Reportaje
25/11/2021
Texto: Fa Mazuela Ilustración: María Jesús Contreras
Texto: Fa Mazuela Ilustración: María Jesús Contreras
25/11/2021

Castigadas por rechazar la idea de tener hijos y atreverse a contarlo

¿Por qué aún debemos hacer frente a preguntas impertinentes?

 

“Todavía cuesta entender que es una decisión como cualquier otra”, “cuando lo dije me sentí cuestionada por mi familia”, “estar dando explicaciones por mi elección me parece obsoleto”, son parte de los testimonios.

 

 

Pese a los avances en temas de género sorprende que aún hoy se desligitime la elección de no querer ser mamás por voluntad propia cuando es precisamente la mujer la que decide sobre su cuerpo y nadie debería normalizar que se le hostigue por ello. No tener hijos es tan válido como tenerlos.

 

En el afán de hacer valer mi libertad me estrellé contra decenas de barrotes. Desde pequeñas la pregunta ronda: ¿cuántos hijos quieres tener? Ser mamá para una niña es tanto un anhelo como una obligación. Cuando a los 13 años supe que los niños no estarían en mi vida y respondía con la verdad ante la interrogante que me había perseguido desde la infancia, la gente me miraba con asombro e incredulidad por mi escasa experiencia. Todavía me faltaba tanto por crecer y equivocarme.

 

Al sobrepasar los treintitantos avanzando firme y sin culpa a los 40, la interrogante cambia a ¿por qué no tienes hijos? Las opciones en la cabeza de tu interlocutor siempre van desde tus eventuales problemas reproductivos, algún trauma que seguramente te invalidó, hasta tu sospechosa orientación sexual. Poco aportan tus argumentos porque el juicio ya está hecho incluso antes de que las palabras salgan de los labios de ese otro que a esas alturas opera como un árbitro.

 

Las miradas de compasión se multiplican a medida que el tiempo pasa y provienen de los compañeros impertinentes, las vecinas asomadas, los abuelos frustrados o incluso de tu ginecólogo que en cada visita te habla de los variados tratamientos de fertilidad por si en última instancia te llega la inspiración científica.

 

“A las mujeres se nos pregunta recurrentemente si tenemos o no hijos mientras que a un hombre jamás se le formula esa pregunta. Cuando la respuesta es ‘no quiero’ se genera un cuestionamiento, como si tuviéramos algún problema. Todavía cuesta entender que es una decisión como cualquier otra”, plantea la periodista Gabriela Lucero Ruz, de 47 años, quien nunca tuvo entre sus planes embarazarse. “Estar dando explicaciones a cada rato de por qué no quiero ser mamá me parece bastante obsoleto, aunque eso también demuestra el sesgo que hay hacia la mujer por parte de la sociedad que en Chile no sólo es patriarcal, sino muy religiosa y siempre ha promovido la familia modelo”.

 

 

Libres de decidir

 

Desde que nos hacemos adultas estamos bajo el escrutinio procreacionista que nos impulsa a quedar embarazadas por motivos tan insustanciales y egoístas como afianzar la pareja avanzando un paso más en la relación; dar vida a una mini Juanita o mini Pedrito, un clon que se va a encargar de perpetuar tu linaje o asegurarte una compañía de por vida “para que no te quedes sola”, te recomiendan. Pretenden instalar la idea de que las mujeres solteras y sin hijos valemos menos.

 

La locutora Majo Torrealba (42) cuenta que “a los 35 me di cuenta que no quería hacerme cargo de otro ser humano, que no estaba preparada para ser mamá y que tenía otros intereses. Cuando de repente llego a los carretes de mis amigas todas están con sus parejas e hijos. Yo siempre ando sola. Al principio me sentía mal, pero ahora lo disfruto porque no tengo que darle explicaciones a nadie”. Ya empoderada de su postura defiende el libre albedrío: “Una mujer se realiza no sólo por el hecho de ser mamá, sino al desarrollarse desde donde le nazca y no por lo que le impongan. Toda forma de vida es válida y no por no tener hijos somos menos mujeres”.

 

Carol Núñez, supervisora de ventas de 50 años, cuenta que “a los 30 recién me atreví a transmitir mi decisión, pese a que la había tomado mucho antes. Los prejuicios me hicieron tardarme más, me daba miedo que me juzgaran por algo que para mí era natural, pero que para ellos era demasiado antinatural. Cuando lo dije me sentí cuestionada por mi familia, cuya base es bien machista”. En torno a ella hubo una interpretación errónea producto de su soltería: “Creo que pensaron que mi opción iba de la mano a no tener una pareja estable y no porque simplemente no tenía ganas de traer un hijo al mundo. Es la vida que elegí vivir y no me tendrían que descalificar por ello”. Y recuerda que cuando era más joven “la frase clásica del Año Nuevo era ‘ojalá te cases y seas mamá’. ¿Por qué me deseaban algo que no me interesaba? Supongo que ahora lo han entendido porque mis sobrinos mayores tampoco pretenden ser padres, entonces ya no soy la única”. Sin embargo, advierte que “detrás siempre hay un reproche a tu estilo de vida por no haber querido ser mamá, que es una responsabilidad que asumes y no se acaba nunca. Yo no estaba dispuesta a eso”.

 

De hecho, por ser la hija soltera sin niños fue conminada a hacerse cargo de su madre al llegar la vejez. Debido a la pandemia volvió por un tiempo a la casa de su mamá y ahora ya no puede dar marcha atrás: “Los demás consideran que por ser soltera tengo menos responsabilidades, y más tiempo y dinero a diferencia de mis tres hermanos que tienen que criar y educar a sus hijos. No es algo que te impongan directamente, pero cuando hay que actuar nadie puede hacerlo. Alguien tenía que asumirlo y para ellos es normal que yo me quede con mi mamá. Por un lado viene el castigo porque a mí no me gusta esta figura, aunque reconozco que no la miro mucho desde fuera hoy en día. Prefiero tomármelo de manera positiva como una oportunidad para reencontrarnos y reconocernos”.

 

Somos castigadas por la porfía, por rechazar el modelo familiar madre, padre e hijo; por desobedecer el orden natural de la especie humana impuesto desde la antigüedad desperdiciando el milagro de la concepción asociado a la mujer y por privilegiar el comportamiento hedonista buscando el placer personal sin sacrificarnos por otro ser humano, evitando ser las mártires y en consecuencia, cambiando las reglas. Ya no somos las heroínas sumisas apegadas al libreto. Somos las guionistas capaces de corregir sin miedo, tachar y dar los giros que consideremos necesarios a nuestras historias que son propias e íntimas.

 

Sin hijos somos mujeres tan valientes como las que se atreven a ser madres. Tomamos un camino distinto, porque tenemos el derecho legítimo de plantear nuestras vidas como mejor nos parezca sin tener que adherirnos a un patrón tradicional de conducta. Permitámonos y permítannos ser libres.

Otros Relacionados