La primera vez que vi una vulva tenía 9 o 10 años. Una compañera de colegio abrió, por debajo de los pupitres y rodeada de ojitos y delantales azules, unas hojas a color que logró imprimir muy temprano en la mañana, a escondidas de su familia mormona. “Doble penetración”, dijo. Yo giraba la cabeza intentando encontrar el arriba y el abajo de la imagen. Qué era pierna, qué era pene, qué era ano, ¿ano? ¿Por qué un ano? No pude sino archivarla en mi memoria con un cartelito de “pendiente” para cuando la vida se revelara a sí misma y me permitiera entender la mecánica y arquitectura de la doble penetración.
Mi compañera siempre traía hojas impresas a color, aunque tengo que decir que, aún hoy, creo que esa primera imagen fue un poco dura para empezar. Las imágenes eran screenshots de películas que había visto junto a sus hermanxs, y mientras las mirábamos nos contaba con lujo de detalles la trama de la película. Al tiempo que ella contaba, otra compañera que era seca dibujando monos chinos reproducía las escenas, un poco copiando y un poco imaginando cómo se vería un clítoris, un trío, un nudo de bondage o una invasión de aliens con penes gigantes. En esa época de la infancia el sexo era tan horrible como el asesinato y estos relatos funcionaban como historias de terror. El deseo, ese tacto interno que un día te conecta con el placer y del que no se retorna –al menos en mi caso-, estaba aún tan lejos que el relato porno equivalía a contar la historia de los uruguayxs que se comieron entre ellxs en Los Andes. Un acto salvaje, absolutamente reprobable, pero entretenido y atractivo. Secreto, sobre todo. Pero, siendo así, ¿cómo puede ser entonces que la gente tenga sexo y además lo grabe para que todxs lo vean?
La Gabs me cuenta que la única vez que se grabó estaba sola peleando contra su cuerpo, que en el imaginario no lograba llenarla, pero que frente al espejo le gustaba y la sexualizaba. Se grabó tirando consigo misma y se calentó. Ese es el primer golpe de un sextape: tu propio cuerpo haciendo cochinadas. Es como escuchar tu voz en una grabación o ver tu perfil en una foto. Ángulos de nosotrxs mismxs que no habitamos y que nos hacen saltar en un cringe transversal, porque de esto sí que nadie se libra. Una cosa como un oleaje en el bajo vientre que se parece a la calentura y al miedo en partes iguales, y que funciona como barrera. La pasas o no la pasas. Es placentera o una tortura. La Gabs la pasó, y fue placentera. Pero si no la pasas o es una tortura, el origen del problema es súper claro. Hay cuerpos hechos para pantalla y la mayoría de nosotrxs no tenemos de esos. Yo, por ejemplo, puedo describir mi cuerpo en seis carácterísticas y ninguna sirve para la pantalla: Tetas de amamantadora, estrías, celulitis en los muslos, brazos gordos, rollito delantero, pelos. Suena a que me estoy dando con un látigo, y si digo esto delante de otra gente me dicen, “pero cómo se te ocurre, si eres hermosa”. No, claro, eso lo sé. Es que tener tetas caídas, celulitis y pelos, no interfiere necesariamente en las bellezas. Y esto lo supe a penas me vi en la pantalla de mi teléfono saltando sobre mi amante.
La primera vez que me grabé culiando tenía 29 años. Estaba en cuarentena, encerrada con este tipo en un departamento que se caía a pedazos y nos gustábamos mucho. Prefiero pensar ahora que no estaba tan enamorada, pero sí muy caliente con él, narrativa oficial del drama que me mantiene a salvo de la locura por el momento. Y durante meses puse mi cuerpo a prueba. No podía parar de tirar. Pero también es injusto decir que era solo de caliente. La ruptura con este tipo fue la más dura, lastimosa y psicótica que he tenido en mi vida y ahora que la tengo más amansada pienso que, siendo bien sincera, lo que me dolió fue el haber creído que habíamos logrado algo divino en el sexo. Porque mi ideal de unión es erótico y creo que este luto tan cuático no fue por el loco, sino por el sexo que tuve con él. Fue largo y desesperante decirle adiós a algo que sentía como un logro colaborativo, incluso dependiente: tanto aprendizaje, crecimiento, creatividad, explosiones, tanto trabajo. Bueno, en eso estaba antes del quiebre psicótico, plena pandemia en mi pobre cama maltratada, loca de placer creando, cuando agarré el teléfono y grabé mi primera sextape.
La Cata me regaló dos párrafos que se llaman Lo importante es practicar:
“Es fundamental practicar. Eso pensé la primera vez que puse mi teléfono en la ventana y corrí a la cama para ver cuál era mi mejor ángulo en calzones. Puse un filtro de luz roja en Instagram, pensando: cómo me gustaría ser Generación Zeta y no Millennial, y tener ideas preciosas para responder en el sexting. Pero sin saber qué decir, seguía recibiendo mensajes hot del que hasta hoy es mi receptor continuo de porno. Te pregunté a ti, amiga, ayúdame, no tengo ganas de un video y escribir no me está resultando. Qué fome escribir me dijiste, nunca lo hago. Fue entonces cuando envié mi primer orgasmo por un audio de WhatsApp.
Desde ese audio han pasado varios videos, fotos, GIFS, historias del tipo bombita y lo que para mí fue la graduación: una buena sextape. Estábamos tirados en la cama, él con la cabeza sumergida en mí y yo arqueando la espalda hacia atrás, sintiéndome tan perfecta que agarré el teléfono y le dije nos voy a grabar. Alzó la vista para pensarlo y como si las orejas se le hubiesen agrandado, sonrió diciéndome que ya. Puse el teléfono en su escritorio, prendí la cámara y ahí estaba: La escena más hermosa y explícita que había visto. Amándola me volví a tirar hacia atrás para darle material a esa cinta y lo que pasó después fue quizás un recordatorio de mi primer acercamiento con la idea de grabar una sextape. Estaba en mi pieza a punto de irme al colegio y en la tele pasaban el episodio de Friends en donde se sabe que Ross es el papá de la hija de Rachel. Lo habían descubierto porque él sin querer dejó una cámara grabando mientras tiraban en el living. Al final del capítulo ambos ven la grabación juntos para decidir qué hacer con ella. Como nosotros, que nos tumbamos uno al lado del otro y comentamos la película, él a gusto con la forma de su espalda y yo sorprendida con lo animal que se veía todo.”
Me gusta el sexo, la locura, lo que está oculto y lo explosivo. Me gusta el escándalo y grabarte culiando es hacer mucho escándalo. Al poco tiempo de grabarme por primera vez sentí pena de que nadie más pudiera ver tanto placer, tanto arte. Sé lo posmo que suena que diga que tirar es arte, pero por eso me atrevo a hilar más fino: verme tirando me produce un placer que trasciende de la calentura que da el ver sexo: navega con la belleza y la emoción del acto amatorio como eso, un acto de amor. No son las neuronas espejo solamente. Y, como dice mi compañero, “es un acto extraordinario, cómo no vas a querer grabarlo”. Tu forma y tu esquema se quiebra, te pones en cuatro patas, sudas un montón, hablas en otro idioma y dices cosas hermosas. Y algo me pasa cuando eso que observo y me llena de admiración es mi propia carne explayándose en su lenguaje, bajo sus normas, en el código absoluto que tejen lenguas, babas, contornos y choques, sonidos, idas y venidas, súplicas, besos. Algo pasa cuando me veo amando, cuando veo que me aman, al menos así, con el cuerpo. Algo me pasa con la entrega, esa vulnerabilidad tan evidente, tan sagrada. Algo me pasa con mi forma, no apta para pantallas, vibrando en una. Quisiera verme vibrar en muchas, en todas las que sea posible.
Después de esa primera grabación descubrí el álbum oculto que tiene mi iPhone y no le di respiro a la cámara –soy trabajólica-. Debido a mis itinerarios sexoafectivos, ese álbum se ha llenado y vaciado varias veces. Yo haría del porno mi oficio, si no fuera porque me grabo en el amor y el salario no es en pesos chilenos si no que en corazón. Tampoco se firma contrato, se vive o se muere. El despecho me ha hecho eliminar ese álbum completo muchas veces, y aunque me demoro dos días en volver a llenarlo, hay uno que otro contraluz que nunca voy a olvidar, aunque quiera. Y no porque añore al amante eliminado –too proud for that-, sino porque vi algo bello en esa toma. Era yo, era mi contorno, búsquedas del cuerpo cariñoso, un reconocimiento en lo privado que venía de mi vida pública, del amor entregado, con la forma de besitos perdidos por mi pelo. No creo que llegue a grabar una doble penetración, ni las historias de extraterrestres tulones que dibujaba mi compañera experta en monos chinos. No sabía tampoco, en ese tiempo, que estaba siendo convocada a un descubrimiento definitorio, a una charla vocacional, y que esos eran ejemplos de lo que jamás hay que hacer si se ama el sexo. No, no puedo lanzarme a la industria, porque mi gusto no aguanta ni Érika Lust. Lo tomo como una señal: cuando no existe lo que te gusta, tienes que crearlo, duh. Lo bueno es que una se la pasa tirando, imaginando cosas nuevas, grabando aciertos, trabajando en la belleza y pagando con amor.