© 2025 Galio.cl – Terminos & Condiciones info@galio.cl
O se nos ha bajado el azúcar del underground, o quizás es que el underground ya no lo es tanto.
–
“Eres un vendido”. El epitafio, el exilio hacia las lejanas tierras sin retorno. La temida frasecita suena hoy más que nunca como trompetas del juicio final. Siendo realistas, la idea bíblica del Apocalipsis no se parece en nada a perder un par de partners comerciales o vender menos tickets. De hecho y por desgracia, casi siempre se parece a vender más.
En la industria musical cielo e infierno se entremezclan con frecuencia; se necesitan mutuamente. ¿Qué es mejor? ¿Mantener tu esencia e independencia intacta, o llenar estadios, generar un legado sostenido en el tiempo y construir algo memorable? ¿Quién quieres ser tú?
Las noticias que vinculan al fondo KKR con macrofestivales españoles son prueba viva de de esto que cuento, pero no pensemos que se trata de una situación aislada. Sería terriblemente ingenuo. Son tantos los de club de los vendidos, firmados en uno u otro modelo de contrato, que sería abrumador tener que llamarlos a todos así. La industria cultural es claramente una vendida. ¿Existe una alternativa a no serlo?
El mercado musical tiene mucha, mucha más oferta que demanda. “En un solo día de 2024 se publica más música de la que salió en todo el año natural de 1981”, escribía Will Page, ex- economista jefe de Spotify. Traduciendo a lógicas más mundanas: ya todo el mundo conoce a un primo con una mixtape grabada. Y los oyentes han aumentado en número, claro, pero los humanos seguimos teniendo solo dos oídos (y ni siquiera podemos usar cada uno para una melodía distinta).
El cóctel resultante es el siguiente: más artistas significan más oyentes diversificados, y en general, más clientes más diversificados. Todo es efímero y viral, un nuevo paradigma de consumo que se traduce en horas y horas diarias en Tik Tok. Las carreras rara vez duran: alcanzan puntos muy altos y rápidos de relevancia, y luego se borran, arrastradas por la velocidad del scroll. La dificultad real, el respeto, consiste en mantener esa velocidad de trote sin que la presión haga mella en el resultado de la propuesta.
A los 10 años me gustaba ir al kiosko los viernes y con el dinero que mi abuela me daba para chuches, me compraba revistas. Mi favorita era Cuore y sus famosos “args”, algo impensable a día de hoy. ¿Sabéis que es aún más impensable? Que costaba 1,70€. Cada fin de semana recibía mi dosis de cultura pop por menos de lo que cuesta un café en Madrid. Y todas las semanas saludaba a Rihanna, a Lindsay, a Jennifer y a Ke$ha.
Mi mente actual de periodista de 27 años piensa en dos cosas: la primera, en lo feo que está el body shaming; y la segunda, en el precio. Uneurosetenta, niña. Claro que las publicaciones estaban a reventar de anuncios, pero eso no impedía (o no tanto) la independencia mediática. “Podíamos vivir de hacer prensa, y vivíamos bien”, me contaba hace un año Dobleache, ex- director del Hip Hop Nation. ¿Cómo es posible que fuera más lucrativo escribir entonces sobre el mismo género que entonces era solo nicho, y ahora ocupa los principales puestos en charts?
Nunca es un factor único. Ser hater estaba más de moda, la cancelación no existía como tal y las molestias ante la opinión eran comprendidas como parte del paquete que pagabas por la fama. También así lo sentían las marcas. La prensa cultural contemporánea es mucho más respetuosa que entonces pero se autocensura de forma continua.
Pero, ¿a quién contribuye esa falta de transparencia? Aquí quiero llegar. Actualmente la prensa cultural, la industria cultural, ¿quién la sostiene? ¿Quién la paga? Entre los contribuyentes ya no se encuentran niñas en la decena de edad. Los mecenas son empresas multimillonarias, marcas, discográficas, plataformas, agencias, representantes… Hemos decidido llamarlo “branded content” porque “contenido que si no fuera cobrado no se publicaría” suena mucho peor. No es un fenómeno reciente, pero es importantísimo hablar de cuán indispensable se ha vuelto esa financiación externa.
Por mi parte, lo reconozco: no siempre he sido la más crítica. Algunos están celebrando esta frase como agua de mayo para tacharme de mala profesional; pero se trata de un gesto valiente y me permito la osadía de repetirlo: no siempre he sido la más crítica. Lo admito, elaborando alguna reseña he omitido nombrar canciones que no me parecían tan buenas, o he bañado en halagos algún proyecto que quizá mereciera un par de adjetivos menos. Llevo más de cinco años escribiendo, me preocupan muy poco los juicios ajenos.
A veces creo que lo hice por compañerismo, para no perjudicar al proyecto en común que con tanto esfuerzo levanté junto a mis colegas. Tampoco iba tan desencaminada, son varios los artistas o festivales que te hacen la cruz por una reseña (en algunos casos) hasta amable. No nombro ejemplos, alguno se os vendrá. Tampoco pensaba en hacer la pelota para conseguir el favor de nadie, más bien en obviar lo “menos bueno” bajo el divino dogma del solo hablo de lo que me gusta, y de lo que no me gusta no hablo. Desde ahí se podía ejercer con mucha tranquilidad. Hoy en día veo las cosas de otra forma, pero ha sido un proceso (uno que tiene mucho que ver con que mi alquiler y mi pan no dependen ya de la prensa).
Vuelvo al kiosko, ahora en 2025. La experiencia conseguida a través de este oficio me permite diferenciar a vista de halcón cuántas de esas portadas son branded, y os chivaré que son la mayoría. Tampoco os voy a contar que conozco todos los sectores como para opinar sobre la cover de National Geographic, pero algo sé.
Entonces sí, “somos unos vendidos”. Cada uno surfea la ola de la precariedad como puede. ¿Qué otras opciones quedaban? Tampoco ha sido del todo nuestra culpa: el auge de las redes sociales ha vuelto la opinión experta (y la no experta) mucho más accesible. Ese módico 1,70€ no es justificable de ninguna forma para las generaciones tempranas, y las más mayores han preferido hacerse los longuis.
Nada me haría más feliz que terminar este texto con una solución. Muchos lo han intentado, algunos con más o menos suerte, algunos con Patreon y otros con paywalls. Aún no conozco a ningún periodista musical que sea rico, ni a un solo. Exclamo al cielo mientras le pido, ¡al menos uno! Tan solo un periodista con tres propiedades, por favor. No quiero lanzar un mensaje de desesperanza, pero sí de realidad. Si alguien tiene alguna solución, que me la cuente. Si no la tiene, quizá es buena idea pararse a pensar un poco antes de opinar sobre la falta de ortografía del artículo ese. Claro que podríamos ser los mejores periodistas del mundo, pero tenemos que comer. Como decía Arquímedes, dame un sueldo de mileurista y cambiaré el mundo.