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Se nace o no se nace cool. Ese ha sido el veredicto de la moda por mucho tiempo, pero por varias razones no me siento cómoda con lo absoluto y definitivo que suena. ¿Qué nombres saltan cuando pensamos en alguien cool? Los primeros que se me vienen a la cabeza a mí son Chloë Sevigny y Zoë Kravitz. Coincidentemente, ambas tienen la diéresis en sus nombres: son tan cool que ya nacieron con nombres “distintos”.
Lo cool se supone es lo auténtico, lo genuino, lo diferente y original. Se cree que es una cualidad innata que trasciende las épocas, que a la vez depende y no depende de la ropa de quien la porta. Es una actitud, un rasgo de la personalidad. Es algo que naturalmente brota por los poros de algún Elegido. Esto significa que no se puede forzar. Y a la vez, muchos quieren ser cool, aunque se sienta inalcanzable. Bajo esta definición, es un concepto de exclusividad que en iguales partes inspira y margina a quien no “pertenece”.
Barbara Brownie escribió en un artículo para The Guardian lo siguiente: “La búsqueda de lo cool es uno de los motores de la cultura de la moda, pero no es cool estar a la moda. ¿Cómo diferenciar a los ‘consumidores de moda’ de los que son realmente cool?” Según mi punto de vista, esta pregunta es inútil por dos razones: no existe tal cosa como la “originalidad pura” en la moda, y si la hubiera, no tenemos por qué poner en una posición de inferioridad a los “consumidores de moda” como los llama ella.
Como veremos, es mejor no tomarse lo “cool” tan en serio, porque la contradicción que sostiene a este concepto nos genera inseguridades que son una pérdida de tiempo.
Volvamos a las raíces de este concepto. Unos de los primeros representantes de este selecto grupo eran los dandis, aunque en ese momento no se les adjudicara el término cool para describirlos. Charles Baudelaire fue el ícono dandi de su época (1821-1867). La historiadora de moda Valerie Steele lo describe como: “un personaje vestido de negro, artífice de sí mismo, elegante e inefablemente cool”. Jules Barbey d’Aurevilly, un escritor contemporáneo a Baudelaire, decía que el dandi usaba la ropa con un “aire de elegancia indiferente”.
En determinada época, los dandis utilizaban un vidrio afilado para desgarrar su ropa y hacerla trizas, operación que era difícil y tediosa. A su vez, Charles Cousin recordaba a Baudelaire así: “cada pliegue de su levita era objeto del más meticuloso estudio”. Esta contradicción entre la indiferencia y el esfuerzo está en el corazón del concepto de lo cool.
Frances Solá-Santiago, en su artículo titulado “Carrie Bradshaw es el prototipo de la It girl moderna”, explica lo siguiente: “Los conjuntos de Bradshaw no son precisamente atemporales o clásicos, pero es el tipo de estilo personal que trasciende el tiempo. Y eso es porque siempre ha estado a la vanguardia, creando conjuntos poco ortodoxos a través de un estilismo effortless que la hace parecer poco pulida y refinada al mismo tiempo. Mis conjuntos favoritos de Carrie Bradshaw siempre me hacen preguntarme por qué no se me había ocurrido antes, seguida de la sensación de que el conjunto sería fácil de combinar. Pero una vez que me encuentro en mi armario, me doy cuenta de que es mucho más complicado de lo que pensaba en un principio”.
Se podría comparar esto con el ballet: las bailarinas practican incansablemente por años y se destrozan los pies para que en el escenario parezca que les sale fácil. Sin embargo, cuando uno va al ballet, no se vuelve a su casa sintiéndose inseguro porque no le sale naturalmente la pirouette. Entonces, ¿por qué cuando vemos a alguien con un excelente estilo nos sentimos inseguros por no saber naturalmente vestirnos así?
Por supuesto, algunas personas tienen más facilidad para bailar o armar un conjunto. Pero como en el ballet, el estilo es un músculo: si no se entrena, no se mejora. Sincerarnos respecto al trabajo que conlleva nos va a ahorrar frustraciones y nos va a quitar un peso de encima.
¿Por qué Chloë Sevigny es tan cool? Porque sabe mucho sobre historia de la moda y se aventura con su vestimenta. Además de naturalmente tener un sentido desarrollado de la estética, ejercita el músculo. Y, si Sevigny es vanguardista con su ropa, es porque, de nuevo, sabe mucho sobre historia de la moda y la usa para su provecho. Es decir, no hay tal cosa como una persona cool 100% original. Siempre va a existir alguna referencia a algo pasado. Y eso no es algo necesariamente malo, más bien significa que existen infinitas fuentes de inspiración. Para mí, eso es una buena noticia.
Las “It Girls”
Alexa Chung, Edie Sedgwick, Bianca Jagger, Grace Jones, Agyness Deyn, Jane Birkin, Chloë Sevigny y Julia Fox. Éstas son algunas de las It Girls de este siglo y del pasado. Una It Girl es, básicamente, alguien indiscutiblemente cool. En los años veinte, la escritora Elinor Glyn popularizó el término cuando lo atribuyó a la estrella del cine mudo Clara Bow en la película It de 1927. Según Patrick Sproull: “desde entonces, la expresión se ha utilizado para mirar a las sucesivas décadas de la cultura y preguntarse: ¿Quién consideramos que marca el gusto en la sociedad? ¿Quién consideramos que lo tiene?”
Las It Girls no sólo son cool por tener un sentido propio del estilo, sino también por su estilo de vida. The Cut definió recientemente qué hace a una It Girl: “son principalmente jóvenes aunque no exclusivamente (…) pero tienen una energía juvenil. Tener trabajo no es un requisito. Es más ‘It’ tener dos trabajos o ninguno. Un poco de misterio es muy ‘It’, y si nadie sabe a qué te dedicas, mucho mejor”.
Sin embargo, en las últimas dos décadas el concepto de la It Girl cambió. Según la escritora Ione Gamble, las It Girls de antes eran el prototipo de chicas fiesteras a las que no les importaba nada. Edie Sedgwick se la pasaba en Studio 54 y era la musa de Andy Warhol. Kate Moss salía en los tabloides todo el tiempo por su polémica relación con Pete Doherty y su adicción a las drogas. Esta figura según Gamble ya no tiene tanta relevancia, porque hoy en día nuestra cultura prioriza el bienestar frente al hedonismo o el placer.
Y por supuesto, Internet y las redes sociales tuvieron mucho que ver con la transformación de la It Girl. Hace no tanto, la manera de convertirse en It Girl era captando la atención de un número cada vez mayor de fotógrafos de fiesta o de street style, y dejar que los blogs de moda hagan su trabajo. Con la aparición de Instagram, ya no se necesitaron más fotógrafos ni patrocinadores.
La gracia de la moda está en su artificialidad
Una vez leí un tuit que decía así: “tú no eres como las otras chicas’: mi amigo, yo soy la amalgama de cada chica que alguna vez pensé que era cool”. Este concepto me encanta porque nos da luz verde para admitir que hay personas que admiramos por su ropa y su actitud, y de las cuales nos inspiramos para construir nuestra propia identidad. Esta forma de pensar nos permite admitir sin vergüenza que la moda nos emociona, nos entusiasma, y que tenemos referentes a los que seguimos, aunque eso nos cueste nuestra “autenticidad” pensada como una originalidad absoluta.
Si buscamos la definición de “cool” en el diccionario en inglés, lo define como “ausencia de excitación o implicación emocional: desapego”, o “caracterizado por una constante calma desapasionada y autocontrol”. Prefiero pensar la autenticidad como lo contrario al desapego y la indiferencia: ser auténtico es reconocer que queremos que otros admiren nuestra ropa (especialmente si pensamos que esa persona es cool), que queremos copiar ese look de Pinterest que tanto nos gustó aunque sea básico, que nos probamos 10 conjuntos antes de dar con el que se ve mejor. Conectar con otros desde ese lugar de sinceridad es, para mí, mucho más genuino y entretenido que desde una postura de exclusividad y de pertenencia.
Como explica Valerie Steele, “vivimos en culturas socialmente construidas, y es precisamente la artificialidad y la falta de propósito lo que confiere valor a la moda como vehículo estético para la fantasía”. En otras palabras, la gracia de la moda es que es esencialmente inútil, y por lo tanto es un excelente medio para crear nuestra identidad a nuestra pinta.
No se nace sabiendo vestir cool porque se trata simplemente de otra construcción social. Lo cool es además subjetivo, porque cambia según las épocas y según las personas. Y está bien que sea así. Me gusta pensar lo cool como un vehículo que sirve para inspirarme en el mundo que me rodea. Como buena adolescente de los 2010s, mi máximo ícono de lo cool es Alexa Chung. Y cada vez que veo un nuevo look de ella que me gusta, me lo guardo para tener de referencia. Pero también tengo otras referencias de las cuales me inspiro, como Julia Roberts o Drew Barrymore en los 90s, Vivienne Westwood, Jeanne Damas, Zoë Kravitz, el grunge y muchas más.
No nos obsesionemos con la “autenticidad” entendida como originalidad pura porque no tiene sentido. Sí, la moda se trata de la novedad, pero no vivimos en un vacío y estamos inevitablemente condicionados. Tratemos de quitar la mirada ajena del centro. Obsesionémonos mejor con nuestras propias fantasías, con nuestras aspiraciones, con lo que consideramos bello, interesante, y estético. Bajemos lo “cool” de su pedestal, porque lo “cool” es lo que nosotros queremos que sea.