Columna
09/05/2023
09/05/2023

Recession core y el lujo silencioso: ¿Austeridad minimalista o elitismo?

Hace ya unos meses que el lujo silencioso domina el discurso mediático sobre el estilo de vida y moda. Otro término que se utiliza para describir lo mismo es recession core. La revista Elle explicó qué significa realmente esta tendencia de manera simple: «minimalismo new-age con un mayor enfoque en piezas de inversión». O, como lo describe la escritora Ione Gamble, «Imagínate un trench, un zapato de muy buen gusto, un pantalón bien entallado, una blusa de seda o un anillo de oro bien chunky«. 

Este estilo, popularizado en los medios por el vestuario de shows como Succession o la cobertura del juicio que protagonizó Gwyneth Paltrow, esconde bajo un velo de austeridad en tiempos de dificultad económica una relación de poder bastante más problemática.

Y es que la gracia del lujo silencioso está en lo siguiente: su característica principal está en que se trata de una estética que en definitiva sólo puede encarnar el 1% más rico de la sociedad. A diferencia de los “nuevos ricos”, que en la cosmovisión de nuestra sociedad occidental son aquellos que ostentan su dinero y siguen al pie de la letra todas las tendencias, el lujo silencioso se relaciona a una estética “old money”. Implícito se encuentra un juicio moral, clasismo y un sentido de superioridad estética: la indumentaria del recession core no contiene logos, ni brillos, no es llamativa. Son líneas simples, tonos neutros, y siluetas elegantes. Pero lo que distingue a esta ropa de algún básico que podamos comprar en Zara son sus precios exorbitantes y su primerísima calidad, sólo distinguible a los ojos de otro entendido que pertenezca al mismo grupo social. 

El recession core es representativo de la teoría “trickle down”. Miranda Priestly ya la explicó en la famosa escena de El Diablo Viste a la Moda, cuando le dió una lección a Andy sobre cómo el estilo y las tendencias devienen de las capas más altas de la sociedad: de la pasarela, a las marcas, al retail, y al tacho de descuentos. Otra es la teoría “trickle up”, en la que la moda de subculturas, adolescentes y otros grupos termina dictando las tendencias. Pero ese es tema para otro día.

La relación entre los movimientos de la economía y la moda es un tópico bastante estudiado. Investiguemos un poco más sobre qué teorías existen acerca de cómo se influencian entre sí:

Vacas flacas, vacas gordas

Aunque la evidencia no es 100% concluyente, algunas teorías plantean maneras en que la economía a lo largo de los años ha modificado los hábitos de los consumidores e influenciado las tendencias en la moda. 

La primera es la teoría del largo de la falda, o el “Hemline Index”, creado en 1926 por George Taylor. Según él, las faldas se acortan en épocas de bonanza, y se alargan en épocas de crisis. Una de las razones que le encontró a tal correlación es que, en tiempos prósperos, las mujeres tienen ingreso disponible para comprarse medias, o para depilarse. Cuando llega la recesión y ese ingreso se desvanece, entonces la falda se alarga. 

Existen varios hechos históricos que desmienten esta teoría. Durante la tremenda crisis económica de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres se dibujaban la línea de la media en las piernas porque el nylon estaba racionado. Una de las peores recesiones de la historia no les impidió mostrar las piernas. 

Casi un siglo después, dos investigadores, Marjolein van Baardwijk y Philip Hans Franses, analizaron los datos mensuales del largo de las faldas desde 1921 hasta 2009.  Descubrieron que el ciclo económico más bien se adelanta al cambio en el largo de las faldas en aproximadamente tres años. En lugar de que la longitud de las faldas dicte hacia dónde se dirige la economía, los mercados financieros podrían predecir qué estilos se verán unos tres años después. 

Otra teoría que a mi parecer, sí hace más sentido, es la de los labiales. Durante momentos de crisis, las personas deben reemplazar la compra de artículos lujosos más grandes como bolsos o abrigos por ítems más asequibles, como los labiales. Siguen queriendo acceder a las marcas de lujo, pero de una manera que no impacte tanto sus fondos. Volviendo al ejemplo de la Segunda Guerra Mundial, las mujeres ya no podían comprar tapados de piel o el último vestido. Por eso fue tendencia el labio rojo, porque era accesible y además, de cierta manera, levantaba la moral. 

Existen otras posturas que indican que en realidad, las recesiones son momentos en los que nacen las tendencias más llamativas e innovadoras. Según Veroniqué Hyland, directora de artículos de moda de Elle y autora de Dress Code, «crear una nueva silueta o prenda ‘It’ es también una forma de que la industria anime a la gente a comprar cosas nuevas, en lugar de contentarse con el armario de la temporada pasada».

Por ejemplo, el excéntrico estilo del Indie Sleaze surgió en los años posteriores a la crisis económica del 2008. «Cuando los tiempos son monótonos, el maximalismo parece ser la respuesta estándar», afirma Hyland. Y en cierto modo, el maximalismo fue una de las tendencias más prominentes durante el 2021 y el 2022, cuando el mundo salía lentamente de la pandemia. 

El buen y el mal gusto

El recession core es en cierto modo una respuesta al maximalismo y el “dopamine dressing” que estuvo en boga más que nada durante el 2022, cuando todo el mundo quería festejar que la pandemia se estaba acabando. El minimalismo del recession core tiene que ver también con el ascenso del paradigma “compra menos, y compra simple”, los “armarios cápsula” y demás. 

El lujo silencioso está poniendo de moda el tipo de clásicos que se pueden encontrar en tiendas como The Row, la marca de lujo de las hermanas Olsen. La manera en que los medios han retratado a esta tendencia es que reconocen que la estética “old money” representa el estatus más exclusivo que existe, pero esa es justamente la razón por la que deberías adquirir prendas con las que sientas que perteneces a ese grupo social. Como dice la escritora y bloguera de moda Leandra Medine Cohen en su newsletter The Cereal Aisle, “esto en sí mismo crea una interesante contradicción que creo que para muchos resulta seductora cuando se considera la posibilidad de vestir como si se perteneciera a una determinada clase social sin gastar el dinero que se supone que ellos podrían gastar”. De hecho, si buscas en Tik Tok videos bajo el nombre “old money aesthetic”, vas a encontrar miles y miles de videos que te enseñan qué tipo de ropa usar, qué reglas de etiqueta y hábitos adoptar para aparentar pertenecer a esta clase social. 

En sí, este fenómeno no es nuevo, pasa hoy y pasaba en el siglo XIII cuando la alta burguesía comienza a copiar las maneras y los gustos lujosos de la nobleza.  Y lo que sugiere implícitamente esta tendencia en particular es un prejuicio que tampoco es nuevo: el buen gusto versus el mal gusto, representados por las capas más altas y más bajas de la sociedad respectivamente. 

El lujo silencioso indica que nos vistamos con “clase”, elegancia, sobriedad, y austeridad. Y no lo hace como muestra de solidaridad ante la recesión que se vive en todo el mundo, no es una postura crítica ante la ostentación en tiempos de escasez económica. Los precios de las marcas que representan al lujo silencioso en primer lugar evidencian esto. A quienes encarnan esta estética que se intenta empujar a las masas no se les mueve un pelo por la recesión económica. Siempre van a poder comprar un abrigo de USD$20000. Esto se trata de otra cosa: se trata de relacionar los brillos, los logos, los colores vibrantes y otros elementos con el mal gusto, y por consecuencia, con lo poco intelectual, con un inferior estatus social y una inferioridad moral. 

El recession core y las celebridades

La estética del recession core expandió su presencia en los medios de comunicación cuando en los Golden Globes de este año la mayoría de las celebridades aparecieron sin un elemento que comúnmente llevan. En general, para la alfombra roja las celebridades tienen un diseñador que les presta el vestuario y una casa de joyas como puede ser Tiffany que les presta collares, aros, etc. Y en esta edición del Golden Globes, así como en otros eventos como premieres, se vieron muy pocos collares y joyería en general.

Esto levantó la alerta en redes sociales y medios, que lo interpretaron como un gesto de austeridad ante la recesión económica, como un esfuerzo de los famosos por parecer más cercanos a la gente común y corriente. Un intento de cercanía casi tan inútil como cuando Bella Hadid dijo que la pone emocional recordar que recién pudo tener su primer par de Louboutins al graduarse de la escuela.

Hace pocos días, tuvimos el Super Bowl de la moda, el Met Gala, este año con la temática “Karl Lagerfeld: A Line of Beauty”. Según la escritora Kristen Bateman, lo que esta Met Gala demostró es que el lujo silencioso es más un término de moda que otra cosa. La mayoría de las celebridades homenajearon al Karl de Chanel, con las perlas, las camelias, el tweed y el blanco y negro. Algunos lo hicieron de manera sobria, simple y elegante, como Margot Robbie. Pero la mayoría se fue por el maximalismo, lo camp, y por una abundancia ostentosa de perlas y joyería. Dua Lipa llevó un collar de diamantes de 100 quilates, y Kim Kardashian vistió un diseño de Schiaparelli hecho enteramente con perlas reales que implicó un trabajo de 1000 horas para los artistas. En una breve entrevista, Kim contó lo que creyó que era una anécdota super divertida: algunas de las perlas se le cayeron en el camino, y su hija North las recogió y guardó en su bolso. 

Al acercarse el final del evento, y mientras los periodistas esperaban que llegara Rihanna, se hizo viral un momento en el que una cucaracha corrió por la alfombra y se robó el protagonismo. La periodista Amy Odell en su newsletter Back Row reflexiona sobre este momento: “por supuesto, se hizo viral, proporcionando el necesario alivio cómico al capitalismo tardío y al culto a las celebridades que se exhibe en un evento en el que las perlas se tratan como lentejuelas y cuatro publicistas se materializan mágicamente alrededor de cada estrella para acomodar sus vestidos”.

El discurso de que la elegancia, la sobriedad y lo “chic” es en última instancia superior moral y estéticamente a la logomanía, la vulgaridad y el maximalismo no es sólo clasista sino que también se podría decir que es misógino. Lamentablemente, en nuestra sociedad mujeres como Paris Hilton fueron destrozadas por vestirse hiper femeninas, con faldas cortas, rosa y brillos, y seguir las últimas tendencias al pie de la letra. Es como si merecieran menos respeto que aquellas que se visten con “buen gusto”. Y francamente, estoy cansada. 

Como dice Ione Gamble en su podcast, el concepto de recession core es simplemente deprimente. Me cansa el snobismo de quienes creen tener la verdad suprema sobre qué es aceptable en el mundo de la moda y qué no lo es. La moda debería ser un juego de identidad, de fantasía y de expresión y elección personal. Conceptos como el lujo silencioso nos limitan y nos imponen prejuicios que no tenemos por qué tomar como propios. Más allá de lo que estas tendencias dictan, sí tenemos libertad de, si tenemos ganas, salir con la ropa más alocada que tengamos. No estamos obligados a vestirnos “con clase”. Como dijo una vez el director de cine de culto John Waters, “ten fe en tu propio mal gusto”.

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