tanto la palabra. “Prefiero la palabra “dibujante” que “ilustradora”, porque siempre que hago ilustraciones dibujo, pero no siempre que dibujo estoy haciendo ilustraciones”, cuenta en En Blanco, su nuevo libro.
¿Cómo fue encontrar tu estilo de dibujo?
Me fui poniendo tareas difíciles, como hacer el primer libro. Ahora lo veo hacia atrás y es súper sencillo, un poco bobo, quizás son temas que hoy no hablaría. En ese momento me puse el desafío de hacer un cómic, y gracias a eso pude encontrar poco a poco mi estilo, el que siempre estuvo ahí. Si veo mis dibujos de hace 12 años, son súper parecidos a los de ahora. Después tuve una etapa de agradar a mucha gente y empecé a trabajar en moda, a hacer dibujos realistas y me sirvió un montón: tuve que transitar por lo que funcionaba para saber que no lo quería.
¿Sentías dudas de tu estilo tan propio?
Sentía que no sabía de dónde venía. Ahora entiendo de dónde viene… Soy yo no más.
¿Cómo te fuiste dando cuenta de que por ahí no iba la cosa y empezaste a decir “esta soy yo”?
No sé si hay un momento exacto en el que uno deja y pierde el miedo. Ojalá fuera como una página en negro con un título. Yo creo que me cansé. Creo que así uno crece, uno se empieza a agotar de sus propias idioteces y sus complejos de inferioridad. Es como decir: “Ya, suficiente, ¿qué tanto?”. Hay que dejar de darse tanta importancia. Si yo empiezo a dibujar distinto a nadie le va a cambiar la vida. En mi vida tengo un montón de complejos y miedos, pero al menos en mis dibujos fue como: “Ya, o lo disfruto o dejo de hacerlo y me dedico a otra cosa, es suficiente”.
Aunque admite que las metodologías fijas la terminan frustrando, por lo que siempre intenta ir cambiando el proceso, al parecer lo imprescindible es la soledad, un café y un buen playlist. “Soy muy sensible con la música, y un poco de pena o incertidumbre le viene bien a los dibujos”, admite.
¿Cuáles son las emociones, sentimientos o ideas que predominan en tus trabajos?
Es como una mezcla de curiosidad, miedo, lucidez, ansiedad. Cuando me siento incómoda haciendo algo, es una buena señal.
¿Qué significa la simpleza para ti?
Creo que la simpleza tiene que ver más con la capacidad de síntesis que con algo estético, con no adornar innecesariamente las cosas que ya son lo suficientemente complejas.
Al abrir En Blanco (Catalonia, 2019), su último libro, la palabra ansiedad salta a través de sus páginas, tanto que por momentos la dibujante tiene que esconderla, o rendirse y dejar que aplaste a sus personajes. O a ella misma.
“Ahora estoy un poco menos ansiosa porque no estoy trabajando sola, sino que con una agencia, y ha sido increíble entender que no debería hacerlo todo sola. Es loco lo que justo está pasando ahora. Me ha llamado mucho la atención como en internet, con el tema cuarentena, la gente se está volviendo loca por no poder salir, o por trabajar sola, en la casa, no tener horario, eso de tener que ser tú mismo el que se ordena. Pensé: “Wow, ahora entiendo porqué he estado 10 años tan angustiada”. Es porque trabajo sola y nadie lo puede llevar, es súper inhumano”, admite.
Catalina lleva años lidiando con las dudas sobre qué hacer, cuándo hacerlo, por qué hacerlo o por qué no hacerlo en pijama, si nadie te está viendo. Eres dueño de tu tiempo, eres libre… O lo serías, si no existiera la ansiedad.
Por eso Catalina aconseja ordenarse, tener ciertos esquemas aún cuando se necesite el trabajo solitario, porque “estar solo no significa estar perdido”. La gratificación de compartir lo que estás haciendo, hablar con otro freelance, otro músico, escritor, poeta o ilustrador. Hay que compartir, hablar, pedir opiniones. Básicamente, tratar de no estar encerrado en la propia mente. “Eso de ser tu propio jefe suena súper lindo pero en verdad significa que has estado dialogando internamente como un neurótico por horas, y eso no es nada saludable”, asegura.
Hoy todos estamos viviendo una situación parecida, en que debemos hacernos cargo de nuestros tiempos y responsabilidades mientras lidiamos no solo con nuestras propias ansiedades, sino que también con la ansiedad colectiva. ¿Cómo has aprendido a lidiar con ella?
La ansiedad es una enfermedad muy del ahora, súper ligada al exitismo, a sentirse poco productivo, que es una hueá muy extraña, una araña mental, y lo que me ha servido es, por un lado, dejar de darme tanta importancia, dejar de sobrepensar tanto. Para mí las tareas son fundamentales cuando estoy en mis peores periodos ansiosos, como cuando sientes que tienes que hacer miles de cosas pero no eres capaz de hacer ninguna. Me hago listas separadas: cosas personales y cosas de pega. Creo que la organización es como el antídoto, porque la ansiedad es un poco eso: sentir que no tienes control de nada. La organización, dejar de darme tanta importancia, intentar no autoanalizarme tanto, y tratar de hacer cosas por sobre todo. ¡Ah! y por supuesto ir a terapia.
Si pudieras hacer algo sin temor a repercusiones, ¿qué harías?
Interrumpiría una cadena nacional. Aunque ahora que no he salido por la cuarentena me gustaría salir a emborracharme con amigos a algún bar y terminar en fausto haciendo poledance.