Columna
14/02/2023
14/02/2023

La pausa del papel y lápiz: especial 14F en Galio

Tomamos el celular, abrimos whatsapp, tecleamos algo y enviamos. Miramos el computador, revisamos los mails, mensajes automáticos poco cariñosos que nos intentan vender algo, los comprobantes de transferencia o los recibos de uber, muchas veces algo del trabajo. El destinatario a un click. La comunicación tan rápida, pero tan impersonal.

En el fondo del closet, una caja llena de cartas de infancia, de tarjetitas de cumpleaños, de postales, de papeles que nos pasábamos durante clases con las amigas. Una caja repleta de recuerdos suspendidos en el tiempo, que atesoramos porque sabíamos que querríamos volver a ese momento en el futuro, cuando ya fuéramos distintas, cuando esas amigas ya no estuvieran, cuando viviéramos esos sueños que nos contábamos como secretos en los recreos o cuando rearmáramos nuestras vidas frente a la realidad menos fantasiosa. Papel y lápiz. Stickers, dibujos, recortes pegados. La cápsula de amor y pausa que significó ese gesto.

Nada más emocionante que recibir una carta. Nada más vertiginoso que escribir una.

¿Y el placer de leer cartas ajenas? “Dime cuándo vienes” de Rosa Luxemburgo (Banda Propia, 2020), “Correspondencia” de Victoria Ocampo y Virginia Woolf (Rara Avis, 2020) y  “Doris, vida mía” de Gabriela Mistral (Lumen, 2021), son algunos de los libros de género epistolar publicados en los últimos años, que han dado cuenta de la belleza incomparable de aquello que se escribe sobre el papel, con la esperanza de que la carta efectivamente llegue a su destinataria y la incertidumbre de cuánto tiempo pasará hasta obtener una respuesta.

En este 14 de febrero, quisimos rescatar la vieja costumbre de escribir a mano y el amor nostálgico de esos amigos y amigas que se quedaron en nuestras historias pasadas. Paola, Gerardo y Nori, nos compartieron una carta.

Paola Medina
Xalapeña, artista visual, actualmente reside en Santiago de Chile  @paola.medina.h
14/02/2023

Querida Sonia:

Qué horrible era tener 14 años, ¿te acuerdas? En mi memoria hay muy poco de ellos, me he esforzado por olvidar. Qué horrible, 14 años. ¿te acuerdas? ¿mirarse al espejo y encontrarse desgarradoramente ordinaria? ¿tan pulsante de vida y con tan poca valentía para ejercerla? Aun así, en las paredes blancas de la amnesia provocada me he permitido dejar algunas imágenes para no terminar de negar ese manojo de miedos que fui. Tengo en esos muros el sonido de tu risa y el recuerdo de tus uñas mal pintadas de lila. Recuerdo tu hermosa caligrafía, el menú del restaurante de tus padres y tus historias de Irapuato; no recuerdo porqué dejamos de ser amigas.

Querida, el pretexto de escribirte me hizo pensar que a los 14 años no conocí ninguna otra prueba andante de autenticidad, más que tú. No había ninguna como tú, ¿te acuerdas?, ¿lo sabías? Dime cómo era para ti entrar por la puerta de la escuela y no querer (o no poder) camuflarse con el mosaico del piso. Nunca te pregunté si tu alegre diferencia te la ponías de escudo o la germinabas desde dentro. Hubo muchas cosas que nunca te pregunté.

Ojalá algún día te enteres de que me acuerdo. Ojalá nos topemos en cualquier sitio y pueda decirte lo importante que fue, a la horrible edad de 14 años, contemplar a una mujer ser celebratoriamente extraña, fosforescentemente digna. Nunca fui una adolescente rebelde, pero creo que tú lo eras a tu manera. Hay pocas formas más hermosas de rebeldía que la que tú ejercías con tu excentricidad tan bella. Nunca fui una adolescente rebelde, por eso lo soy ahora y me lo tomo tan en serio, tantos años después. Ojalá pueda contarte, en cualquier sitio, que esa deuda que tenía conmigo, por fin la saldé.

Querida Sony, me acuerdo de tu risa, pero no si alguna vez te di las gracias por ella. Querida, gracias. Querida, me acuerdo.

Paola

Gerardo Jara
Gestor cultural y mediador de lectura @gjcofre

A:

El cariño hacia atrás funciona extraño. Uno quiere a quienes están ahora y aquí, pero la nostalgia se hace rara cuando no se sabe mutua. ¿Cómo me recuerdas? ¿Has pensado en mí?

Yo pienso en ti ahora, así te voy armando de a poco. Distante, pero fiel, enérgico. Ojos café, piel trigueña, un tostado leve parecido a tu ansiedad. Apuesto sigues igual.

Pelo negro, una sonrisa como de interruptor: todo lo prende. ¿Cómo te acuerdas tú de mí?

A tu madre también la recuerdo, otra sonrisa estridente, simpática. Toda la cara apretada para reír. Todas las cejas juntas para el enojo que le daba para cuando empezaste a subir la voz. Esa adolescencia que te hacía salir de casa y preocuparte de verte bien.

Miraba tu cara con cariño y me preocupaba de hacértelo saber. Así aprendí a enamorarme de mis amigos.

La primera mujer que besaste, la que sería también tu primera polola, el primer amor. Te vi llorar en mi casa, enojarte con quién venía después de mí. Yo ya me empezaba a alejar, a ser distinto. Otro.

Me enteraba de ti por otros ¿Te hablaban de mí? Te acuerdas cuando me defendiste de Esteban.

¿Cómo te acuerdas de mí?

Gerardo J.

Eleonora Aldea Pardo
Viñamarina, escritora, diseñadora gráfica y fotógrafa @aldeapardo

V:

A veces me meto a Facebook a ver fotos de nuestras compañeras de curso, aunque supongo que debería decir que son tus compañeras de curso y no mías. Ya casi todas tienen hijos de la edad que teníamos nosotras cuando estábamos en el mismo colegio, creciendo juntas. Veo las fotos y me pregunto si esas niñas se convertirán en amigas, como nosotras lo hicimos. Si irán a sus fiestas de cumpleaños que, con los años, pasarán de ser diurnas a nocturnas. Si escucharán música acostadas en el suelo de sus piezas, llorando por cantantes que nunca sabrán quiénes son ellas. Si van a ser parte de un mismo equipo y se abrazarán cuando pierdan y ganen partidos. Me pregunto si van a sentir, en partes iguales, admiración y envidia las unas por las otras. Si van a eventualmente traicionarse, como yo te traicioné.

Estábamos en el baño del fondo, estábamos terminando tercero medio y estábamos llorando cuando me entregaste todas las fotos en las que aparecíamos juntas, con mi cara perfectamente removida con tijeras de cada una. Un gesto que terminó de confirmar mi decisión de removerme de ese curso, de ese colegio, de tu vida y de la de todas las amigas que hice estando ahí. Cuando cuento que me cambié en cuarto medio, después de haber estado desde prekínder en un mismo colegio, me preocupo siempre de que suene como un acto de valentía. Un golpe de timón que forjó la persona que soy: capaz de cambiar un espacio seguro por el vértigo de lo desconocido. Por una parte es cierto y lo agradezco. Por otra parte, las extraño y me pregunto cómo habría sido seguir creciendo juntas.

Vivimos en una ciudad chica y sin embargo nunca me he encontrado con ninguna de ustedes. Pienso mucho en lo que diría si eso llegara a pasar. Me gustaría poder explicarles que en esos años mi autoestima era microscópica y mis ganas de experimentar todo lo que ustedes estaban experimentando eran INMENSAS, MONSTRUOSAS. Que aun así no justifico nada de lo que hice, que me equivoqué en aceptar las manos y las bocas de esos hombres que quisieron tocarme y besarme en la oscuridad, mientras ustedes no miraban. Que me he demorado más de veinte años en entender que no iba a encontrar lo que buscaba en esas bocas y en esas manos; porque lo que buscaba entonces, lo que sigo buscando hoy, no se encuentra afuera sino que se cultiva dentro. Y que en ese proceso las amigas son quienes más te ayudan. Me gustaría pedirles perdón.

Por mientras, veo sus fotos en Facebook y, a veces, pego con un stick fix imaginario mi cara sobre ellas para imaginar un presente en el que compartimos matrimonios, cumpleaños de hijos y funerales de padres. Sin embargo, he sido tan feliz que es difícil arrepentirse, incluso de los errores.

¿Tú, has sido feliz?

Con el sincero deseo de que tu respuesta sea un rotundo sí, se despide

Nory

san valentín
amor de amigos

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