Reportaje
08/10/2021

Historia de la música LGBTQAI+ de Chile

Antes de este artículo, si uno escribía musicos+chile+LGBTQAI en Google, los únicos resultados que arrojaba el algoritmo eran citas de artistas a favor de la diversidad sexual o soundtracks de Spotify para festejar el Día del Orgullo. Y, pucha, no es sorpresa que nadie haya hecho un texto sobre la historia de la música LGBTQAI+ de Chile si se consideran los factores que juegan en contra a la hora de investigar. Por ejemplo, la poca información oficial o verificada sobre el tema, el peligro de caer en una ‘sacada de clóset masiva’ exponiendo así personas que no están listas para ser parte de la Comunidad abiertamente, o, peor, llegar a incluir a personas que no se consideran LGBTQAI+ sino que aliados/as.

Así que, para evitar malos ratos y posibles demandas -dijo la Luli-, se declarará lo siguiente: El presente artículo no es definitivo ni categórico. Las /los/les músicos incluidos en esta lista pueden o no ser parte de la comunidad LGBTQAI+. El fin de este texto no es otro que hablar sobre la historia de la música LGBTQAI+ de Chile, haciendo hincapié en las/los/les artistas chilenos que rompieron con la heteronorma, ya sea porque efectivamente son LGBTQAI+ o, simplemente, porque su propuesta artística ha sido vinculada con la Comunidad históricamente.

Ah, un último factor que hace complicado hablar sobre este tema es el marcar una fecha de partida de análisis y, también, el método de seleccionan de las/los/les músicos, debiéndose esto a que, básicamente, siempre han existido colas que hacen música. Por esta razón, se ha tomado la decisión de que el siguiente artículo partirá y mostrará sólo a las/los/les músicos que grabaron singles, álbumes o produjeron material, el cual se mostró y/o distribuyó masivamente y, por tanto, alcanzaron un reconocimiento e impacto a nivel nacional.     

Dicho esto, comencemos.

Claudio Arrau (1903-1991) nació en Chillán, y desde que cumplió un año de edad fue educado por su madre en el arte del piano. A los tres años ya daba conciertos, recibiendo así una beca para estudiar en Alemania junto a Martin Krause. No tuvo que pasar mucho tiempo para que su maestro lo llamara “su obra maestra” (González, 2018), y que el resto de la Academia catalogara a Arrau como “el más grande pianista del siglo XX” (En Viaje, 1944), siendo condecorado con la Legión de Honor de Francia, el Premio de la Música de la Unesco, grabando, además, el primer CD de música clásica de la historia.

Un maestro con todas sus letras, que además gozaba de una gran reputación… hasta que en 1957, llegó a la ciudad de Sidney, Australia para iniciar un tour que nunca se llevó a cabo. 

El asunto fue así: Arrau se instaló en Sidney unos días antes de su primer concierto y, según cuentan los registros, se fue a pasear a un parque de la ciudad. En este lugar dos policías lo vieron con una actitud sospechosa, así que decidieron seguirlo hasta llegar a unos baños públicos donde, al entrar, encontraron al pianista practicando cruising [teniendo sexo con desconocidos en un lugar público o pegándose un George Michael]. Una escena que no solo le trajo cargos por ‘conducta ofensiva’, sino que también le significó la cancelación de su tour y un gran escándalo a nivel internacional que ¡sorpresa! se habló poco o nada en Chile. Y, claro, todo esto podría haber quedado en una anécdota, sino fuera porque al poco tiempo, en una aduana de aeropuerto, al pianista le confiscaron pornografía gay de entre su equipaje, la cual era ilegal en ese tiempo (Contardo, 2012).

Ambos sucesos, que ahora serían simples pormenores de un rockstar, significaron devastadores para el artista tanto a nivel personal (olvidé decir que estaba casado y tenía hijos, ups) así como también a nivel profesional, llegando al punto de jamás volver a tocar música igual, tornándose “excesivamente cautelosa, intelectual y conservadora” (Sagot, 2018).

Claramente el asunto Arrau fue olvidado con el tiempo, en especial porque los medios comenzaron a prestarle atención a los nuevos ídolos y movimientos musicales que surgían en el país. Uno de estos movimientos sería ‘La Nueva Ola’ (1960-1980), fenómeno que se extendió por toda Latinoamérica, que mezclaba el rock & roll anglo con un toque de idiosincrasia local, y que llegaría a Chile de la mano de cantantes como Buddy Richard, José Alfredo ‘Pollo’ Fuentes y, por supuesto, Cecilia.

Conocida como ‘La incomparable’, Cecilia nació en Tomé en 1943 y para muchos no solo es una de las figuras más importantes de La Nueva Ola Chilena, sino que también uno de los primeros íconos LGBTQAI+ de Chile. Un honor que, sin embargo, choca con la política de la cantante, quien se ha negado incansablemente a hablar sobre su orientación sexual y/o identidad de género. De este modo, el interés por saber con quién se acuesta ha escalado al nivel de escribir libros sobre el tema. Un ejemplo de ello es ‘Cecilia, la vida en llamas’ (2002), de Carlos Peña, que fue censurado en su momento, ya que no solo repasaba la historia de la cantante, sino que aseguraba que ésta pertenecía a la Comunidad LGBTQAI+ y que sostuvo una relación por años con una de sus colaboradoras más cercanas.

Sea o no cierto esto, la nominación de Cecilia como parte de la historia de la música LGBTQAI+ de Chile tiene que ver menos con su vida personal y más con su propuesta artística. Ya que su voz rasposa y actitud enérgica y desfachatada (Carreño, 2010), sumado a un cabello corto y ademanes toscos, fueron de gran importancia para la liberación femenina de la época, en especial de las lesbianas. Puesto que su figura no solo fue una excusa para que muchas mujeres pudieran experimentar con un look más ‘masculino’, sino que también le permitió a otras tantas darse cuenta de su homosexualidad, siendo los fans club de Cecilia los lugares predilectos para encontrar a otras lesbianas (Peña, 2002).

Otro movimiento musical que gozó de popularidad en los 60s, pero que acabó estrepitosamente a principios de los 70s, fue la ‘Nueva Canción Chilena’. Una propuesta inspirada en Violeta Parra y en el folklore nacional (Rolle, 2003), y que fue representada por Patricio Manns, Margot Loyola, Quilapayún, Inti Illimani, entre otros.

Ya, puede que para muchos sea una barbaridad lo que se va a decir a continuación, especialmente para ciertos intelectuales de la antigua izquierda –whiskierda-, pero está más que comprobado que la Nueva Canción Chilena no fue 100% heterosexual. Y esta idea de una heterosexualidad general tiene que ver más con la influencia de Fidel Castro -quien creía que la homosexualidad era un vicio burgués (Contardo, 2012)-, impuesto a los militantes chilenos cuando tomaban cursos en Cuba, que con la realidad de las cosas. Un hecho que dio como resultado no solo el uso de la orientación sexual como un arma contra el enemigo político –Salvador Allende lo hizo en el Parlamento contra el diputado Juan B. Rossetti- sino que también contra los propios compañeros de izquierda, como fue en el caso de Rolando Alarcón.

Rolando Alarcón (1929-1973) fue un cantante, integrante del grupo Cuncumén, solista y un destacado homosexual. Tanto así que mantuvo una pública relación con José Luis Hernández, primera voz del Ballet Folclórico Nacional (Bafona), quien luego confirmaría al biógrafo de Alarcón, que ambos eran pareja y que ‘La canción de la noche’ y ‘Como el viento norte’ habían sido dedicadas a él (Contardo, 2012).

Pero, ustedes se preguntarán, ¿por qué no se sabe mucho sobre Alarcón si básicamente es el primer músico abiertamente LGBTQAI+ de Chile?, bueno, precisamente porque su carrera se vio afectada por la homofobia de su sector político. Esto puede verse reflejado en las declaraciones de Luis Corvalán, ex secretario general del Partido Comunista, quien admitió haber rechazado el ingreso de Rolando Alarcón al PC porque “era mariquita” (Vilches, 2014). Un hecho que pareciera irrelevante en este tiempo, pero que para la época significaba frenar el crecimiento de un artista, ya que el Partido Comunista era quien gozaba de la mayor influencia sobre la cultura del país. 

Sin embargo, hubo un cantante de la Nueva Canción Chilena que sí fue aceptado por el Partido Comunista, aún cuando su orientación sexual era y es un tema de debate. Un hombre que terminó siendo reconocido internacionalmente por sus canciones de protesta y oscura muerte, y que, actualmente, es considerado uno de los rebeldes más importantes de la historia del rock (Rolling Stone, 2020). Damas, caballeros y no binaries, con ustedes, Víctor Jara.

Muchos historiadores han escrito sobre la vida y obra de Víctor Jara (1932-1973), no obstante, la gran mayoría deja de lado los fuertes rumores de no-heterosexualidad que rondaron al artista durante toda su vida. De hecho, según el periodista Marcelo Mellado, la orientación sexual del cantante ya era un secreto a voces en los 60s y continuó siendo comentario obligado incluso después de su matrimonio con Joan Turner (Mellado, 2007).  

Igual estos rumores no son gratuitos, sino que se deben a cuatro factores:

1)     Víctor Jara tenía una antigua amistad con Rolando Alarcón (quien ya se aclaró era abiertamente gay), ya que ambos habían tocado juntos en Cuncumén. Una agrupación que, además, era compuesta por más de un integrante LGBTQAI+ (Contardo, 2012).   

2)     El cantante tuvo un fuerte vínculo con el teatro, arte que en los 60s continuaba siendo catalogado como algo para homosexuales. Sumado a ello integró la compañía de mimos de Enrique Noisvander, quien era abiertamente homosexual. Y, posteriormente, organizó y dirigió la obra ‘Entreteniendo al señor Sloane’, la cual incluye un beso entre dos hombres.

3)    Esto es cahuín duro… En una entrevista Patricio Manss, otro reconocido compositor de la Nueva Canción Chilena, éste declaró que le había sido muy difícil aceptar la sexualidad de sus colegas, Alarcón y Jara, teniendo con ambos una relación complicada, y prohibiéndole, más tarde, a su esposa juntarse con el primero (Party, 2019). “Yo venía de Nacimiento, era muy puritano. Era un chileno provinciano que no conocía el mundo, que nunca había salido al extranjero. De modo que asumir la homosexualidad de dos personas que, aunque en broma, te pegaban unos agarrones, bueno… me resultaba difícil” (Jouffé, 1997, pág. 167).

4)    El cuarto factor es turbio, por decirlo de alguna forma, y se debe a un incidente ocurrido el 7 de agosto de 1971, día en que Víctor Jara y Rolando Alarcón fueron detenidos en medio de una fiesta compuesta exclusivamente por varones menores de edad. Y, a pesar de que ninguno de los diarios que denunciaron los hechos presentó pruebas, este suceso terminó marcando un hito en la Izquierda. Ya que, aún cuando Jara y Alarcón fueron acusados de lo mismo y pertenecían al mismo sector político, el primero fue defendido por el Partido Comunista y la Izquierda en general, mientras que el segundo no tuvo ningún tipo de respaldo. Esto, según Eduardo Labarca, sería explicado en la época por el destacado miembro del PC Rodrigo Rojas con la frase: “[El partido] defiende a sus propios maricones” (Contardo, 2012, pág. 293).  

Hay un quinto factor que haría dudar de la heterosexualidad de Jara, pero es tan penca que solo sirve para presentar al siguiente nominado de esta lista. Bueno, en los 60s a Víctor Jara no solo lo acusaban de ser sodoma, sino que también de pertenecer a una cofradía gay (como un club de maricones básicamente), en la cual estarían incluidos otros folkloristas de la Nueva Canción Chilena, como Rolando Alarcón y un, menos conocido, Héctor Pavez. 

Héctor Pavez (1932-1975) fue un cantautor que cobró fama por rescatar canciones tradicionales chilotas y masificarlas en el resto del país. A pesar de haber estudiado teatro en la Universidad de Chile (lugar donde conoció a Víctor Jara), un reumatismo lo llevó a dejar las tablas, por lo que decidió incursionar en la música y el folklore. Sería en esta faceta que se toparía con, la que luego sería su esposa, Gabriela Pizarro, con quien formaría el reconocido grupo Millaray.  

Hasta ahí la historia conocida, sin embargo, muchos investigadores ‘casualmente’ olvidan que Pavez tuvo varias experiencias homosexuales antes y después de su matrimonio (Party, 2019). Y que, luego del golpe militar, dejó a sus cinco hijos para exiliarse en París,  donde comenzó a adoptar una expresión de género cada vez más femenina. Una exploración que, según el libro ‘La cueca larga del Indio Pavez’ (Valladares, 2007), haría que el cantante asistiera todo su último año de vida vestido de mujer a las fiestas. Hecho corroborado por Rolando Alarcón, quien además decía que Pavez se describía a sí mismo como “una loca tan loca que parezco lesbiana” (Contardo, 2012, pág. 295).

Otro artista que podría gozar de un puesto en la historia de la música LGBTQAI+ de Chile es Juan Capra (1938-1996) compositor, pintor y poeta conocido por su casa en Carmen 340, Santiago de Chile -donde se reunían y alojaban los más grandes artistas e intelectuales de los 60s. Además residió y expuso en París (una de sus obras fue comprada por el Louvre), Roma y Nueva York, diseñó el vestuario del grupo Millaray, fue torturado y murió en la absoluta pobreza. Ah y no era heterosexual (García, 2020).

En este sentido el cineasta José Maldavsky describiría a Capra como “muy reservado… No era un tipo con el que podías entablar una relación íntima fácil… Con el tiempo me fui dando cuenta de ciertas cosas que, en esa época, eran mucho más difíciles de hacer tan públicas, como hoy día” (Perspectivas a través de la Nueva Canción Chilena, 2015). Mientras que Ángel Parra diría que, “era un tipo de una sensibilidad extraordinaria, pero que no podía vivir en este mundo” (Perspectivas a través de la Nueva Canción Chilena, 2015).

Con el golpe militar de 1973 muchas cosas cambiaron, incluyendo la cultura en Chile. Un ejemplo de ello es la censura impuesta por documentos como la ‘Política Cultural del Gobierno de Chile’ (1975), en donde se establecía que «el arte no podrá estar más comprometido con ideologías políticas». Estas últimas, según Augusto Pinochet, estarían representadas por enemigos tan poderosos e implacables como… la quena, el charango, el bombo y la zampoña. Y es que a pesar de que en ningún momento se dijo explícitamente ‘se prohíben los instrumentos y músicos andinos’, el régimen tuvo durante todo su periodo una mañosa censura, la cual iba de lo ilegal (institucional) a lo incorrecto (solo mal visto socialmente), por lo que muchas veces ambas cosas eran la misma y al que no le gusta, bueno, ustedes saben… Un hecho que podría ser ilustrado por una carta de Héctor Pavez, de 1973, donde relata las nuevas condiciones que había dado el coronel Pedro Ewing para hacer música en Chile, “nada de flauta, ni quena, ni charango, porque eran instrumentos identificados con la canción social” (Jordán, 2009).

Otro mecanismo de censura que sufriría la música durante la dictadura serían las famosas ‘listas negras’, las cuales vetaban a todo músico acusado de izquierdista de grabar, salir en la radio, en el diario, o dar espectáculos en vivo. Esto traería como consecuencia el surgimiento de un circuito musical clandestino, y la renovación de la música chilena en general, donde las letras protesta pasaron a ser cada vez más poéticas, evitando así la persecución política.

Pero, ¿qué pasó con los colas en dictadura? Extrañamente en Chile no se persiguió directamente a las personas LGBTQAI+, o sea se hizo, pero no fue peor que en otros gobiernos. Por esta razón, no es tan difícil entender que en pleno régimen abrirían las primeras discoteques orientadas al público gay -‘Burbujas’ (1976) y ‘Fausto’ (1979)-, lugares donde se experimentaba cierta libertad, pero que se oía principalmente música envasada y de personas heterosexuales y cisgénero. Así lo recuerda Janin Day, una de las principales bailarinas de Fausto: “Antiguamente nuestros referentes eran cantantes y actrices latinas, como la Yuri o la Angélica Castro. No había ninguna Selena Gómez ni Beyoncé” (Galio, 2021).

Según Óscar Contardo (2012), en dictadura el problema no era la homosexualidad en sí, sino que la imagen femenina que estaba asociada a ello, el afeminamiento de los hombres (el resto del LGBTQAI+ ni existía en el imaginario). Por esta razón, en 1981, el grupo musical Village People -que básicamente son una oda a la cultura gay con su nombre, canciones y atuendos- se presentaron sin problema en TVN. Mismo fue el caso con Frankie Goes to Hollywood, cuyo video ‘Relax’ era transmitido en horario familiar, a pesar de que hace referencia al orgasmo masculino y muestra una fiesta con puros hombres vestido de cuero y de marineros. Una selección mañosa, como se dijo con anterioridad, que terminaría por construir la figura del gay chileno que sobrevive hasta la fecha: Mucho cola con estética masculina pero sin mensaje reivindicativo. Harta disco, cero protesta.   

De esta forma, hasta finales de los 80s, las opciones de entretenimiento para los jóvenes santiaguinos era bastante acotada (ni qué decir para la gente de región): o escuchabas a un cantautor en Bellavista, o bailabas canciones de Luis Miguel en Vitacura, o te disfrazabas de hombre ‘reservado’ en el día para ir a Fausto de noche (Alvarado, 2014). Eso sería hasta que, en 1991, ya sin toque de queda [terminaría en 1987], se llevarían  a cabo las fiestas más icónicas de la época, las famosas ‘Fiestas Spandex’.

Creadas por Daniel Palma, con el fin de recaudar fondos para el Teatro Esmeralda, las Fiestas Spandex destacaron desde un inicio por su propuesta alternativa, donde personas de todo tipo de se reunía para disfrutar de música house, Deee-Lite, C+C Music Factory y punk setentero, junto a show de gogos y transformistas (Opazo, 2017). Según cuenta Jordi Castell, gogó de las fiestas, “Todo el mundo que iba a Spandex sabía que podía encontrarse con un punk o el hijo de algún embajador bailando, había mucha diversidad de personas, edades, roles y modas. Más allá de ser abiertamente LGBTQAI+ las fiestas promovían el no cuestionar lo que estaba haciendo la persona de al lado”.  

Sería en este despelote de progresismo (lo más cercano a las fiestas Skins que se ha hecho en el país) que aparecería una de las primeras, sino la primera, canción de una artista abiertamente LGBTQAI+ en la historia de Chile: ‘Maten a todo el mundo hoy’ de Candy Dubois.

Candy Dubois (1934-1995) nació en Santiago de Chile, y fue criada por sus abuelos paternos hasta los 10 años, cuando fallece su abuela, y su padre decide abandonarla en una correccional de Valparaíso. Mientras intenta escapar del recinto, conoce a su primer amor ‘El Rucio’, quien muere trágicamente al caer del techo en un intento de huída. Luego de salir del recinto, Candy se encuentra en una total desprotección, por lo debe dormir entre los botes de la Caleta El Membrillo, montando show pobres para los pescadores, y así poder comer. Esto se prolongará hasta que un segundo enamorado, el ‘Chamu Mefi’, le consigue trabajo en un restaurante de la zona, donde Candy no solo se dedicaría a ayudar sino que también presentaría espectáculos de lip sync de Sara Montiel. Los cuales, por cosas del destino, serían vistos por el reconocido coreógrafo Paco Mairena, quien invitaría a Candy a probar suerte en los escenarios de Santiago (Bobe, 2021). 

Ya instalada en la capital (1964), Candy comenzaría a trabajar en el famoso Boîte Cabaret Bossanova, donde puliría su show y conocería otras cinco mujeres transgénero, con quienes decide abandonar la Boîte y montar sus propios espectáculos bajo el nombre de ‘Blue Ballet’ (1966). Luego de un exitoso tour por Arica, Antofagasta, Valparaíso y Santiago, la agrupación decide embarcarse a Europa donde, en su paso por Francia, Candy se somete a una cirugía de reasignación genital, casándose además con el francés Claude Dubois -de quien tomaría su apellido ya que antes se presentaba como Candy Santiago. En 1983 el Blue Ballet se separa y Candy regresa a Chile reavivando así la escena local con un show cabaretero de corte parisino (Bobe, 2021).  

Sería el  22 de junio de 1991, en la última Fiesta Spandex, ‘Noche de Época: La Nuestra’, que Candy Dubois subiría al escenario y cantaría su único single ‘Maten a todo el mundo hoy’ (Opazo, 2017). Un tema, compuesto por Andrés y Germán Bobe, que no lograría mayor repercusión mediática pero que, sin embargo, marca un hito en la historia de la música LGBTQAI+ de Chile, al ser interpretado por una mujer transgénero que, además, habla del VIH/sida. Según Germán Bobe, ‘Maten a todo el mundo hoy’, buscaba retratar y elevar a Candy como artista, así como también hablar de la injusticia y el desastre social  que causó la ignorancia, y el mal manejo, por parte de las autoridades, de la crisis del VIH/sida en Chile (y el mundo)”. Una pandemia que poco a poco llegaría al país, y que terminaría no solo matando a grupos enteros de amigos sino que también con la pequeña movida santiaguina que con ellos había surgido. “Tuve que enterrar a muchas personas, demasiados amigos muertos en esa época”, recuerda Jordi Castell.

Una década tomó para que se volviera a repetir lo que hizo Candy Dubois y surgiera, a principios de los 2000s, la primera camada de músicos abiertamente LGBTQAI+ en Chile. Entre los cambios que permitieron esta nueva oleada se podrían mencionar la despenalización, en 1999, de las relaciones consentidas entre varones -es decir, desde esa fecha se pudo ser cola con todas las de la ley (Contardo, 2012). También que el VIH/sida haya dejado de ser una sentencia de muerte, pasando a ser una enfermedad crónica, siendo garantizada la triterapia a todos los afectados desde 2003 en Chile (Contardo, 2012). Y, por último, la progresiva masificación de internet en Chile que permitió el acceso a programas de edición musical -como ReBirth, Fruity Loops- logrando así grabar música sin la necesidad de un sello discográfico.

Sería en este nuevo contexto en que aparecería una de las primeras y más importantes lesbianas en la historia musical chilena, quien terminaría siendo referente de la nueva movida electropop chilena, junto a artistas como Redulce, Kinder Porno, Anish, entre otres.  

Nacida en 1982, en Santiago de Chile, Sofía Oportot comenzó su carrera musical en 1998 junto al grupo acapella ‘Canción de Amor Desea Verle’, un proyecto que ironizaba sobre la cultura pop y que lograría en poco tiempo reconocimiento dentro de la escena indie local. Así sería hasta que, en el año 2000, el grupo se disuelve, por lo que Oportot decide aceptar la propuesta de un joven conductor de televisión, Sergio Lagos, quien la quería como parte del grupo de baile ‘Maniquí’, el cual acompañaba al animador en el programa Panoramix! (2001).

Maniquí era raro y hasta el día de hoy es difícil explicarlo, ya que sus tres integrantes (Sofía Oportot, Giovanni Gellona y Carola Castillo) no hablaban, ni cantaban y sus rutinas solo consistían en movimientos repetitivos y robóticos. Un concepto muy posmoderno -como dirían ahora- pero que para la época hacía perfecta sincronía con la nueva revolución sexual del país. “Maniquí tenía que ver con esta cosa de nueva moral joven. En Argentina estaba Miranda!, los pokemones, esta libertad incluso sexual. Era gay, abierto, suelto”, explica Sergio Lagos (Tapia & Hernández, 2017, pág. 273).

El asunto es que, mientras Sofía bailaba detrás de Sergio Lagos, conoce al productor musical Gabriel Vigliensoni, quien la convence para formar una banda donde sí pueda hablar y cantar, pero esta vez al ritmo del electropop. Una idea que solo tomará forma el 2003, junto a la bailarina de Mekano, Pía Cichero, y el ingeniero japonés, Takaomi Saito, formando así ‘Lulú Jam!’.

Aquí viene la parte graciosa, a pesar de que ninguna de las letras de Lulú Jam! hablaban abiertamente sobre la orientación sexual de Sofía, y que en un inicio estaba dirigida a niñas y mujeres de entre 15 a 20 años, la banda comenzó a ganar popularidad rápida y extramente… con la Comunidad LGBTQAI+. Un hecho que no molestó ni a Oportot, ni Cichero ni a Saito, pero que terminó encasillando a la agrupación como ‘algo para maricones’, sufriendo así lo que todo maricón teme en su vida: homofobia. “Una cosa brígida pasó una vez cuando fuimos a tocar a La Batuta, que antiguamente era un lugar súper homofóbico. Terminamos de tocar y justo ponen una canción que dice ‘Mataría al maricón y qué quieres hijo de puta…’ puede que lo hayan puesto a propósito. Igual yo lo veo medio chistoso aunque puede haber sido medio violento. Sobre todo para Taka que todo el mundo le decía ‘chino maricón’ por cómo se vestía, por estar en el grupo; y no era ni gay ni chino” (Ocampo, 2015).

El mismo año que se formó Lulú Jam!, otra banda comenzó a tocar en los escenarios locales, especialmente en la desaparecida discoteque Bizarre y las esporádicas fiestas Computer Love; su nombre era Pornogolossina, la primera banda abiertamente gay en la historia de Chile.  

Integrada por Felipe Muñoz (actualmente Felipink) y Edwin ‘Wincy’ Oyarce, Pornogolossina fue una agrupación que destacó por mezclar ritmos sencillos con letras explícitas e irónicas, inspiradas en Miss Kittin y la movida electroclash europea y estadounidense. Según Felipink, “Pornogolossina era la única banda que hacía música sobre cosas gay en ese tiempo. Lulú Jam! no era tan explícitamente LGBTQAI+, ni la Sofía hablaba tan abiertamente sobre ser lesbiana en sus letras. En cambio, nosotros, contábamos lo que realmente nos pasaba como dos hombres gay en sus veintes. Yo creo que nosotros fuimos los primeros que dijimos ‘somos gay y qué hueá, me gusta el pico, salir a carretear y tengo amores y desamores gay’”.

Al igual que la mayoría de las bandas del momento, las canciones de Pornogolossina no tenían discursos políticos explícitos, sino que se basaban en un hedonismo puro, es decir, hablaban sobre el placer y cómo todo lo demás les chupaba un huevo. Una postura que se vincularía con el miedo al fin del mundo -muy propio de los 2000s- y con el contexto político que se vivía en el país, donde la población estaba cansada de la llamada transición-a-la-democracia. “La temática desenfadada y decir ‘qué hueá’ tiene que ver con la época en la que estábamos viviendo, llevábamos 10 años de democracia pero al final nada había cambiado. Más que luchar contra un enemigo político como lo es hoy en día Piñera o Pinochet, nuestra lucha era por la libertad misma, el amor, el mostrarse como uno es nomás”. Ese sentimiento puede verse reflejado en canciones como ‘Trátame maltrátame’, ‘La moda mata’ o la icónica ‘Fashion TV’, que explora la pérdida de sentido político de los hombres gay por un mundo de hiperconsumismo.

“No es fácil vivir así, revistas de moda y Fashion Tv. Yo amo ser superficial, por eso soy tan especial, yo adoro ser artificial, me hace sentir tan especial. Salir a bailar con tres chicos guapos y ver quién es el que besa mejor”.

Paralelo a su trabajo con Pornogolossina, Felipink comenzaría a colaborar con otro proyecto de electropop en el que también se hablaba sobre la diversidad sexual, pero esta vez sin lo bonito o aesthetic con lo que se había asociado a la comunidad LGBTQAI+ hasta la fecha. Su nombre: ‘Indecencia Transgénica’ de Hija de Perra.

Víctor Hugo ‘Wally’ Pérez (1980-2014), más conocido como Hija de Perra, fue un transformista, modelo, actor y cantante reconocido por montar espectáculos donde se hablaba -sin ningún pudor- sobre los derechos sociales, las relaciones interpersonales, el capitalismo y el sexxxo. Todo con una estética muy trash y más cercana al punk que al pop (Ramírez, 2021).

A pesar de que no existen muchos registros sobre el trabajo musical de Hija de Perra, su disco ‘Indecencia Transgénica’ logró marcar la historia musical del país, ya que habla de la marginalidad de las diversidades sexuales, por medio de un discurso crítico contra la sociedad neoliberal. O sea, se trata de un disco que trae devuelta la canción de protesta de la Nueva Canción Chilena, mezclándolo con las nuevas tecnologías y el ritmo del electropop. “Yo llegaba con unas melodías y la Hija de Perra me decía ‘no, muy lindo, ensúcialo’. Y ahí yo le ponía sonidos más ruidosos, más saturados, manchando las bases con sonidos de peos’”, explica Felipink. Un proceso que daría como resultado canciones como, ‘Nalgas con olor a caca’, ‘Papito rico’ y ‘Reggaetón venéreo’, que desmenuzan el Chile post dictadura e invitan a “pegarse un charchazo para que te des cuenta qué tan inmundo eres tú”, como diría la misma Hija de Perra (Barros, 2010).

Existe una última representante de la movida electropop, de principios de los 2000s, que vale la pena mencionar. Partió en la escena con una banda de nombre ‘Tele-Visa’, que luego fue ‘Prissa’ y que, al final, terminó siendo un proyecto solista. Igual es medio conocida, no sé si les suena, se llama Javiera Mena. 

Siendo una de las más importantes artistas nacionales en la actualidad, Javiera Mena (Santiago de Chile, 1983) comenzó su carrera en 2003 con la banda ‘Tele-Visa’, junto a Francisca Villela, con quien luego se convertirían en ‘Prissa’ -por una solicitud de la marca Televisa y así evitar acciones legales-, lanzando en 2006 su EP ‘Ni tu ni yo’. La cosa es que, como todo geminiano que se respete, al mismo tiempo en que Javiera estaba en Prissa también trabajaba en su proyecto solista. Por esta razón, luego de que la agrupación se separó, Mena decidió darle con todo a su carrera en solitario, lanzando su primer disco ‘Esquemas Juveniles’ (2006). Un álbum que no solo le traería fama, sino que también recuperaría la credibilidad del pop en la música chilena y que se convertiría en una referencia para todo artista del género.

Fin a la biografía oficial, ahora viene lo bueno. El asunto es que Esquemas Juveniles no es un simple disco romántico, sino que está muy influenciado por la relación amorosa que tenía Javiera Mena en ese momento… con Sofía Oportot. Y es por esto que podría decirse que la música pop chilena actual es resultado del amor entre dos mujeres lesbianas, así de simple, así de hermoso. “Yo la admiraba mucho como letrista por las cosas que había hecho con Francisca Villela, que eran muy amigas y tenían un proyecto y después yo hice Prissa con la Pancha. Yo estaba en la universidad estudiando, haciendo letras. Por ejemplo, ‘Cámara Lenta’ o ‘El Amanecer’ son trabajos para la U, que me pedían onda, para taller de canciones. Tenía que entregar una y le dije ‘oye Sofi, haz tú esta letra’, porque la tenía que terminar para el otro día, era una tarea. Ella me ayudó a que me sacara buena nota y luego a hacer canciones. Así fue como nació ‘Como Siempre Soñé’ (Tapia & Hernández, 2017, pág. 290).

Sin embargo, mucha gente puede decir que siempre se supo que Javiera Mena es lesbiana. Y sí, eso es cierto, pero el problema es que la artista nunca lo hizo explícito en su música; ni en su primer disco, ni el siguiente -Mena (2010). Un hecho que para 2014 ya no daba para más, así que la artista decidió lanzar el video ‘Espada’, del disco ‘Otra Era’, haciendo claras referencias lésbicas, y además apareció en la portada de la Revista Cosas con la cuña: “Me gustan las mujeres”. De esta forma, Javiera Mena no solo hace pública su orientación sexual, sino que también marca un hito como la primera músico en reconocerse como lesbiana en una revista de papel.

El mismo año en Javiera Mena lanza Esquemas Juveniles, Álex Anwandter partiría su carrera junto a la banda Teleradio Donoso. Una agrupación que con tal solo dos discos –‘Gran Santiago’ (2007), ‘Bailar y Llorar’ (2008)- se ganaría el respeto de toda una generación ansiosa por un rock menos machoxcore y más bailable.

A diferencia de Javiera Mena, Álex Anwandter (Santiago, 1983) no tuvo una salida de clóset tan evidente ni kitsh, y eso se debe principalmente a que a lo largo de su carrera siempre existió un toque de mariconería. ¿Un ejemplo de eso? La canción ‘Granada’ (2008) dice: “yo quiero ser una estrella y ser bella para él”, un cambio en el género del narrador que, según el mismísimo Anwandter, hace referencia a “un grito fervoroso sobre la subversión [al que], sin embargo, debido a que la estética del grupo era tan heterosexual, no se [le] prestó mayor atención, siendo que hace referencia a una cosa súper personal mía” (Galio, 2018).

Un grito cola que luego se haría más evidente con su álbum solista, ‘Rebeldes’ (2011), que incluía el single ‘Tormenta’, con un video en que aparecen parejas LGBTQAI+, y también ‘¿Cómo Puedes Vivir Contigo Mismo?’, que hace referencia al documental ‘Paris Is Burning’ (1990) donde se narra la vida de la comunidad LGBTQAI+ y el nacimiento del voguing en el Nueva York de finales de los 80s.

Un hecho que sí se podría decir marcó la vida LGBTQAI+ de Álex fue el asesinato homofóbico sufrido por Daniel Zamudio (2012), el cual generó en el artista una posición más fuerte a favor de los derechos LGBTQAI+. “Me afectó entre comillas un poco más que al común de las personas, porque supe de él un par de veces antes de su muerte, porque me había escrito. Lo de Zamudio pasó en 2012 y las canciones de Rebeldes (2011) ya eran bastante gay. Él, como mucha gente, se había sentido interpretado, o abrazado con esas canciones” (González, 2017). Esta transformación se puede ver reflejada en actos como los Latin Grammys de 2016, cuando Anwandter cantó ‘Manifiesto’ (“Hoy soy mujer, hoy soy mujer, el maricón del pueblo, aunque me prendan fuego”), dirigiendo la película ‘Nunca vas a estar solo’ (2016), basada en Zamudio, y sus entrevistas, donde ha hablado abiertamente sobre relaciones pasadas con mujeres y lo poco probable que cree que eso vuelva a suceder (El Amor Segun, 2019). Todo eso sin olvidar otras luchas sociales, como la crítica al capitalismo y el patriarcado en su disco ‘Amiga’ (2016) o la des-colonización en ‘Latinoamericana’ (2018). 

A diferencia de otros artistas mencionados en esta lista, tanto Javiera Mena como Álex Anwandter decidieron hacer escuela cola, ayudando a otros artistas LGBTQAI+ (o aliadas/os/es) a desarrollar sus proyectos. Este es el caso de ‘Marineros’ -Constanza Espina y Soledad Puentes- apoyadas por Javiera Mena, y Francisco Victoria que contó con la producción de Álex Anwandter para su primer disco. Una forma de trabajo colaborativo que se repite con otros artistas LGBTQAI+, y que habla de una nueva Comunidad + chilena, la cual entiende la importancia de extenderle una mano al maricón de al lado.

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