Entrevista
17/11/2022
Entrevista: June García Ardiles
Entrevista: June García Ardiles
17/11/2022

Gabriela Wiener: “Mi lugar en este mundo es abrazar mis contradicciones”

Mi amiga Fran me manda un whatsapp: “June, escucha mi audio”. Lo veo mientras converso con mi terapeuta sobre mis nuevas preguntas del amor. No me estresa el mensaje y pienso que le estoy ganando a la ansiedad. “Gabriela Wiener está esperando que publiques su entrevista”, me cuenta riendo desde Barcelona.

 

 

 

Muchos meses atrás, estaba parada fuera de la estación Marqués de Vadillo en Madrid. Era un día gris y blanco, enceguecedor, y mientras achinaba los ojos tratando de ver algo en la pantalla de mi celular, escuché “Juuuune” desde lejos. La divisé moviéndome el brazo en la otra vereda y crucé, imaginando el momento en que le contara a mis amigas que Gabriela Wiener tuvo que gritar mi nombre.

 

No pensé que lograría conversar con ella. Nos reunimos el día antes de mi vuelo a Santiago y solo esa misma mañana me confirmó que tenía un rato a las 5 de la tarde. Algunos ingenuos dicen que el periodismo tiene que ser objetivo, pero qué tan objetiva puedo ser yo; si estuve varias noches soñando que bombardeaba a Gabriela Wiener con mensajes para lograr entrevistarla; si hice que se agotara su último libro en mi librería favorita porque estuve como una Testigo de Jehová predicando con Huaco retrato de Atalaya; si cada vez que como un pollo frito, me pregunto si los que cocina ella son más ricos; si removió mis ideas del amor la primera vez que la leí con “Tres”; si siento que tengo que pedirle disculpas y darle alguna excusa de por qué la demora de esta entrevista.

 

(Volví a Santiago a terminar un pololeo. Me deprimí. No quise saber nada de ese viaje. Sentí que había fracasado en el poliamor. Guardé el archivo del audio de esta conversación en una carpeta dentro de otra carpeta, en algún rincón muy escondido de mi computador. No supe cómo escribir de Gabriela Wiener si no podía pensar en el amor, si no era capaz de habitar los márgenes de lo imperfecto. Y así pasaron todos estos meses).

 

Probablemente, mi profesora de escritura periodística repruebe esto.

 

Puede que esto sea literatura y no periodismo. O solo sean una palabra detrás de otra palabra, pegadas con sentimientos e ideas.

 

* * *

 

Ese encuentro no había sido la primera vez que veía a Gabriela Wiener en persona. El 2020 en una escala que alargué, pasé unos días en Madrid que justo coincidieron con la obra Que locura enamorarme yo de ti, estrenada recientemente. Me senté en el asiento 13 de la fila 4, fui sola y muy arreglada, con la ingenua esperanza de que una pareja poliamorosa se enamorara de mí y pudiera vivir mi propio romance a lo Wiener. Gran parte de la obra consistía en un monólogo de Gabriela y algo dentro de mí se desencajó cuando escuché su voz. Era dulce y tierna, muy lejana a la idea preconcebida que había creado de ella.

 

Dos años después, me asalta la misma sorpresa. La suavidad de su habla cuando su boca enuncia frases que espero suenen con una voz ruda y seca: “A mí siempre me ha gustado esta cuestión de proyectos muy radicales de escritura”. El mismo asombro que sintió Jaime, su marido, cuando vio su nombre en la pizarra e imaginó a una mujer totalmente distinta de la que conoció, según cuenta en Dicen de mí.

 

Pareciera que Gabriela Wiener no es lo que una espera, incluso cuando creemos que algo podemos saber de ella por cómo se despliega en su literatura. Esa es la magia de las escrituras del yo, que bien maneja, conoce y teme Wiener, como escribe en Huaco retrato: “los peligros de la construcción de un personaje que eres tú, cuando aún no se domina del todo el arte de limpiar las basuritas de contarse a uno mismo”.

 

Un desnudamiento muy bien armado que me hizo aplaudirla como si fuera una amiga de hace muchos años al finalizar su obra. Una cercanía necesaria cuando son escasos los referentes del poliamor. Así la sentimos muchas quienes habitamos las no monogamias, como una primera línea, una hermana mayor que te cuenta sus historias, no para que no te equivoques, sino que para que sepas que hay muchas más formas en las que puedes errar.

 

Conocí el trabajo de Wiener en un taller de escritura autobiográfica con Camila Gutiérrez. Luego la volví a leer en un taller de narrativa con Claudia Apablaza y en otro de textos cortos con Arelis Uribe. Leí Llamada perdida, Dicen de mí y algunas crónicas. Estas tres autoras entendían muy bien de qué manera la sinceridad descarnada de la escritura de Gabriela Wiener podía iluminar caminos para la propia. La búsqueda de una voz que solo se adquiere cuando nos enfrentamos a nombrar aquellos rincones opacos de nosotras mismas.

 

“¿Cómo disfrutar de buen sexo delictivo sin sacrificar los domingos de película y desayuno en la cama? ¿Cómo reservarme la emoción de los encuentros clandestinos sin dejar de dormir abrazada a un cuerpo amado y protector? ¿Cómo vivir sin una carta bajo la manga? Una maldita y viejísima voz me ha susurrado durante años: «No puedes tenerlo todo. Debes elegir». Pero yo nunca he podido elegir. Lo quería todo”.

 

—“Tres” en Dicen de mí.

 

* * *

 

A veces creo que parte de mi deseo con el periodismo se basa en que puedo satisfacer mi propia curiosidad. Hacer las preguntas obsesivas que arrastro y que creo que no encontraré en otras entrevistas. Los libros de Gabriela Wiener se juegan en la misma línea, pero de distinta manera: nos muestran las respuestas a preguntas que no sabíamos que nos urgía conocer.

 

En Huaco retrato entrecruza tres historias: la de un tatarabuelo austriaco nacionalizado francés que vino a Latinoamérica a saquear tesoros incaicos, la muerte de un padre que mantenía una doble vida y la crisis del poliamor. Las tres son interseccionadas por el racismo y el patriarcado, los afectos, la búsqueda de identidad, la familia. Un montaje difícil de clasificar, que tiene como fondo la descolonización y que menciona que también la lleva a “querer descolonizar a nivel de estructura literaria, a nivel de géneros, de un tipo de escritura”.

 

Está la Gabriela reportera, la periodista gonzo, la narradora e incluso la poeta, ¿hay alguno de esos lugares donde te sientas más cómoda?

 

—Donde más me siento cómoda es en la hibridez. Me encanta desobedecer también, ¿sabes? Escapar del encasillamiento, de la etiqueta, de la generalización, de los binarios que normalmente tiene la institución literaria y te aprietan y te presionan y te aplastan siempre, desde un comienzo, a que te coloques en un lugar. Entonces, que un libro sea tan escurridizo para mí es muy fiel a lo que admiré inicialmente, a lo que yo quería hacer y también siento que ahí me encuentro: en esa diversidad, en esa fluidez. Puedes decir que es un libro de género fluido, lo cual me encanta, porque he andado diciendo que es degenerado, pero creo que suena más antiguo. Género fluido queda más moderno.

 

* * *

 

Huaco retrato fue publicado este año por Penguin Random House y es el segundo libro suyo en salir por esa casa editorial, después de Nueve Lunas, publicado originalmente en 2009. Le continuarán Sexografías del 2008 y Llamada perdida del 2014. Gabriela decidió aunar parte de su obra bajo PRH, para que por fin la encontraran y poder rescatar a los anteriores. Antes había publicado con diversas editoriales como Seix Barral, La Bella Varsovia, Estruendomudo, Planeta, Pesopluma, entre otras.

 

En esta, su primera novela, se permitió algo a lo que no había recurrido antes: la ficción. El libro se une aparentemente sobre su historia, pero cuando la autora habla de él, menciona a “la protagonista”. Hay una distancia entre la mujer de la novela llamada Gabriela Wiener y la escritora Gabriela Wiener que tengo sentada al frente, al momento de la entrevista. Y ese tramo es la ficción: “El libro tiene una parte de ensayo, bien reflexiva, sobre temas que van saliendo ahí, aunque inmersos en la historia. Son un poco las vivencias en la comunidad de inmigrantes en Madrid. La protagonista es como yo, pues vive en Madrid y es migrante de una colonia española del Perú, está aquí empapándose también de teorías sobre la descolonización, que le hacen clic en su cabeza, un clic de todo eso que tiene atrás: patriarcado, colonización. De alguna manera el abandono, el sentir temas como lo ilegítimo, lo extraoficial, lo bastardo; cosas que han marcado su familia desde el principio de los tiempos de su familia y que de alguna manera la llevan a lo que está ahora”.

 

Para Wiener, Huaco retrato es la culminación de un trabajo que lleva años haciendo dentro y fuera de la publicación de libros: “Finalmente es la novela que pude hacer, que fui capaz de hacer, que tiene mucho que ver con mi trabajo anterior que es el de una escritora, también dedicada mucho al periodismo a destajo, por necesidad, por las condiciones materiales que, finalmente, para mí marcan mucho hacia dónde va una escritora: su precariedad, sus necesidades económicas, el hecho de tener que entregarlo todo en una escritura del día a día que se pierde en el camino, que se deja atrás y que yo más bien recupero. Digo “pero esto a lo mejor vale la pena ¿no?” Entonces están mis temas, mis textos pasados, mis luchas políticas, mis banderas, mis activismos, todo eso recogido de alguna manera y colocado, eso sí, desde una decisión narrativa muy, muy clara. Para mí todo tenía que encajar, de alguna manera, en ese libro”.

 

* * *

 

Diversas fueron las referencias a las que acudió Gabriela Wiener para escribir Huaco retrato. Autoras como María Galindo, Rita Segato, bell hooks, Gloria Anzaldúa, Vivian Görnick y Cristina Rivera Garza. El libro Devuélvannos el oro del colectivo Ayllu, conformado por personas heterodisidentes, migrantes y racializadas, además de investigaciones peruanistas de la época y el libro de Charles Wiener.

 

Wiener sabía que el libro llegaría en un buen momento, que estaba escrito en el espíritu de los tiempos en que vivimos, muy atravesado por una crítica contemporánea, pero no se imaginó que llegaría a tener tanta acogida: “Me encuentro en muchas presentaciones en librerías en pueblos de España donde mayoritariamente el público es blanco o incluso gente mayor, mujeres que nunca se han hecho una pregunta acerca de cómo están tratando a las trabajadoras sudacas que trabajan en sus casas y que están oyendo eso por primera vez, que les estés diciendo “oye, eres una paternalista de mierda, basta de verme desde el estereotipo, no todas estas latinas somos buenas salvajes que te tienen que agradecer por tu educación, por el mestizaje o por lo que hayan hecho los españoles hace 500 años”. Más bien, estamos convirtiéndonos todo el rato en un recordatorio de ese conflicto que no ha sido reparado, estamos aquí para eso, para recordarte. Entonces la gente me abraza y me dice gracias, me has interpelado”.

 

Los prejuicios a los que son sometidas las mujeres de ascendencia andina que llegan a España son recurrentes. En Huaco retrato hace una revisión de la mirada exotizadora e infantilizadora que reciben. Cuenta que los españoles la siguen felicitando por lo bien que habla, “se ponen aplaudir con las orejas como si estuvieran ante un fenómeno de circo”. Estas y otras formas de racismo están descritas en “Panchilandia”, el poema que cierra el libro.

 

“Migrar no es volver a nacer,es volver a nombrar lo que ya tenía nombre”.

 

“Vivo en España hace dieciocho años,pero en realidadhabito Panchilandia,donde todo el mundo sonríe y nos habla con cariño.Dicen con cariño panchi, panchita, machupicchu, fiesta nacional”.

 

 

 

¿Crees que también hay una historia colectiva de la infidelidad?

 

—Sí, completamente. Yo le llamo patriarcado, pero bueno, si hablamos de lo relacional y usamos esos términos que son propios del sistema heterosexual, pues sí, claro que lo hay. Me pasa constantemente que se me acercan a decirme que sus familias han pasado lo mismo, siempre hay un padre o un abuelo que tenía otra familia, que tenía hijos por aquí o por allá, y eso claro que se puede entender como una historia compartida, ¿no? Y yo siempre veía eso, pensaba, ¿qué tanto nos marca? ¿Qué tanto condiciona nuestra vida o las relaciones que tenemos? Entonces a mí eso me lleva, por ejemplo, o lleva a la protagonista, a buscar una forma de no reproducir esa historia a través de otro modelo relacional, en ese caso: “Oye, yo no voy a mentir. Oye, yo no voy a hacer deshonesta, no voy a traicionar, no voy a ser infiel”. Y sin embargo, vuelve a caer en la cadena de los siglos de esto. Entonces sí, se puede entender como una cuestión humana también, de la historia de la humanidad que ha estado funcionando de esa manera y jode mucho que eso se haya empujado así.

 

 

¿De qué manera se ha configurado la relación entre activismo, tu vida como migrante y tu trabajo?

 

—Han ido muy de la mano, tanto la escritura, el periodismo, la opinión, con involucrarme en luchas del presente que me interpelan, que considero de justicia. Siempre tengo muchas cosas que hacer y a veces es agotador el hacer activismo de muchas maneras, de todas las maneras que puedo, y creo que he encontrado mucho espacio, corazón, hermandad, entendimiento. Creo que Huaco retrato cuenta un poco de eso. De cómo se hermanan nuestras heridas, se hablan entre sí; es el abrazo entre nosotras, entre cuerpos marrones que se han auto discriminados por el racismo internalizado y que empiezan a gustarse, a desearse y encontrarse, es de alguna manera un proceso precioso de descolonización, que he aprendido con las compañeras aquí. Lo que está tratado en el libro y en lo que creo fuertemente, sobre todo porque cansa. Cansa también ver que las cosas no cambian y por un momento podrías tener la tentación de volver al individualismo y ponerte sola a escribir tus libritos maravillosos, escritos increíblemente, pero no. Para mí Huaco retrato es también el libro de una activista. De una escritora, de una periodista, pero también de alguien a quien le interesa intervenir políticamente en la realidad. Mis libros siempre han sido muy políticos: para hablar de políticas de los cuerpos, política sexual, para hablar contra el sistema, incluso de mirar la reproducción y la maternidad. Son políticamente muy críticos, pero es quizá este el que se percibe más así, más enraizado en el mundo, trae un discurso y eso siempre es muy menospreciado en la literatura porque todavía hay una mirada desde cierta pureza horrorosa, para mí deplorable.

 

¿Cómo llevas lo de ser un referente del poliamor?

 

—No me gusta nada ser el referente del poliamor, porque como sabes, he fracasado mucho en el poliamor. Mi obra de teatro y Huaco retrato son historias claramente de crisis, de cuando el poliamor entra en crisis, porque creo que el poliamor vive crisis permanentemente. Entiendo que me vean como la esperanza marrón del poliamor. Muchas amigas cuando me ven y les cuento mis problemas, me abrazan con lágrimas en los ojos y me dicen: “por favor, Gaby, mantente firme, eres nuestro único referente, todos los tríos, todos los poliamores y redes se han roto, ya se han ido a la mierda, por favor, mantente firme”. Y ya, yo bueno, me lo tomo en serio, por responsabilidad social sigo adelante jajajaja. Ya sabes, no se puede ni estar en el poliamor ni salir de él jajajaja. O sea, estás atrapada. Entonces, hay permanente cuestionamiento, permanente trabajo del día a día para sostenerlo, para que nadie se quede atrás, para cuidar al mismo tiempo de poder dar rienda suelta a tus pasiones y encima al medio niñes. Pues mira, más o menos ahí que nos está funcionando la cosa. Yo ya alucino bastante: con Roci llevamos ocho años y con Jaime más de veinte años. Y como trío eso, ocho años de vivir los tres y criar. Es una mochila pesada, sí, pero no es verdad que seamos los únicos así, lo que veo es que la cosa se multiplica por todos lados, incontrolablemente, para dolor de los conservas.

 

 

¿Sientes que escribir justamente sobre estas crisis también te libera un poco de la carga de ser esta persona que tiene las verdades, la información, la claridad? ¿Cómo te ves con eso?

 

—Mal, no tengo nada que ver con eso, soy muy mala, quiero decir: no, no puedo predicar con el ejemplo. Es verdad que a veces soy alguien que en las conversaciones intento traer mi experiencia y tener algunas ideas formadas que pueden ser útiles a las personas, y me gusta, no lo considero un peso. Pero no me veo como una voz autorizada en nada y de hecho, no tengo autoridad alguna. Me gusta hablar desde ese lugar más bien de la contradicción, desde la duda, desde el fracaso, muchas veces desde el lugar del intente; alguien que lo está intentando nada más, nunca como alguien que tiene las cosas clarísimas. No tengo ningún problema –como ves en Huaco retrato también–, en mostrar mis vergüenzas por delante. Somos personas con fisuras, que patinamos a cada rato, prefiero hablar desde ahí, desde ese lugar en que todas las cagamos.

 

* * *

 

“Me voy a tener que ir, tenía una horita nomás”, me dice Gabriela dando a entender que la entrevista se tendría que dar por finalizada. Miro la lista de preguntas que preparé: de quince, logré hacer ocho, pero no me puedo ir sin que me responda una que me ronda desde que leí su primer libro y que resurge con la mayoría de sus publicaciones. Me armo de valor para pedirle una última pregunta, con la incertidumbre de su posible reacción ante una interrogante tan extraña.

 

El pollo frito está muy presente en tus textos, ¿por qué?

 

—¡Jajajajajaja! Es lo que más me gusta comer. En cuanto a comidas simples, digo, porque obviamente me gusta, yo qué sé, el ceviche, pero el pollo así empanado, me encanta el pollo frito, el pollo a la brasa. El pollo en Perú es como una institución; es el domingo de pollo a la brasa, el pollo te lo traen a tu casa, el pollo es una maldita locura. Lo comen sin parar. Claro, en este punto llega el momento de la crítica animalista que entiendo me puede caer. Es verdad que el pollo puede estar, por ejemplo, cuando cuento en Llamada perdida un día de hotel en el que llevamos el pollo a la cama. Estamos follando y luego comemos pollo, el pollo puede estar en el momento en que hablo de la escritura, de tener que escribir y a la vez estar friendo el pollo o cuando yo qué sé, estoy cocinando el pollo y mi marido me abraza por detrás porque en ese momento le resulto sexy. No sé, siempre el pollo está ahí presente. Me gusta como figura literaria el pollo y me gusta en el plato. Con perdón, porque amo a los animales efectivamente, pero dije que mi lugar en este mundo es abrazar mis contradicciones, así que espero cada vez comer menos carne. Es el objetivo, ese es el objetivo, ahí seguimos deconstruyéndonos, amigas.

Otros Relacionados