Columna
24/08/2022

D de deseo, d de dolor: parte II

June García Ardiles, junio, julio y agosto 2022

 

 

Pasaron exactamente 322 días entre la última vez que tomé una pastilla anticonceptiva y el día que las volví a tomar. Un poco más de 10 meses y medio, según me calcula una página en internet. Pienso en eso cuando el Martín interrumpe el silencio de la casa con su llegada. Golpea mi puerta antes de entrar, pero nunca espera lo suficiente y la abre sin escuchar la respuesta. “En el infierno de mi mente” dice sin contexto y nos reímos. Horas antes, nos habíamos peleado porque no habían cebollas, o más bien, yo me había enojado porque no habían cebollas. Pasé la mitad del domingo furiosa y almorcé sopaipillas con una mezcla de diversas salsas que encontré. Comí hasta que me sentí fatal y eso disipó mi rabia por la situación cebollas. Fue en ese momento que subí un post de fotos aleatorias a mi Instagram privado con ubicación “en el infierno de mi mente”, porque no había mayor explicación a mi ira por la falta de cebollas que asumir que mi mundo interior ha estado demasiado alterado.

 

* * *

 

Errática. Caótica. Colérica.

Sad & horny, también.

“debería saber que el deseo

es siempre una enfermedad”

Tengo marcado ese verso de Cecilia Pavón con un corazón entre mis fotos del celular. Creo que hace varias semanas lo releo todos los días.

 

* * *

 

En menos de 30 minutos vuelve a entrar a mi pieza con voz de penita. Me estira una foto arrugada donde salgo yo mirando a la cámara. Se me había quedado dentro de un bolso de tela que puse a lavar y salió toda magullada. Me sorprendo con risa y tristeza, como si esa fuera una combinación absolutamente cotidiana. La verdad es que odiaba esa foto. De ninguna manera quería atentar así contra ella, porque me la había sacado y regalado una amiga muy querida, pero desde que la vi, supe que la quería destruir.

 

Decidí guardarla así dentro de un libro para dejar de mirarla. No había posibilidad de encontrar esa magia de “ojalá verme con los ojos que me ven mis amigas”. Los únicos ojos que ahí existían eran los míos: severos y crueles. Los mismos con los que juzgo las marcas y relieves de mi cuerpo. También sentía que el estado físico de la foto me reflejaba demasiado. Damnificada. Deteriorada. Estropeada.

 

* * *

Cuando dejé de tomar pastillas pensé que la enseñanza que me dejaría sobre el deseo sería bastante directa. Que andaría muy caliente por la vida, irradiando sensualidad, llena de emociones aventureras y yo qué sé. Era un poco fantasioso esperar que sucediera eso cuando en todos los años que las tomé nunca había sentido que me quitaban esa posibilidad. Pero ya llevaba tanto tiempo escuchando lo distinta que era la vida sin pastillas, que pensé en darle una oportunidad a mi cuerpo sin ellas.

 

Y ayayay lo que fue de mi cuerpo sin ellas.

 

A pesar de haber sido una mujer responsable y haber ido a consultar con una ginecóloga sobre esta decisión, no le hice mucho caso con las indicaciones de hacerme ciertos exámenes. Dije ya ya, todo bien y eliminé la alarma de las 10pm que me había acompañado los últimos 8 años de mi vida. Al principio me inundó una sensibilidad exorbitante, que me pareció un poco agobiante pero luego estuvo bien. Meses después figuraba en la consulta de un dermatólogo porque se me estaba cayendo dramáticamente el pelo de la cabeza, mientras me crecía descomunalmente en otras partes del cuerpo como nunca antes me había pasado. Sumado a eso, un aumento de peso que me dejó los brazos llenos de estrías y mi piel volvió a estar llena de acné como cuando tenía 15 años. Con el retorno de esos signos de pubertad, también volvieron las inseguridades de esa época, que ya a los 25 años, con mucha terapia y feminismo encima, pensé que estaban más disipadas.

 

Pero ahí estaba nuevamente, enfrentándome a los recientes cambios de mi cuerpo, intentando no odiarlos, no odiarme. Racionalizando todo lo que sé del patriarcado, de los estándares de belleza, del mandato de delgadez, de la imposibilidad de perfección. Pero en lo que me devolvía el espejo no había racionalidad que me salvara de ese terror que soy yo misma.

 

* * *

 

El espejo es un recuerdo

de que el tiempo también se puede contar en kilos

Hace treinta kilos atrás

no eras más feliz que ahora,

pero la oferta estética era menos accesible

En cambio, el presente

está a treinta cuotas de una manga gástrica

o una bichectomía

 

Así que te escondes en la cocina

y te dedicas a cortar una cebolla con amor

con dedicación

con solo un poco de obsesión

porque ese cariño con el que disfrazas tu comida

es más bien la seguridad que te otorga el control

que antes obtenías calculando calorías

 

Piensas que la vida se ha puesto mejor

aunque a veces se te llena la cabeza de pensamientos opacos

crees que la verdadera dicha

está en desaparecer cerrando la boca

y te das cuenta de que hay enfermedades que solo necesitan

algunas palabras

o algunos reflejos

para reaparecer

 

* * *

Es imposible pensar en el deseo sin pensar en mi cuerpo.

Lo entiendo como una chispa que enciende estas llamas en mí.

Fuego que me impulsa a correr por algo, rayo que de repente ilumina mi vista para mostrarme eso que anhelo.

Deseo con las manos que teclean frenéticamente las letras que arman mis textos, con la boca que exterioriza mis ideas, con los ojos que me brillan frente a un plato de comida. Deseo con los dientes que quiero clavar en otros cuerpos. Deseo con todo lo que está dentro mío y no se ve, con un corazón que se altera fácilmente y me enrojece la cara, con un estómago demasiado sensible a la contingencia emocional, con unas glándulas que me humedecen entera.

Deseo con el único cuerpo que tengo, el que me permite disfrutar, el que me contiene ante las tristezas de la vida. El que muchas veces detesto y maltrato, pero permanece a pesar de todo.

El cuerpo como espacio de encuentro entre el deseo y el dolor.

 

* * *

 

1 años y 5 meses es lo máximo que me dura la exclusividad sexual. Una especie de reloj interno desata una crisis en mí después de pasado ese tiempo en una relación monógama. Se me aligera la ropa, pestañeo más rápido, sonrío mucho. Con la ola de coquetería que me entra también llega el agobio: me siento atrapada, abrumada, poco libre.

 

Mi deseo constantemente excedía los pactos de mi relación, pactos que nunca conversé, que solo se asumieron. Y al año cinco meses me tocaba siempre tomar una decisión: se acababa ese pololeo, transgredía el acuerdo metiéndome con otra persona o abría la relación. Nunca fue una opción quedarme en la fidelidad monógama y olvidar mi deseo. Y en ese mismo orden lo hice: terminé con mi primer pololo, transgredí los acuerdos del segundo y abrí mi relación con el tercero.

 

Poder conversar nuevos acuerdos, darnos la posibilidad de armar una relación más auténtica y menos pauteada, ser más honestos con nuestro deseo, pero también con nuestros temores, me mostró lo poco que yo había realmente decidido en mis primeros dos pololeos. Mirar y construir por fuera de la monogamia, paso a paso, implica una gran labor creativa, un sumergirse a imaginar la vida fuera de tantos mandatos. Tiene mucho de entretenido pero también de agotador.

 

* * *

 

La primera vez que experimenté las libertades de una relación sin exclusividad sexual no lo pasé tan bien, por no decir que lo pasé fatal. La culpa me inundó tan profundamente que no podía mirar a la otra persona a los ojos. Culpa, culpa, culpa. Me llené de dudas y de temores. Tengo a alguien que me ama, ¿para qué me vengo a meter con otra persona? Sucia, sucia, sucia. ¿Y si me deja de amar después de esto? ¿Y si es cierto que el amor verdadero necesita de sacrificio? Matar el deseo. Aniquilarlo. Extinguirlo en nombre del amor. ¿Y si tal vez no lo amo y por eso deseo a otres? ¿Lo arruiné todo? ¿Vale la pena? ¿Dónde está la intersección entre el deseo y el amor?

 

El cuerpo revuelto. El deseo latente. El corazón confuso.

 

A las 6 de la mañana tomé mis cosas y me fui. Me devolví a mi casa con la certeza de que la única persona que podía calmar mi angustia era la que había construido los pactos conmigo. Y una llamada bastó. Él estaba en el sur, apenas despertando cuando lo bombardeé de mensajes. Hablamos un ratito y con su voz media dormida logró disipar mis tormentos. Que todo está bien, que eso era lo que habíamos conversado, que me ama mucho, que no me sienta culpable porque no había hecho nada malo.

 

Corté sintiéndome dichosa. Me lo repetí: no había hecho nada malo. Todos los sentimientos terribles que había experimentado eran los que había aprendido toda mi vida que tenía que sentir ante esas situaciones. Construcciones sociales tan arraigadas que me removían hasta las entrañas, incluso cuando racionalmente ya no creía en ellas.

 

* * *

 

A porrazos, tristezas, soledades y angustias he estado los últimos meses. Falta de autoestima contingente, explicaría Brigitte Vasallo en El desafío poliamoroso. Ya no tengo ese aprecio a mí misma dado por la construcción romántica de estar emparejada, del valor social entregado al -noestarsola-, de la proyección de la vida al lado de otra persona, porque incluso en relaciones no monógamas algo de eso se mantiene. En fin, la llegada de la soltería, ansiada y temida, tan pero tan necesaria en este momento de mi vida (pero de eso tendré que escribir en otra ocasión).

 

Al mismo tiempo, he estado absolutamente encendida en deseo. Deseo de crear, de probar, de conocer. Leyendo y escribiendo como nunca antes, apetecida de todo, arrojándome a sentir y experimentar. Sensaciones demasiado contradictorias que no pensaba que podían habitar así en mí, pero ahí están, consumiéndome y prendiéndome. Llamaradas de deseo con tempestades de inseguridad.

 

* * *

 

Suena mi alarma de las 10pm.

 

En mi casa no han faltado cebollas.

 

Estoy construyendo un florilegio sobre el deseo para poder entenderme mejor. ¿Acaso no es la literatura una forma de desear estar en el mundo?

 

“El deseo viene en el evento como la tentativa de quedar de pie, rearmado, de cara a eso que se abre vertiginoso” – Anne Dufourmantelle

 

“más allá de deseos

o ilusiones

o esperas

y esperando no obstante

esperándote” – Idea Vilariño

 

“¿Acaso reprimir el deseo y el cariño no es tan doloroso como el miedo a perderos? – Luna Miguel

 

“Deseo y quiero con ardor” – Safo

 

“Los deseos no tienen necesariamente que consumirse ni consumarse. En el régimen monógamo tradicional, cualquier deseo fuera de la pareja está prohibido. En las relaciones no monógamas parece que cualquier deseo sea obligatorio. Hay que consumirlo todo, porque somos libres” – Brigitte Vasallo

“El deseo duplicado es amor y el amor duplicado es locura” – Anne Carson

 

“A veces, los celos ganan y devoran todo a su paso, a veces es el deseo el que abduce” – Gabriela Wiener

 

“Desearlo de verdad. Simplemente desearlo, y no tratar de realizarlo” – Simone Weil

 

“El deseo es la rendija por donde se hunden los grandes proyectos. Los imperios, los matrimonios, las vocaciones religiosas, los genios artísticos, las carreras políticas… Y, sin embargo, también es la rendija milagrosa por la que renace lo que dábamos por muerto” – Anna Punsoda

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