5 voces femeninas contemporáneas de la literatura chilena - Galio
Columna
08/07/2022
08/07/2022

5 voces femeninas contemporáneas de la literatura chilena

En los círculos literarios los nombres femeninos no solo han aumentado en frecuencia, sino que también en relevancia. El canon literario chileno está mutando, bajo las tensiones de las nuevas voces contemporáneas que parecieran no tener cabida en esos espacios tradicionales.

Este texto pretende celebrar las voces de cinco autoras chilenas contemporáneas que, con diversas trayectorias y temáticas, se han posicionado en el panorama literario chileno actual.

 

 

En agosto del año 2017, el diario español El País publicó un artículo titulado “El otro boom latinoamericano es femenino”. Esto en el contexto de que Distancia de rescate (2014), novela de Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1977), fue finalista en el “Booker Man International”, uno de los premios de habla inglesa más importantes en los cuales es poco común que un libro en español, escrito por una mujer argentina, compita. En este contexto, y como previó el periódico, en los últimos años la presencia de autoras femeninas en los premios más importantes de literatura ha aumentado en todo el mundo, incluyendo Chile. Si bien el número no se compara a autores masculinos, en los círculos literarios los nombres femeninos no solo han aumentado en frecuencia, sino que también en relevancia. El canon literario chileno está mutando, bajo las tensiones de las nuevas voces contemporáneas que parecieran no tener cabida en esos espacios tradicionales.

 

Aunque el escenario no es igual para escritores hombres y mujeres, hoy, la escritura de mujeres chilenas se concibe a sí misma como un espacio que reconoce la diversidad de plumas, confrontándose constantemente con los estereotipos de la mujer escritora. La escritora Paulina Flores se refirió a lo anterior, apuntando al pensamiento común de que las mujeres escriben sobre la “vida íntima”. En este sentido, este texto pretende celebrar las voces de cinco autoras chilenas contemporáneas que, con diversas trayectorias y temáticas, se han posicionado en el panorama literario chileno actual. La temática común que las une es que todas escriben de alguna manera – y hasta cierto punto – de ellas mismas. Sus historias, desde distintos contextos sociales, se mezclan y entretejen junto a sus escritos; incluso cuando se trata de ficción.

 

 

Alejandra Costamagna

 

Ania recuerda ahora, ahora que Agustín se ha ido y hay que despedirlo, los escasos diálogos sostenidos con él, su mirada tartamuda y al mismo tiempo vigilante, como si no hablaran el mismo idioma, pero fueran parte de la misma tribu. El hijo de Nélida y Aroldo como un área resbaladiza en la ruta de sus recuerdos.

 

De padre argentinos, Costamagna nació en Santiago (1970) tras la huida de su familia de la dictadura argentina del general Juan Carlos Onganía. Es periodista de la Universidad Diego Portales, y participó de diversos talleres literarios durante sus estudios. Desde niña interactuó con la escritura a través de diarios de vida que llevaba intermitentemente; pero fue durante su adolescencia que el profesor Guillermo Gómez del Francisco Miranda, le recomendó leer a grandes autores de la literatura del mundo. Además de escritora ha trabajado como redactora, comentarista, y conductora radial.

 

El sistema del tacto, novela publicada el 2018, sigue el viaje de Ania hacia Argentina, debido a un favor encomendado por su padre: despedir a su tío Agustín, quien está muriendo a ese lado de la cordillera. Ania debe viajar entonces desde Chile a Argentina, y ese viaje supone también un viaje por la memoria, por su historia familiar y personal, que se remonta a una mujer que emigra desde Italia. Entre fotos, manuales, enciclopedias, máquinas de escribir, libros y cartas, Costamagna realiza un paralelo entre la historia de Ania, y el relato de Agustín -que comienza en 1978- y en el cual también se narran las visitas de “la chilenita” al hogar argentino. En palabras de la autora, es un relato sobre el desarraigo, sobre el no pertenecer, sobre la identidad, y lo ajeno. Es también un relato sobre las ausencias, el dolor y lo foráneo. A más de 1500 kilómetros, en siglos y contextos políticos diferentes, Agustín y Ania – Chile y Argentina – se encuentran en un intento de dar sentido a sus vidas, de explicar también la complejidad y la soledad de la herencia y la familia. El sistema del tacto implica adentrarse a las ruinas, a la pérdida, y reconocerse como parte de aquello: es tener que migrar no solo geográficamente.

 

 

Daniela Catrileo

 

Nos preguntó si conocíamos el significado o la procedencia de nuestros apellidos. Nosotras respondimos con timidez, negando con la cabeza. Pensábamos que nos iba a retar (…). Ese día aprendimos que éramos mapuche para los ojos de los otros. Antes de ese día éramos sólo niñas y niños.

 

Es una escritora mapuche nacida en Santiago (1987).  Además de ser escritora, es profesora de filosofía, y ha realizado estudios sobre género y estéticas americanas. También es miembro fundadora e integrante de la Editorial y Colectivo Mapuche Feminista, Rangiñtulewfü. En 2019 obtuvo el Premio Municipal de Literatura de Santiago por su poemario «Guerra florida. Rayülechi malon» (edición bilingüe, escrita en castellano y mapudungun) y al año siguiente obtuvo el premio a las Mejores Obras Literarias Publicadas por su libro de cuentos Piñen.

 

De herencia y linaje mapuche, siempre ha mantenido una estrecha relación con la cultura. Para ella la literatura es política: “las formas de creación como los procesos políticos no pueden concebirse de manera aislada, porque están imbricados. La creación es política, en tanto, es la expresión viva de un pueblo presente que lucha y resiste constantemente por su existencia”. En su prosa y poesía entonces, se muestra sin tapujos la realidad de ser mapuche en un país racista como un acto político.

 

Piñen está compuesto por tres relatos que narran crudamente lo que significa ser mujer y ser mapuche. En mapudungun, piñen significa la tierra que queda pegada en el cuerpo, pero en Chile algunas personas también lo usan como sinónimo de suciedad o mugre. Alusión, sin duda, a la marginación social que viven las comunidades mapuches en la ciudad. Catrileo realiza, a través de estos tres relatos, una construcción visual de lo que es la periferia hoy, de lo que es la discriminación y el racismo; tocando experiencias terribles y traumáticas, pero reales. Los relatos navegan a partir de las voces femeninas que narran la violencia permanente que somete a estas mismas voces. En algunos casos, la violencia es física: un padre que abusa de su hija, la muerte que acecha. En otros casos la violencia toma una forma lenta, aparentemente inofensiva, pero poderosa: que los mapuches lleven la bandera en el acto de la escuela, que pregunten por apellidos. En Piñen se describe lo que es nacer con lo que para los demás es una “marca”: ser mapuche, ser mujer, ser pobre.

 

 

Nona Fernández

 

Un universo inquietante que intuíamos ahí afuera, escondido más allá de los límites del liceo y de nuestras casas, en el que todo ocurría bajo una lógica pauteada por las reglas del encierro y las ratas. Una historia de terror contada y protagonizada por un caballero común y corriente, parecido al profe de ciencias naturales, así pensamos, con ese bigote igual de grueso sobre su boca.

 

Nona Fernández nació en 1971 y se crió en plena dictadura cerca del persa Bío-bío. Es actriz, escritora, dramaturga y guionista, y su narrativa se destaca por su compromiso con la memoria, en un inagotable intento de traducir los silencios y reconstruir un pasado acallado. Dentro de los premios más importantes que ha obtenido, ganó el Premio Mejores Obras Literarias publicadas (2016) por Chilean Electric y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (2017) por La dimensión desconocida. Un tema importante de su producción literaria es querer responder preguntas: de rehacer o armar una memoria censurada por la historia oficial.

 

La dimensión desconocida (2016) está basada en una historia real: en agosto de 1984 Andrés Antonio Valenzuela Morales o “Papudo”, miembro de la FACH (Fuerza Aérea de Chile), entra a las oficinas de la revista Cauce y comienza un diálogo intermitente que más tarde sería publicado por la periodista Mónica González. El tema: “desaparecimiento de personas”.

 

Así, entre la realidad y la ficción, la autora yuxtapone su propia historia junto con el relato confesional de “el hombre que torturaba”: entre idas al liceo, y conversaciones ordinarias con la familia, hay centros de detención, torturas y asesinatos. Fernández nos permite cruzar (o intentar cruzar) el umbral hacia ese universo paralelo; hacia una dimensión desconocida, en la que el hombre que torturaba podía ser cualquiera: desde un apoderado del liceo hasta el propio padre. Para la autora, la literatura “ilumina las zonas oscuras de la memoria”, y eso es lo que hace en esta novela: como si estuviera haciendo una cartografía del Santiago en dictadura, destapa el nido de ratas que se multiplica en la ciudad, siempre desde los olvidos y recuerdos.

 

 

María José Ferrada

 

Adaptarse al espacio y encontrar en los límites que ese mismo espacio plantea, la belleza. Algo así como vivir dentro de una caja -sin camas ni mesa- y hacer un agujero en el cartón por el que mirar la luna cuando se deje ver.

 

María José Ferrada es periodista, escritora y profesora. Nació en Temuco (1977) y su producción literaria se destaca por escribir libros infantiles. Comenzó a escribir este tipo de libros, inspirada por su hermano pequeño, y, en sus palabras, se transformó en su oficio. Además, realiza talleres de escritura en escuelas: “Creo que la escritura es importante porque permite a los niños mirar el mundo con atención (necesitas eso para escribir) y descubrir sus complejidades y su belleza (…) mis poemas preferidos, son los que tienen autores de siete u ocho años y celebran no solo a la luna, sino también a las lámparas y las ampolletas”.

 

A pesar de dedicarse en gran parte a los libros infantiles, también ha publicado trabajos para adultos. Por su primera novela Kramp, obtuvo el Premio del Círculo de Críticos del Arte (2017), el Premio Municipal de literatura de Santiago y el Premio Mejores Obras Literarias, otorgado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile (2018). Sobre sus influencias, plantea que su “marco de referencia” son los escritores japoneses tras recibir de regalo tomos de Kawabata y Mishima, por parte de un tío que vació su librería. Desde ahí nunca más se separó de la literatura nipona.

 

Diario de Japón (2022) es un diario escrito por la autora, a partir de un viaje realizado a Japón por trabajo. Este es también un viaje por sus memorias y todas aquellas experiencias que la llevaron a ese momento: desde el vaciamiento de la biblioteca de su tío Enrique, de los libros japoneses que recibió, de las citas de textos lejanos, y de las amistades que hizo en el camino. Todo pareciera estar hilado para explicar ese viaje.

 

Este diario es, al mismo tiempo que un diario personal, un recorrido por la literatura y cultura de Japón. A partir de las propias experiencias de la autora y sus viajes, realiza un recorrido por la cultura e historia de ese país que parece tan lejano. Desde los espíritus ancestrales del Kokinshuu hasta la idiosincrasia moderna, las reflexiones parecieran ser casi pequeñas cápsulas de aprendizaje que van y vienen por la historia de Japón, entremezclada con sus memorias sobre Chile y lo que a veces ella llama como – natsukashī – un pasado nostálgico feliz. Es un libro en el que a pesar de estar tan lejos de Japón, pareciera que la sensación de intimidad y familiaridad con esa cultura es natural.

 

 

Paulina Flores

 

Simona quedó paralizada, con los ojos llenos de lágrimas. Su cuerpo tiritaba y creyó que el mundo se le venía encima, y que ella no podría cargar sola con él. Porque estaba sola. Se había equivocado. Había cometido un error terrible. Había avergonzado a su padre, y él nunca la perdonaría. Nunca la perdonaría. No volverían a cantar canciones, no la sorprendería con cosquillas. Lo había arruinado, se dijo, y justo cuando sentía que todas las tristezas de la tierra caían sobre su cabeza, apareció frente a ella el rostro redondo de su hermana pequeña. Tenía los ojos muy abiertos, desconcertados, temerosos. Y entonces Simona la observó. Observó a su hermana como nunca antes lo había hecho, y sintió lástima por ella, aún más lástima de la que sentía por sí misma. Porque sabía que su hermana no comprendía lo que pasaba y ella sí.

 

Paulina Flores nació en Santiago en 1988, y es Licenciada en Literatura Hispánica. Con Qué vergüenza (2015), su primer libro de relatos, ganó el Premio Roberto Bolaño, el Premio del Círculo de Críticos de Arte a la Mejor Escritora Novel y el Premio Municipal de Literatura de Santiago. El diario El País reconoció este libro como uno de los 10 mejores libros del 2016, y en 2021 la escritora fue seleccionada como una de las 25 mejores narradoras en español menores de 35 años, por la revista literaria Granta. Alguna vez Flores dijo “la creatividad es lo que nace de las crisis” y eso es lo que ella hace: observa su mundo e investiga lo que no conoce para crear a partir de las inevitables complejidades de lo que es ser humano.

 

En Qué vergüenza Flores escribe nueve relatos que transitan la vida de diferentes personajes, de distintas edades y contextos sociales. Como pequeñas, y elaboradas fotografías, Flores describe los encuentros y desencuentros de vidas ordinarias, que son protagonistas de sus pequeños cosmos. Los personajes deben lidiar con la crudeza de la vida cotidiana: entre el abandono, la decepción, el abuso, la perdida de la inocencia, y las injusticias y el dolor, la escritura de Flores acerca al lector estas vidas tan identificables, pero al mismo tiempo ajenas.

 

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Carlos Pardo escribió: “Flores capta precisamente los pequeños movimientos de la promesa de cambio, cuando el personaje debe apropiarse de su vida. Por ejemplo, el niño pobre que veranea con sus primas de casi clase media en ‘Últimas vacaciones’, una maravilla de cuento, y se debate entre desclasarse o ser pueblo”.  Con todo, los relatos de Qué vergüenza permiten también esbozar pequeñas grietas en las que la esperanza se hace tangible: los personajes no están derrotados. Sin embargo, esas grietas solo serán lo que son: grietas.

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