Reportaje
20/04/2020

Producir música en el Sename: construyendo identidad al ritmo del testimonio

A través de proyectos de creación musical se busca romper los estigmas de los centros de reclusión del Servicio Nacional de Menores chileno, popularmente conocidos como «cárceles de menores». Liberar el corazón tiene muchos frutos personales y colectivos desde el encierro. Hay mucho talento, ganas, y muchos jóvenes esperando una oportunidad.

 

 

Las cárceles de menores están fuertemente cuestionadas en el mundo, pero aunque poca gente lo sabe, en Latinoamérica y en Chile existen. Fue en 2019 cuando Eduardo Svart, productor musical y psicólogo, conoció los centros de reclusión del Sename. Svart llevaba tiempo interesado en explorar el uso de estudios de grabación portátiles, también conocidos como home studio, para la producción de música urbana en el contexto de encierro.

 

Junto a Antonia Valladares, Maria Paz Videla, José Miguel Silva y Felipe Moya, pudieron comprobar los beneficios de la creación musical y artística en los Centro de Internación de Graneros y Calera de Tango. Los talleres consistieron en lanzarse a producir música con jóvenes, la mayoría sin conocimientos previos. En ellos, todes experimentaban e iban aprendiendo sobre la marcha. Ya se ha realizado dos proyectos de este tipo y han salido dos álbumes: “De Pana” y “Semi Tango”.

 

«Estas instancias permiten resignificar fuertemente estos espacios, y darte cuenta que una cárcel puede ser también un estudio de producción musical, un teatro, una pastelería, etc. Hay mucho talento y muchos jóvenes que están esperando una oportunidad. Con esto ayudamos a que la sociedad y los internos se den cuenta que en una cárcel no hay solo delincuentes, sino también artistas, deportistas, estudiantes», relata.

 

¿Cómo fue la experiencia en los centros?

 

Estos están bastante bien acondicionados; hay más recursos en los centros de internación del Sename que en las residencias normales. Aunque independiente de eso, es un lugar que te genera emociones fuertes. Son lugares aislados, perdidos en un cerro o una parcela. Con niños que están lejos de sus familias, o peor aún, con niños que no tienen un mejor lugar para estar: o están presos, o están en la calle. Es super diverso el tipo de personas con las que te encuentras. Desde cabros muy agresivos y descontrolados, super desafiantes, hasta cabros muy tiernos, respetuosos y buena onda. Y entre esos dos extremos, todo el espectro de perfiles imaginables.

 

¿Y cómo fue la experiencia comparada con los prejuicios?

 

Como tallerista es super enriquecedor, porque al trabajar en estos lugares te das cuenta que uno carga con muchos prejuicios respecto del tipo de personas que vas a encontrar adentro, como si solo hubieran monstruos y demonios, gente oscura. Y nada que ver, hay de todo, por razones muy diversas y con perfiles súper diferentes, igual que en el mundo de afuera. Ese contraste, entre el prejuicio y la gente que realmente conoces adentro, te ayuda a entender un poco más el rol que cumple la cárcel en el control u ordenamiento social: un espacio de castigo donde se van los malos, los desadaptados, y donde no querrías nunca estar. Y nada que ver, hay gente hermosa que está presa.

 

 

Forjar identidad desde el encierro

 

Cuando llegaron al centro de Graneros encontraron una bodega llena de instrumentos y equipos musicales: guitarras, baterías, mesas para mezclar, amplificadores. Había de todo, pero tirado y empolvado. “Se notaba que era como la bodega que juntaba los insumos de proyectos que iban quedando abandonados o sin financiamiento”, cuenta Eduardo. Reacondicionaron la bodega como estudio y se armó un espacio muy acogedor para trabajar con los jóvenes.

 

Desde la salud mental, ¿cuál crees fue el impacto para los jóvenes que trabajaron en el proyecto?

 

Creo que a nivel terapéutico la producción de música juega mucho con la propia identidad, sobre todo en jóvenes que están en plena exploración o crisis identitaria. Ellos cargan con muchos estigmas por haber cometido delitos y estar en procesos de reclusión. En el estudio encuentran un lienzo en blanco donde plasmar su identidad al margen de estos rótulos: probar y transitar por diferentes posibles identidades. Tiene efectos en la autoestima, en la valoración personal y en el sentirse valorado por los pares y adultos.

 

Eduardo ahonda en que “hay un efecto también en la psicología grupal, porque estas canciones pasan a ser parte de la identidad cultural del grupo. Nos piden llevarse sus creaciones en un pendrive, luego las escuchan en las casas que forman el centro. Los otros compañeros se las aprenden y lentamente se empieza a construir una identidad grupal, una cultura de la cual los internos se sienten parte y eso es sanador: asumir un rol activo en la creación de tu cultura, plasmar tu identidad en el entorno y hacerte parte de él”, relata.

 

 

 

“Hoy coroné, la baby me llamo y en uber se fue, salimos con los panas y está todo arreglado” (“Coroné”, creado por los jóvenes en el estudio)

 

En un principio las letras de los temas estaban llenos de lugares comunes, aspiraciones sociales y discursos clichés de la música urbana. Luego pudieron ver como las letras daban paso a un relato mucho más biográfico y personal, como por ejemplo, una donde un joven cuenta la historia de su detención y posterior travesía por centros de menores.

 

“Con una canción rompo las barreras, sigo a paso a paso subiendo las escaleras. Yo vengo de abajo donde con pistola en mano se genera y por un par de pesos matan a cualquiera, la 9 mm es tu única fiel compañera. Pero, ahora estoy preso por culpa de mis actos, me encuentro aquí en un cuarto encerrao’, toy entero psicosiao’, en mi familia puro que he pensado y de ellos no me he olvidado. Mi mamá me decía que no sea asopao, que el camino que elegí no me iba a llevar para ningún lao’, pero yo fui el embarao’ que ahora por eso estoy pagando con dos años encerrao”.

 

Más allá del arte, ¿cuál has visto que es el impacto en la educación en general?

 

La mayoría de los jóvenes que participan en el taller no tienen experiencias musicales previas. Muchas veces no conocen sus habilidades, su capacidad de aprendizaje o las cosas que tienen para decir. Algunos no saben leer ni escribir, pero igual pueden hacer una letra con ayuda de los monitores y grabarla. En ese proceso se dan cuenta que tienen vivencias y reflexiones interesantes que compartir. Algunos que incluso han encontrado la motivación que les faltaba para retomar sus estudios formales.

 

 

Track “Pa que te enamores” 

 

 

 

¿Qué barreras y sorpresas encontraste?

 

Es difícil saber si vas a poder trabajar con el mismo grupo de forma continua. Siempre hay que estar adaptándose a los imprevistos. Abierto a que un chico no esté, o que lleguen otros porque se motivan, o el que estaba super motivado ahora está bajoneado porque la familia no lo pudo venir a visitar. En términos de sorpresas te das cuenta que hay un talento artístico increíble, quizás por las vidas tan duras que llevan. Tienen mucho para contar, cosas reales, no como un actor que solo lo representa. También te encuentras con mucha solidaridad. Siempre te convidan lo que tengan. Eso llama mucho la atención. Siempre están dispuestos a compartir, a dar, y eso es conmovedor en un espacio así.

 

 

 

 

Desde tu experiencia profesional y los jóvenes que conociste, ¿crees que el Estado está en deuda con la salud mental de ellos? ¿Qué se necesitaría para que eso cambie?

 

Por supuesto. Quiero ser súper justo con los profesionales que trabajan en los centros, porque en general me parece que hacen un trabajo bueno, comprometido y súper sacrificado. Pero creo que la deuda con estos niños está más afuera de estos centros que adentro. Cuando están presos tienen seguimiento, van al psicólogo y reciben intervenciones de salud mental, aunque para mí el enfoque es demasiado centrado en el uso de psicofármacos y creo que tiene más que ver con tenerlos tranquilos que con desarrollar un proceso terapéutico profundo. Sin embargo, el problema real es cuando salen.

 

Eduardo piensa que la cárcel está más construida para aleccionar a los de afuera que para ayudar a los de adentro, sino no se explica que los que salen de la cárcel queden tan tirados. Le pasó más de una vez trabajar con niños que están mejor adentro que afuera. Por ello sostiene que faltan instancias intermedias, espacios donde estos niños puedan seguir sus procesos terapéuticos y su reinserción.

 

En abril, Eduardo viajaría a Harvard a participar como expositor de su trabajo en el congreso de Educación y Hip-Hop. Pero, producto de la pandemia mundial que estamos viviendo, no pudo. “Los gringos entendieron que las intervenciones, para que funcionen, tienen que ser culturalmente pertinentes, generacionalmente situadas y enmarcadas en las identidades culturales reales de los jóvenes. Todos quieren hacer una orquesta y tocar música clásica, pero los jóvenes de estos contextos no tienen idea que es esa música, entonces no los mueve ni lo involucra. Pero ponles Pablo Chill-e o Bad Bunny, ahí si se ven reflejados y se abren a implicarse en un proceso”, concluye.

 

 

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