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‘Manda tu ubicación si vas a salir’, ‘pon cara de enojado cuando camines por calles oscuras’, ‘en ese motel no aceptan colas’, ‘revisa que el bar/disco/antro esté en una zona segura’. Esas son algunas de las advertencias que las personas LGBTQAI+ suelen recibir al momento de salir de sus hogares debido al peligro que significa vivir en la sociedad actual. Pero, ¿cómo se puede construir una ciudad más inclusiva y representativa para todos sus habitantes? Para los arquitectos Francisco Calbacho, Sebastián Marchant y Pablo Brandolini la respuesta puede estar en la mezcla entre arquitectura+travestismo+queer.
Francisco Calbacho (1991) nació en Concepción, Chile, y creció en un barrio suburbano de la región Metropolitana, lugar donde pasó días enteros dibujando las casas que lo rodeaban -inspiradas en el estilo inglés, mediterraneo, mexicano y alemán- y los vecinos que entraban y salían de ellas. “De chico veía las casas y, por tanto, la arquitectura como un medio que reflejaba las personalidades, como una herramienta para crear y desarrollar las identidades humanas”.
Esta idea haría que al crecer decidiera entrar a estudiar arquitectura. Sin embargo, al poco tiempo se daría cuenta que la disciplina se alejaba bastante de su fantasía. “Era una escuela muy modernista, la arquitectura más que creativa tenía que ser homogénea y minimalista. De hecho, mis primeros proyectos fueron un absoluto fracaso. Los profesores se escandalizaban con mis experimentaciones plásticas poco ortodoxas”. Esto llevaría al jóven a caer en una profunda crisis vocacional, donde incluso la idea de cómo se supone es un arquitecto lo haría dudar si realmente debía continuar. “Un arquitecto viste de negro o colores neutros, nada muy llamativo, sencillez absoluta, elegancia en la sobriedad. No ocupa joyas salvo una o dos y de buena calidad. Me sentía ajeno a esos códigos, sin ánimos de adherirme a ellos. Yo era mucho más histriónico. Estuve en crisis durante mucho tiempo… pero fue justamente en ese tiempo cuando encontré el travestismo o el travestismo me encontró a mi”.
Según la Real Academia Española (RAE), el ‘travestismo’ puede ser definido como la práctica cultural de usar prendas de vestir asociadas con el sexo opuesto, disfranzado con ello la verdadera apariencia a través de ropa u ornamentación.
La primera vez que Francisco se topó con el arte del travestismo fue una noche a los 13 años, cuando vio en televisión la película ‘Pink Flamingos’ (1972) de John Waters, estelarizada por una ‘Divine’ con peluca a medio cráneo y cejas en forma de cuernos. A los 17 vendría su segundo encuentro, con ‘La Loca del Frente’, protagonista de la novela ‘Tengo Miedo Torero’ (2001) del chileno Pedro Lemebel. “Me emocioné, lloré y empaticé tanto con el personaje que de alguna forma vi mis anhelos en los suyos. Marcó un punto de inflexión en mi reconocimiento como homosexual”. Un año más tarde, Francisco saldría del clóset con su familia, a lo que su madre reaccionaría diciendo que ya lo sospechaba, en especial porque cuando era pequeño Francisco pasaba horas usando ropa femenina junto a su abuela.
“El travestismo siempre estuvo en mi vida, pero no fue hasta que empecé a estudiar teoría queer y luego me empecé a juntar con varias tranasformistas under de Santiago que entendí la herramienta política que podía llegar a ser”. De este modo nacería ‘Guadalupe’, más conocida como ‘La Lupe’, personaje creado por Francisco que mezcla ‘su imaginación picante de niño maricón y la rebeldía rupturista de su adultez’. “Tiene el pelo negro azabache y los ojos delineados de un negro barato con pestañas plásticas ensuciadas con pegamento. Labios grandes y rojos y delineados para exagerar su volumen, además de brazos musculosos, manos grandes con uñas rojas, axilas peludas, y un par de tacones de la ropa usada dos tallas más pequeñas con un orificio en la punta para dejar salir los dedos aplastados”.
Es 2016 y Francisco, montado como Lupe, se encuentra carreteando junto a un grupo de amigos en Santiago de Chile. Uno de ellos, Julio, quien también es arquitecto, está hablando sobre un proyecto que se transforma, a través de su iluminación, en algo completamente distinto de noche. ‘Es como una arquitectura travesti’, dice. “Ese concepto hizo que el cruce entre mi arte y mi carrera tuviera sentido”, recuerda Calbacho. “En especial porque en ese momento yo hablaba a cada rato de que el travestismo que yo estaba haciendo era de cierta forma arquitectura. Porque debajo de esa peluca, detrás de esas pestañas, había un espacio que yo había creado y que necesitaba para existir”.
Ocho años más tarde, pero en Madrid, España, Francisco presentaría su tesis de Máster en Comunicación Arquitectónica titulada ‘Arquitectura Travesti’. “Lo que propongo es utilizar lo cosmético como medio para romper discursos de dominación dentro de la arquitectura. Es una posible herramienta para generar inclusión, donde el acto de travestir lo arquitectónico pueda generar lazos en un grupo de personas, en especial si se traviste con elementos identitarios de una comunidad que no ha sido considerada históricamente al momento de construir ciudades o edificaciones, ya sea por su identidad de género, por su origen social, su historia”.
Esta idea puede verse reflejada en el proyecto ‘Inmobiliaria Travesti’, que propone la
reutilización de edificios deteriorados de Santiago Centro que se caracterizan por sus
colores neutros y espacios reducidos. “La idea es recoger la ruina contemporánea y darle una nueva vida utilizando iconografía del universo del kitsch, cuestionando con ello no sólo los estándares del ‘buen gusto’ sino que también destacando cada edificio y comunidad que lo habita dentro del paisaje urbano”.
Otro caso, pero a menor escala, es ‘La Pilar’. Trabajo realizado por Franscisco junto a Juana (Giovanna Salinas) en 2021 en la Facultad de Arquitectura de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde travistió uno de los tantos pilares de madera del centro con telas brillantes, máscaras, pelucas, y otros materiales de su indumentaria travesti. Esto con el fin de resaltar y criticar la repetición de elementos (en este caso los pilares) que realiza normalmente la arquitectura moderna. “Si pensamos en lo homogéneo, en lo repetitivo, como la única forma correcta obviamente eso dice algo de cómo esperamos que sea la sociedad, cómo nos relacionamos con la diversidad. En la medida que se vaya generando una noción de respeto y tolerancia por la diversidad las personas van a comenzar a desear ciudades ricas en edificaciones y colores”.
Según Sebastián Marchant (Valdivia, 1990), autor del artículo ‘Vestir, revestir, travestir’
(2022) sobre Arquitectura Travesti, lo interesante de la propuesta es que no sólo remece la arquitectura estilísticamente sino que también la manera en que ésta se ha desarrollado hasta la fecha. “Es una crítica a la arquitectura moderna de principios del siglo XX, el cubo blanco, universalizante, que despoja a los espacios de su identidad local y de la posibilidad de mutar. Asimismo, pone en discusión el ‘buen gusto’ y el ‘mal gusto’, que son cuestiones que a veces se asumen o que se intenta enseñar”.
De acuerdo al sociólogo francés Pierre Bourdieu, en su libro ‘La distinction’ (1979), el buen o mal gusto no son rasgos con los que nacen los individuos sino que se tratan de cosas aprendidas de sus círculos más cercanos, como familias, escuelas, barrios. Siendo el gusto, de esta manera, una herramienta de diferenciación social, donde las clases dominantes (cuicos/pijos/chetos) tendrían siempre buen gusto, mientras que las clases subordinadas (el pueblo) mal gusto.
“La Arquitectura Travesti busca cuestionar lo que es de ‘mal gusto’, resaltando lo que es
realmente local o propio de una comunidad y no sólo lo aspiracional o el ‘buen gusto’ según unos pocos”, dice Calbacho. “La arquitectura chilena tiene mucho prestigio a nivel internacional por sus sistemas estructurales complejos antisísmicos con materiales como madera y hormigón, y su sofisticación en paisajes vírgenes. Pero esa misma arquitectura es perjudicial para el mismo país porque representan el ‘buen gusto’ de una sociedad muy elitista, que quiere una casa en medio de un paisaje verde vírgen pero que nunca permea al resto de la población, y si lo hace es generalmente de una forma paternalista, un proyecto de vivienda social que busca ser sobre todo fotogénico”.
Para el arquitecto Pablo Brandolini (Concordia, Argentina, 1994) la gran diferencia entre una arquitectura tradicional y una disidente como la travesti es la crítica social que establece tanto a la disciplina como a la sociedad. “Lo importante es que este tipo de propuestas conviertan a la arquitectura en algo accesible para sujetos que históricamente nunca han tenido acceso. Es importante también hacerse preguntas como: ¿quiénes son los construyen?, ¿hay maricas, travestis, no binarias, lesbianas, tortas, intersex, discas, etc., trabajando en la edificación?, ¿es un proceso que permite ver que habían usos en cierta parte de la ciudad a los cuales no se le estaba prestando atención?”.
Brandolini, quien realiza hace ya ocho años ‘Teorías Torcidas’, talleres en que se discuten las posibilidades de incorporar la teoría queer dentro de la arquitectura, toma como ejemplo de esta nueva forma de hacer arquitectura al colectivo ‘Arqueer’ de Bogotá, Colombia, quienes construyeron un banco y un techo en el Barrio Santa Fe para que los utilicen mujeres trans y travestis que ejercen el trabajo sexual en el lugar. “Uno pensaría que es sólo un banco y un techo, pero el hecho de que esté pensado desde las disidencias sexuales para la comunidad trans o travesti hace que tenga un significado completamente distinto. No sólo piensa en sus necesidades sino que también le da visibilidad a las comunidades que han sido invisibilizadas en el espacio público”. Según Sara Ahmed en su libro ‘Queer Phenomenology’ (2006), los espacios se tratan de lugares en los que se vive y que mutan dependiendo de la historia e identidad de las personas que transitan en ellos. No obstante, éstos también pueden normar el actuar de las personas, estableciendo qué acción o forma de vivir es la correcta o incorrecta, afectando así a aquellas comunidades que han sido olvidadas al momento de construir las ciudades.
“Yo tengo una amiga que es parte de una trieja [relación sentimental que involucra a tres personas] y que siempre tiene problemas con arrendar una habitación, ya que están pensadas para dos personas únicamente, ya sean heterosexuales u homosexuales”, explica Brandolini. “La arquitectura tiene el poder de normativizar ciertos aspectos de la vida, construyendo cómo nos movemos y actuamos. Lo queer dentro de la arquitectura busca volver accesible la disciplina a sujetos o prácticas para los que históricamente nunca ha sido accesible”.
Esto último, para Calbacho, es justamente el fin de propuestas como la Arquitectura
Travesti, que busca cambiar el foco segregador que ha tenido la arquitectura por el
desarrollo de proyectos que solucionen las verdaderas necesidades de comunidades
marginalizadas, como la LGBTQAI+. “No tiene que ver con ponerle una bandera del orgullo a un edificio y listo, sino que con elementos que realmente le sirvan a las personas de una comunidad. En el futuro espero que la Arquitectura Travesti logre impulsar una ciudad que represente visual y funcionalmente a la diversidad de sus habitantes”.