«Permitir que mi identidad de género cambie, que mi nombre cambie, que mi sexo registral cambie, es permitir que exista un vínculo entre un sistema social y yo. En una sociedad que no ha tenido muchas puertas abiertas para las personas trans, convengamos, donde estas pequeñas banderas de lucha nos dan cierta existencia en el sistema con el cual debemos convivir.»
Me tendí una trampa yo misma. Cuando me invitaron a colaborar de nuevo con Galio, propuse hacer un artículo sobre películas y series de temática trans, una nota sobre contingencia, incluso una entrevista. Pero antes de mandar las propuestas, una idea se me cruzó fugazmente, y así como si nada, la sumé a las otras. Por supuesto, quedó esa. Y por supuesto, era la que más miedo me daba. Decía: “escribir cómo he seguido el proceso después de la nota que escribí ‘Habitando una existencia fluida’, donde hablaba de mi despertar a la identidad de género”.
Tanto susto le tuve, que pedí una prórroga para escribir este artículo. Lo escribí muchas veces antes de, realmente, sentarme a escribirlo. Implicó tener que releer mi anterior publicación, y trasladarme a un momento –a principios del 2019—donde la vida de todes era muy diferente a lo que es hoy. A un momento de concientización de quién era; porque poner en palabras que mi género orbitaba entre lo femenino y lo masculino me hizo comprender mucho de mí. Fue un ejercicio extraño porque, hasta que no estaba puesto en palabras, no había tenido muchas oportunidades de ponerlo en común. Fue un momento de exposición de algo que habitaba en mi cabeza, y que el compartirlo removió cosas en mi interior, pero también en mi exterior porque empecé a vincularme socialmente de otra manera. A presentarme diferente, de esa forma más fluida que descubrí, en parte, gracias a redactar ese artículo. Y fue un momento muy lindo, porque hasta que publiqué esas palabras sentía cierta represión de expresar mi feminidad con soltura y sin miedo. Y no solo desde lo visual –si me ponía más o menos maquillaje, o una falda o un pantalón—, sino desde lo discursivo. Empecé a ser importante en mi propia existencia, a entender más el espacio del tránsito que estaba empezando a emprender. Empecé a mostrarme.
Pero digo que me atrapé yo misma al volver a querer estampar en palabras el momento que estoy viviendo ahora, porque mucho de lo que declaraba en esa nota, con tanta franqueza y algo de ingenuidad, hoy ha cambiado. Y sentir el paso del tiempo, a veces, puede ser doloroso y particularmente en este caso me sentí una traidora.
La fluidez me llevó a derribar mis propios límites y la convivencia entre lo masculino y lo femenino empezó a tensionarse en mi vida. Cada vez más, lo masculino se transformaba en una amenaza para mi existencia. Lo que alguna vez fue un complemento, empezó a sentirse aterrador, y fue como dejé de comprenderme casi por completo como un hombre. Traidora.
Antes, pensaba que el nombre y el sexo registral –pilares de la Ley de identidad de género tan criticada por mí—no eran elementos que yo tuviera que tomar para reafirmar quién soy. Hoy, estoy buscando un nombre que se acomode más a ese quién soyy cuestionándome cómo me vinculo con un nuevo nombre a mis casi 30 años. Traidora.
Ese era el concepto que aparecía cada vez que estas inquietudes afloraban: la traición. Pero en realidad, todas las cosas que me hicieron sentir una traidora, son las que más me movilizan hoy. Son las que me han sostenido de los dolores, los miedos, los cambios. De la vida misma.
Mi autopercepción femenina ha crecido tanto que me ha hecho reaccionar con más tolerancia, emocionarme con mayor facilidad, percibir con mayor intuición. Ha sido entrar en equilibrio con emociones que crecí reprimiendo, porque vivieron criticándome o haciéndome sentir inferior. Expresarme ha sido la nueva ley.
Entrar en mi cuerpo, en una nueva forma de vincularme con él, de tratarlo, de mirarlo, de entenderlo. Eso ha sido absolutamente expansivo y revolucionario, porque me di cuenta que en toda la vida no me permití pensar en cómo habitaba este cuerpo y, que si bien es una carcasa y es aquello que nos contiene y sostiene; es una experiencia muy gratificante poder conectarse realmente con él. De vivirlo y sentirlo. He llegado a otro equilibrio al poder balancear mi existencia inmaterial con mi existencia corporal; a sentir mi olor, comprender mis dimensiones, sentir mi piel. Y cómo esos y otros elementos cambian constante y rápidamente.
Permitir que mi identidad de género cambie, que mi nombre cambie, que mi sexo registral cambie, es permitir que exista un vínculo entre un sistema social y yo. En una sociedad que no ha tenido muchas puertas abiertas para las personas trans, convengamos, donde estas pequeñas banderas de lucha nos dan cierta existencia en el sistema con el cual debemos convivir.
No quiero renunciar a la posibilidad de ser una persona no binaria y, bajo ninguna circunstancia, estoy soltando esa identidad. Es algo que llevo en el corazón. Pero he comprendido que ese tránsito, para mí, ha significado encontrar otros caminos y demostrarme que las cosas son menos permanentes de lo que solemos pensar.
Necesitaba sacarme la etiqueta del dolor y ponerme la etiqueta que tengo ahora: la de expansión y descubrimiento. Quizás lo que se espera para terminar este párrafo es que “actualice” mi actual definición: ¿Soy ahora una mujer?, ¿o ser una persona transgénero es donde mejor quepo?, ¿puedo ser una mujer trans y, al mismo tiempo, una persona no binaria? Creo que todas las respuestas son sí, pero me importan menos esas preguntas hoy. Quiero más bien preguntarme cómo manejo mis cambios emocionales, cómo entiendo este cuerpo, cómo me vinculo con el resto de las personas que convivo. Cómo soy quien soy hoy.
Cuando pensé el título del otro artículo, creo que llegué exactamente a la idea que había en mi cabeza sobre la sensación de existencia que estaba empezando a tener en ese momento: “Habitando una existencia fluida”. Eso era justamente lo que estaba pasando; estaba naciendo a la posibilidad de existir en esa fluidez del género.
Hoy, más bien, siento que estoy habitando un cuerpo fluido. No es siempre como lo imagino, lidio con más disforia, me molestan algunas cosas. Pero cambia y eso me gusta. Pero no quise ponerle ese nombre a esta publicación: “Habitando un cuerpo fluido”, lo encuentro un poco chulo. Creo que le queda mejor “Traidora”. Aunque espero no serlo conmigo misma, y si alguna vez me traicioné, me quiero perdonar por eso.