02/12/2020
02/12/2020

Asexualidad y arromanticismo: un viaje más allá de las fronteras del sexo y el amor

 

Después de meses, por fin encontré una voz con la que escribir. Antes le explicaba a mi editora que creía que no existía un término que resumiera la sensación de sentir algo, pero no saber bien qué es ni cómo enunciarlo, hasta que te llega la respuesta por coincidencia. Con esa palabra sería sencillo explicar lo que es ser una persona asexual y/o arromántica en un mundo que recién en 2004 se interesó por nuestra existencia, alejada de la patologización.

Dentro de las disidencias sexuales, “salir del clóset” generalmente marca un antes y un después. Como homosexual, jamás pensé que volvería a pasar por algo así. Pero un par de años después me vi dentro de otro clóset más grande, del que me vine a enterar a través de una historia de Instagram.

¿El arromanticismo pertenece a la comunidad LGBTQ+?” se titulaba el post. Por inercia apreté el link y me puse a leer. Ese simple click me lanzó a una espiral de reflexiones, que más que respuestas, solo sembraba inquietudes en una identidad supuestamente formada.

Ese click fue lo que también cambió la vida de tres personas que hablaron con nosotres sobre asexualidad y arromanticismo. Ambas orientaciones inician con A, una letra escondida al margen del + que enmarca la tradicional sigla de las disidencias sexuales. En un mundo que se mueve al compás de la búsqueda del sexo y el amor de tu vida, ¿qué pasa cuando tu interior late a un ritmo distinto?

 

 

 

 

“¿Qué pasa? ¿Por qué no encajo? Ha de ser una fase, y ya pasará”, se repetía Laura (18) a los 15 años, cuando fue consciente de que su forma de sentir era distinta a la de sus amigas.

“No era capaz de ponerle un nombre, ni siquiera verbalizar lo que sentía. Cuando decían que sentían atracción por un famoso o un compañero de clase yo veía que eso no me pasaba. Y no con una persona concreta, sino que no pasaba nunca, con nadie. Eso lo sentía raro, porque era un tema con el que la gente de mi edad estaba hasta obsesionada”, cuenta por videollamada.

Un día se encontró por casualidad en internet con un artículo que nombraba la asexualidad. Al leerlo, todo le hizo sentido. Actualmente, Laura cuenta con una página de Instagram llamada Orgullo Asexual, donde entrega guía y contención a otras personas jóvenes de todo el mundo que, como ella, se autodescubren a través de una pantalla.

 

La asexualidad (ase) consiste, en pocas palabras, en la poca o nula atracción sexual, lo que no implica que la persona sea asexuada o no pueda sentir exitación, libido o amar. Además, la orientación romántica no tiene por qué coincidir con la sexual. Y aquí entramos en otra definición: el arromanticismo (arro), que consiste en la ausencia de esa atracción. El arromanticismo engloba todo un espectro de orientaciones fuera del marco tradicional del amor romántico e interés hacia otras personas.

Ambas son orientaciones sumamente amplias que albergan diversas etiquetas para las personas que las viven. Prefijos como flux, gris o una combinación de estas hacen referencia a la frecuencia, intensidad o necesidad de vinculo emocional en que se experimentan estas orientaciones.

 

“Cuando me enteré sentí miedo y alivio en partes iguales. Alivio porque sé que al fin me he encontrado a mí misma y no estoy sola. Y miedo porque, vale, ahora lo he aceptado yo, pero ¿y las demás personas?.  Todas las veces que he salido del clóset con personas cercanas, ha sido la primera vez que oyen de la existencia de la asexualidad. Soy yo la que ha tenido que abrir ese camino, ir enseñando y explicando dudas”.

Explicarse a sí mismes y explicarle al resto. Algo muy normal entre las personas ase, ya que hasta el 2004 para la sociedad en general y el mundo académico, el termino asexual estaba reservado para describir los patrones reproductivos de los organismos unicelulares. Sin embargo, ese año en Gran Bretaña, la publicación de un estudio poblacional recogió un dato nunca antes considerado: un 1% declaró no sentir atracción sexual. Eso fue el inicio de un camino que, 16 años después, poco ha sido explorado y reconocido.

“Incluso desde las disidencias sexuales no saben de nuestra existencia o hay un desinterés generalizado; se nos dice que no sufrimos tanto. El principal problema es la falta de autoestima y también la auto patologización, que lleva a intentar curarte con medicación”, cuenta Laura. “Hay violencia en ‘intentar arreglarte’, pero también en la presión que puedan hacerse las mismas personas para manifestar placer o interés sexual, incluso presionarse a tener relaciones sexuales cuando es algo que realmente no quieren. Pero esa presión también viene de otras personas. Eso es maltrato”, asegura.

 

 

 

 

Mierda… ¿y si no amo a nadie?

 

El 2001 inició la historia de la visibilidad asexual digital con la creación de una comunidad: Aven. La Red para la Educación y Visibilidad de la Asexualidad se dedicó a luchar por la despatologización que consideraba esta orientación como “una disfunción sexual”, síntoma del «desorden de deseo sexual hipoactivo” o “desorden de aversión sexual”. Aspectos sobre la asexualidad ya eliminados como trastorno. Actualmente, Aven es la principal comunidad para personas ase de todo el mundo.

Más o menos por esa misma fecha, con 14 años, Camilo (33) se encontraba en una sala de clases en Frutillar. Ahí, al darse cuenta que le gustaba un compañero, pensó: “Mierda, soy el maricón del curso”. Un pensamiento de rechazo a su sentir que se siguió repitiendo en el futuro.

Actualmente -y desde hace tres años- se define como una persona arromántica, que fluye entre demisexual y gris asexual. Es decir, que independiente de tener vínculos de confianza y de cercanía emocional, no siempre llega a sentir atracción sexual por una persona, o esta atracción puede ser muy leve.

“A lo largo de mi vida siempre sentí que no pertenecía. He tenido relaciones con hombres y mujeres, porque en el sur la norma es la heterosexualidad y eso te cobija, pero nunca me acomodé. Me obligué a vivir esa idea del amor eterno y romántico de las películas sin sentirlo. Con el paso del tiempo mis relaciones se volvieron negativas porque no me sentía enamorado, pero sí había un vínculo estrecho, como de amistad. Hubo mucha culpa de no sentir deseo sexual o atracción. Como no lo entendía, no podía hablarlo y explicárselo a mi pareja”, recuerda.

Camilo acusa el problema de la hipersexualización de todo: música, arte, cine, literatura, etc. Cuenta incluso que cuando fue a las marchas del orgullo se sentía ajeno: “Todo hacía relación a cómo vives tu sexualidad con libertad o el amor en pareja. El gran slogan de la diversidad sexual es ‘puedes amar a quien tú quieras’, y yo decía: ‘Mierda, ¿y si yo no amo a nadie y no me nace eso?”.

La sensación de no encajar y de que algo no funcionaba en sí fue replicada en la consulta con su psiquiatra. Este le dijo que su falta de deseo era un síntoma de una depresión que cargaba hace mucho tiempo. Le dio una pastilla y una promesa de cura. Camilo estaba tranquile, por fin podría “arreglarse”. El paso de los años diluyó esa promesa e borró la ilusión de reparación.

Con 30 años, Camilo comenzó a buscar información en internet para entenderse y encontró la comunidad AseArro Chile, de la que actualmente es parte. Sin embargo, recalca que al principio sintió que faltaba algo: “Esta duda de cómo vas a construir relaciones si eso que se supone que eso básico no lo sientes, no está ahí tan latente o no te parece tan necesario. Me sentía un poco roto, como fallade de fábrica”, asegura.

Por lo mismo, insiste en el valor de buscar apoyo desde una psicología dispuesta a aprender y una comunidad desde donde compartir experiencias. En AseArro Chile llevan cerca de ocho años entregando información, haciendo activismo y organizando reuniones donde las personas puedan comunicarse. Dice que ha conocido personas de 38, casades y con hijos, que recién ahora pueden hablar con sus parejas.

 

¿Qué le dirías a una persona de 30 que quizás leyendo esto se de cuenta de su orientación?

Me hubiese servido mucho que me explicaran lo importante de la honestidad con une misme. Aceptar, reconocer y navegar en lo más profundo de tu ser aunque duela. Decir esto soy, esto me gusta, esto no, esto disfruto, esto quiero vivir. Y creo que desde esa honestidad más profunda, reconocerte y abrazarte con cariño es fundamental.

 

“Cuando escuché esa frase tan linda de Lemebel, eso de ‘no tengo amigos, tengo amores’, supe que eso era lo que quería”, dice recordando con cariño los inicios de su proceso. Camilo lleva tres años soltere y asegura que han sido los mejores años de su vida. Ahora, después de diez años trabajando como artista gráfico, decidió volver a su tierra natal a estudiar psicología y ser el apoyo a las diversidades que tanto le faltó en su momento.

 

 

 

 

 

 

Soy arromántico y me mueve el amor

 

Al haber poco acceso a información y una escasa educación sexo-afectiva, se construyen muchos mitos. Incluso como alguien arromántico, me incluyo en ese vacío ignorante cuando inicié este proceso. Así como se suele pensar que las personas asexuales no tienen sexo, libido o no se masturban, se asocia el arromanticismo a una incapacidad de desarrollar vínculos afectivos profundos o relaciones sexo afectivas estables, como si no pudiéramos sentir amor. Nada más alejado de la realidad.

Eduardo (23) se define como homosexual arromántico y alosexual (una persona alosexual siente atracción sexual hacia otras personas, lo opuesto a la asexualidad). A lo largo de su vida tuvo relaciones que no funcionaban. Poco a poco se fue dando cuenta que no era un rechazo hacia las personas, sino que a la forma de cómo las otras personas querían llevar una relación.

“Una amiga asexual me contó que habían muchas definiciones para otras personas y me hizo sentido la arromántica. Me puse a buscar en internet y encontré lo que me gustaba, mi identidad. Tenía 22.  Había una razón de por qué no había funcionado con mis parejas, y era porque no quería tenerlas. Pero estamos tan predispuestos a tenerlas, porque es lo normal socialmente, que deseaba tenerlas sin sentirlo realmente”, recuerda Eduardo.

El amor como eje y triunfo fundamental de la vida es algo que se nos inculca desde la niñez. Así, se instalan diversas presiones desde la heteronorma y la monogamia que al no ser cumplidas es un fracaso personal: “perder” la virginidad, pololear, casarse, tener hijes, etc. La limitación de nuestras opciones sexo afectivas terminan siendo una ley cultural.

“Cuando ya me quedó más claro, me pregunté cómo tengo que ser para sentirme bien conmigo, cómo tienen que ser mis relaciones. Antes iniciaba relaciones sexo-afectivas con personas bajo la lógica romántica y entonces entraba el juntarse; hay una especie de contrato con la otra persona, cierto tiempo a dedicar, una idea de fidelidad que te pone parámetros sobre cómo vincularte sexualmente. En mi vida yo no quiero poner esas reglas de cómo relacionarme con unas personas de una manera y con otras personas de otra. Quiero sentirme libre”, asegura.

 

¿Sientes que cambió tu noción de futuro al conocerte mejor?

Totalmente. Hay metas sociales, caminos que la gente normalmente sigue y uno se va guiando por eso. Pero para esto, no hay personas arrománticas que se puedan ver en teleseries o en cultura. Entonces yo no sé cómo tiene que ser mi vida a diferencia de una vida romántica: siempre con el matrimonio, los hijos, la casa. Y no sé, quizás termine viviendo en una comunidad de gente, todos contentos, teniéndonos cariño; pero no aquel cariño que involucra otros compromisos, sino uno más de amigos, de acompañamiento.

 

Reconoce vivir frustración por sentir de la manera en que siente en una sociedad tan cerrada. De cierta forma, también es incómodo tener que explicar los límites de las relaciones que quiere tener, ya que la gente asume que en las relaciones siempre deben tener un enfoque romántico. “Creo que el rol de la sociedad con las personas ase y arro es de convivencia. Para empezar, darse cuenta que hay gente que no siente como ellos. Quizás te topes con una persona que sienta de esa manera y que te guste, y que eso no tiene que significar el final de la relación. Hay lugares comunes entre estos sentires y hay que aprovecharlos, porque permiten establecer relaciones interesantes, divertidas y bonitas”, dice desde el otro lado de la pantalla.

 

¿Qué le dirías a alguien que quizás ahora se da cuenta que es arromantique?

Que existe, que existimos, que somos hartos igual. Que no es un sentir extraño porque de repente uno piensa ‘quizá hay algo mal conmigo, quizá soy raro, o quizá no he encontrado el amor de mi vida’. Quizás los amores de su vida sean gente que te van a caer muy bien, y pueden construir relaciones bacanes.

 

 

 

¿Por qué lo llamas un viaje?, me pregunta un amigo al que le pido ayuda para encontrar un título que corone este escrito. “Porque siento que nunca dejará de serlo”, le respondo.

Estas tres personas comparten desde sus propias veredas y distintos momentos de vida, tres ejes fundamentales de la experiencia asearro. Por mi parte, desde las comunicaciones y el lenguaje, al escribir esto me doy cuenta de la importancia de la enunciación para canalizar los sentires y darle un portazo a la culpa. Dejar de lado los mitos y las simplezas para reconocernos seres complejos desde el amor propio, y por qué no, del colectivo.

Verbalizar como un manifiesto de existencia, diálogo y amor. Uno distinto, pero acaso, ¿no lo son todos? Verbalizar para encontrar amor de vuelta en une misme y en esa tribu, uno único pero no por eso totalitario. Que te abraza, te acoge y escucha. Amores, no amigues, ni esposes, ni exes. Compañeres de un camino y una vida, que se puede diluir en el instante, volviéndose uno en la eternidad del ahora. Personas con la que construir esa ruta que nunca nos enseñaron. Soy arromántico y me mueve el amor, uno que yo defino, uno que yo siento, y que quiero compartir porque no me da miedo que sea distinto. Queda mucho viaje y no sé dónde nos llevará.

 

 

 

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