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El término neofascismo se le otorga al sistemático avance de la ideología de extrema derecha en el mundo. Cada vez con más frecuencia, vemos cómo se hacen populares ataques a las minorías, represión a la causa feminista y un sinfín de discursos de odio que dividen y atemorizan a nuestra sociedad: “Si el horror ha sucedido, puede volver a suceder…”, decía Primo Levi, ¿pues es esto lo que está pasando?, ¿ha vuelto el horror?
Érase una vez un ascenso del fascismo en el mundo. Dictaduras, fuerzas militares acompañando codo a codo a los Gobiernos, tiranía, autoritarismo, extremo nacionalista, fuerte presencia de masculinidades, hostilidad, xenofobia, racismo.
Si bien el inicio de esta historia —que más bien parece una película de terror— corresponde al avance fascista del siglo XX, hoy nos vemos enfrentados a un nuevo panorama no muy lejano a estas características: el llamado avance neofascista.
Con ciertas características similares y otras distantes, lo cierto es que el neofascismo se ha posicionado fuertemente en la opinión pública y, lo preocupante, es que va representando a una bulliciosa y poderosa parte de nuestra sociedad.
El neofascismo no se bate de las Fuerzas armadas para gobernar ni tiene un proyecto “socialista”, tampoco se impone como dictaduras necesariamente, dice respetar la democracia y su principal carta es el liberalismo (económico, por supuesto), ya que el capital privado se apodera del rol del Estado en la mayoría de los casos. Sin mencionar el desprecio por la causa feminista y la diversidad sexogenérica, o la negación al cambio climático en favor del avance económico.
El progresismo, por su lado —fraccionado y sin un proyecto robusto que logre hacer frente al neofascismo—, ha tenido que enfrentar la actual indignidad en la vida cotidiana sin mucho éxito, perdiendo la capacidad de encantar al centro político y sectores populares; disipando la esperanza de los ideales sociales demócratas.
Particularmente en América Latina, hubo una sucesión de Gobiernos que parecían reivindicar el progresismo desde la segunda mitad de los noventa, sin embargo en el último tiempo han sido arrasados por la imposición del miedo, la desinformación y fake news y los discursos de odio que han permitido incluso llegar a gobernar (como en el caso de Brasil y Argentina, o la alta posibilidad de Kast de llegar a la presidencia en Chile en las elecciones de 2021).
Vemos con preocupación cómo van perdiéndose en el mundo, paulatinamente, derechos que ya pensábamos conquistados: igualdad de género, leyes de aborto, inclusión de las minorías sexogenéricas y migrantes, rechazo a criminales y violadores de Derechos humanos, entre varios más.
El neofascismo suele ir acompañado de una agenda ultraconservadora en lo social, lo que impacta negativamente en los derechos de las mujeres y de la diversidad sexogenéricas. Esta ideología tiende a promover un retorno a los «valores tradicionales», que con frecuencia significan la subordinación de las mujeres al modelo patriarcal y la represión de las identidades y orientaciones sexuales no hetero-cis normativas. Retroceso en derechos reproductivos (amenazas de Trump de derogar leyes de aborto, prohibición del aborto en Polonia y Hungría, desfinanciamiento de programas de educación sexual y limitar acceso a anticonceptivos); fomento de los roles de género tradicionales, promoviendo la idea de la mujer exclusivamente como madre y cuidadora (reforzando desigualdad de género, económica y laboral); ataques a los discursos feministas; normalización de la violencia de género (desestimar denuncias o justificar la violencia contra la mujer y comunidad LGBTIQ+); prohibición de la “propaganda” de diversidad sexual (Rusia); leyes anti comunidad trans (Estados Unidos y Hungría); campañas de odio contra la comunidad sexogenérica (Hungría); y discursos misóginos u homo-transfóbicos.
Tal parece que no hay una forma de frenar este avance. Lamentablemente somos testigos de cómo cada día aparecen en la prensa personajes que suben en las encuestas, quienes acuñan un profundo odio hacia las mujeres, minorías sexogenéricas y migrantes. Personajes que se baten de una libertad que de libre poco tiene.
Hay algo profundamente doloroso en ver el avance del neofascismo en el mundo. No es solo una cuestión de política o ideología; es el peso del miedo que regresa, el eco de antiguas heridas que nunca estuvieron del todo cerradas. Para las mujeres, para las personas LGBTIQ+, para los migrantes. Para quienes hemos luchado por existir con dignidad, es la sensación de que la historia se vuelca sobre sí misma, como una sombra que se alarga cuando creíamos haber visto la luz.
El peligro del neofascismo no es solo lo que prohíbe, sino lo que envenena. No se trata únicamente de leyes que revocan derechos, sino de discursos que convierten la libertad en una amenaza, que convierten a quienes aman en enemigos del “orden”, que reducen la identidad de una persona a un capricho que puede borrarse con un decreto. Es el regreso de un mundo donde ser mujer significa ser propiedad, donde ser “diferente” es motivo de castigo, donde el miedo se convierte en pan de cada día.
Duele, porque la lucha por la igualdad no ha sido fácil. Fueron demasiadas las voces acalladas, demasiados cuerpos golpeados, demasiadas vidas sacrificadas para que ahora, con la impunidad del odio institucionalizado, se intente borrar todo con la excusa de la “tradición” o la “moral”. No hay moral en negar a alguien el derecho a existir. No hay tradición lo suficientemente sagrada como para justificar el dolor de quienes solo queremos vivir sin miedo.
Parecía imposible, pero no. El horror ha vuelto. Pero el neofascismo olvida algo: la resistencia ha sobrevivido antes y sobrevivirá de nuevo. Porque la historia también ha demostrado que el amor, la solidaridad y la verdad no pueden extinguirse con odio ni con violencia. Mientras haya alguien que se niegue a callar, que elija el amor en vez del miedo, que vea al otro con empatía y no con odio, entonces el futuro seguirá siendo nuestro. Y no podrán arrebatárnoslo.