Columna
05/04/2022
05/04/2022

Mi primera no monogamia tal vez sea mi única no monogamia

Hace unos meses atrás, quise crear un espacio paralelo al de mi taller neoamor (un taller de lecturas feministas sobre el amor) para las personas que ya habían asistido y que buscaban un lugar de conversación más distendida sobre no monogamias. Le puse “oncecitas neoamorosas” y aunque el entusiasmo era grande, no las pude mantener con la frecuencia que quería porque para ser sincera, me enamoré, y eso se llevó mucho de mi tiempo, mente y corazón.

 

 

La temática del primer encuentro de las oncecitas neoamorosas era: “mi primera no monogamia”. Me pareció en ese entonces un perfecto lugar para comenzar conversando. Ese primer salto fuera de la monogamia debe ser uno de los lugares más confusos y opacos por el cual una puede transitar: ¿cuáles son las reglas? ¿qué me acomoda? ¿qué me duele? ¿qué deseo? ¿qué puedo pedir? ¿qué es demasiado? ¿dónde está el límite entre la sumisión y el cuidado? ¿con quién hablo sobre esto? ¿a quiénes se lo oculto? No creo que las cosas después de eso se vuelvan más fáciles, de hecho, las preguntas aumentan y se vuelven más complicadas, pero ya con unos años de no monogamia encima, les puedo compartir que una aprende a sobrellevarlas mejor. Ya tu psicóloga está familiarizada con el tema, tu círculo más cercano, ya sigues a muchas cuentas en Instagram que se dedican a las no monogamias y lo más importante, después de un tiempo (en el mejor de los casos) ya conoces a otras personas que están en la misma. Ese es el mayor alivio y el más grande tesoro.

 

 

La noche que abrí mi relación estaba tan eufórica que no podía dormir. Podría recorrer palabra por palabra esa conversación que tuvimos con el Noël, las maneras en las que fuimos deambulando sobre nuestros deseos, pero también sobre nuestros miedos y las frases que íbamos dejando para ver qué tanto el otro picaba. Los dos picamos mucho, lo queríamos todo, lo veníamos pensando hace un rato, pero el temor a -esa- conversación nos había cohibido. A pesar del resquemor que podríamos haber tenido, esa estaba siendo una de las conversaciones más lindas, cálidas y amorosas de nuestro pololeo. Yo estaba acostada en el sillón, sintiéndome en el espacio más seguro del universo, tenía los pies sobre su regazo y él estaba sentado al otro extremo, apoyado un poco hacia delante, con los ojos cargados de ternura. Hasta entonces, nunca había confiado tanto en el amor como esa noche. Era tarde, por alguna razón no había nadie más en su departamento y conversamos un buen rato a oscuras, solo nos iluminaba un poco la luna y otro harto las luces del Costanera Center. Hicimos una serie de reglas y acuerdos, un marco de acción: delimitamos personas, lugares, frecuencia y conversaciones. Y generamos el lema que más me ha servido para entenderme en las no monogamias: nos cuidamos, cuidamos nuestra relación y cuidamos a les otres. Lo queríamos hacer desde el cuidado, no desde el consumo, solo por una intuición, sin entender realmente la relevancia de aquello.

 

 

Cuando nos fuimos a acostar, él se durmió rápidamente como siempre lo ha hecho, dando unos pequeños saltitos que nunca dejan de asustarme. Yo en cambio, figuraba pegada mirando el techo, pensando e imaginando con exaltación, el mundo de posibilidades que recién se me había abierto. Meses más tarde, esa sensación de apertura se empezó a sentir más como una avalancha, así que busqué respuestas donde más podría encontrarlas: en el feminismo y en los libros. Así nació el taller neoamor, de una yo aturdida en preguntas, pasando semanas enteras devorando lecturas, esperando encontrar en esas autoras las certezas que necesitaba para poder (re)pensarme en los quehaceres del corazón. Pero no fue suficiente, lo que necesitaba era poder conversarlo con más personas, por eso la idea del taller.

 

 

Al día siguiente de esa importante conversación, invité a una chica a que hiciéramos algún panorama. La había conocido hace poco y quedamos en comer postres veganos y fumar pitos en su departamento. Estaba nerviosa a morir, no sabía qué postre llevar, así que simplemente elegí todos los sabores. Esa tarde me contó sobre su vida como poliamorosa y yo la miraba pensando que era la persona más valiente, más soñadora y más extraña del mundo. No la entendía, nada me cuajaba, pero algo muy adentro de mi corazón se empezó a remover. Ahora pienso que la manera en que las personas me miran cuando hablo de poliamor, es exactamente la misma forma en la que yo la miré a ella. A veces con más o menos curiosidad, con una pizca de admiración o de rechazo, pero siempre con ese brillo de perplejidad, que en ocasiones se siente como mucha lejanía. Esa cita no terminó en besitos como esperaba, nos pasamos la tarde viendo videos en YouTube y riéndonos a más no poder, y en el camino de vuelta a casa pensé en esa sensación de estar a años luz de ella.

 

 

Más de tres años han pasado desde entonces, ese sentimiento de distancia astronómica con ella, ya lo perdí (a pesar de que no la he vuelto a ver en años y no sé mucho qué será de su vida) y aún sigo en mi primera no monogamia. Ahora que lo pienso, tal vez sea mi única no monogamia y la idea de que pueda existir una primera, luego una segunda y una tercera no me parece tan acertada. No porque crea que las relaciones que mantengo ahora van a existir para siempre, sino porque desde que di ese salto fuera de la monogamia he entendido de qué manera esta nueva forma de relacionarme con las otras personas se alinea mucho más con las cosas que yo creo y que deseo para mi vida. Y puede ser que, en algún momento de mi existencia, vuelva a tener relaciones con exclusividad sexual (tal vez, quién sabe, ojalá que no), pero ese aspecto es solo un pequeño pedazo de lo que constituye la monogamia hoy en día, Brigitte Vasallo la denomina la moneda de cambio, el símbolo: “la monogamia no se desmonta follando más, ni enamorándose simultáneamente de más gente, sino construyendo relaciones de manera distinta que permitan follar más y enamorarnos simultáneamente de más gente sin que nadie se quiebre en el camino” (Vasallo en El desafío poliamoroso).

 

 

Uno de los pilares fundamentales de mi proceso, ha sido remover la estructura jerárquica impuesta sobre mis afectos y darle a mis amigues un lugar central y de altísima importancia. No son secundarios, no son estrellas fugaces que aparecen de vez en cuando, sino que son los árboles que construyen el profundo y hermoso bosque de mi existencia, son mis amores, son las personas con las que también sueño mi futuro. Poder incorporar eso me ha hecho mucho más feliz, porque además he podido ir soltando la idea de que tengo que ser suficiente y absolutamente todo para mi pareja y que esa persona tiene que completarme increíblemente. No somos ni medias naranjas ni naranjas completas, tal vez solo seamos pedacitos de fruta existiendo con otros pedacitos de fruta en el tutti frutti de nuestras vidas.

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