LA HISTORIA DE LA FIESTA EN CHILE: CÓMO EVOLUCIONÓ EL CARRETE - Galio
Reportaje
23/05/2024

LA HISTORIA DE LA FIESTA EN CHILE: CÓMO EVOLUCIONÓ EL CARRETE

Chile es gris, Chile es aburrido, Chile no tiene buenas fiestas… toda esa weá es mentira, y es que la vida nocturna del país se ha convertido en pocos años en una de las más intensas y diversas, en especial gracias a las fiestas itinerantes que se tomaron la escena.

Conoce a algunas de las personas que están detrás de la producción de las fiestas itinerantes que están marcando una diferencia en la noche chilena: LIZZ (Chismoteka), Camilo Barnier (Fiesta Dame y Cachorros), Maga (Martirio), Nico Castro (Aeróbica y Paraíso), Catarsis (Anexo y Bastarda), Pepo Fernández (Aeróbica y Paraíso) y Felipe Sepulveda (Fiesta Dame y Cachorros).

Hace solo unas semanas El País publicó un artículo titulado “La noche de Santiago no despierta”, el cual declaraba a la vida nocturna de la capital de Chile como muerta. Una conclusión interesante que -con todo el respeto que merece tanto el medio como la autora- podría ser resultado de una metodología investigativa poco extrapolable o, dicho en palabras más simples, no representa la realidad ya que sólo entrevista a los que parecieran ser oficinistas en sus cuarentas que buscan un bar piola para hablar de sus primeros divorcios.

Y sí, no se puede negar que los/las/les chilenos no carretean [salen de fiesta] como antes, debido a las razones que el artículo destaca como:

  1. Las protestas del estallido social que se desplegaron en 2019 [que técnicamente duraron dos meses pero se les suele hacer ver como si hubiera sido una década].
  2. Las diversas cuarentenas en las que entró la población por el COVID-19.
  3. La alza de crímenes [que es falsa según las estadísticas puesto que los delitos pasaron de 1.455.535 en 2019 a 1.473.500 en 2023] (Fernandez, 2024).

Pero bastaba solo con que el enfoque del reportaje hubiese sido un poquito más amplio, es decir, que saliera del antiguo barrio cool (ya pasó chiques, déjenlo ir) y entrevistara a gente que realmente carretea, para que llegara a una conclusión completamente distinta: la fiesta en Chile no está muerta sino que mutó, ahora los carretes que valen la pena son todos itinerantes, no tienen un lugar, ni un horario fijo.

“Aquí tienes que usar redes sociales, seguir a la gente que sale a carretear, si eres turista ocasional te va a costar llegar a los espacios, pero si logras navegar las dificultades Chile es un lugar muy bacán”, dice Nico Castro, periodista, Dj y productor de fiestas.

“Uno empieza a reconocer la escena cuando toma la real decisión de salir a webiar en la noche”, explica Catarsis, performer y productora. “Antes el carrete era en lugares físicos súper reconocibles, ahora las fiestas son más itinerantes, la gente ya no se casa con un espacio, quiere estar moviéndose. Si vas a un lugar y te aburres no vas a esperar a que mejore, te vas a ir a buscar otro. Mucha gente mayor dice que la noche en Santiago está muerta, pero eso es porque no logran ver realmente lo que está pasando”.

Pero, ¿cómo evolucionó el carrete a esto? Aquí va un poco de la historia del club en Chile:

Para empezar hay que tener claro que el ser humano siempre ha carreteado, de hecho, la primera fiesta de la que se tiene registro es de 12.000 años atrás, en una cueva funeraria al norte del territorio ocupado de Palestina (PNAS, 2010).

En el caso de Chile, aún cuando no existen antecedentes exactos, se estima que lo más parecido a una discoteca fueron los salones de baile de los siglos XIX y XX. En esos años existía una gran disputa entre la clase alta y los sectores más populares debido a los espacios de diversión, ya que las chinganas o tabernas populares de las clase trabajadora eran consideradas como un ‘malentretenimiento colectivo’ por la elite, la cual prefería reunirse en los salones de té y cafeterías del centro de Santiago (Goicovic, 2005).

Una lucha de clases que ya para los años cuarenta provocaría que los cuicos abandonaran el casco histórico de la capital para irse al sector oriente, específicamente a las comunas Ñuñoa, Providencia y Las Condes. Esto haría que, entre los 50s y 60s, la clase media ocupara el centro, surgiendo así los primeros clubes nocturnos en la zona, que intentaban imitar la estética de los centros de evento hollywoodense y el cabaret Moulin Rouge de París (Ramos, 2012).

Durante los años 60s los lugares de entretenimiento más populares en Santiago eran el ‘Club de la Unión’, ‘La Piojera’, ‘Chancho con Chaleco’ o directamente fuentes de soda como el ‘Bar Nacional’ y ‘El Rápido’. En 1957 aparecería el club de té ‘Las Brujas’, que luego se transformó en uno de los lugares predilectos de la juventud para bailar (Casa Museo Eduardo Frei Montalva, 2019).

Sin embargo, gran parte de los centros nocturnos, tendría que cerrar (o funcionar clandestinamente) producto de la dictadura cívico-militar (1973-1990), que vino acompañada no solo de un estado de sitio sino que también de un toque de queda, el cual iba de la medianoche hasta las seis de la mañana.

Durante la década de los 70s y 80s, tanto en Chile como en el mundo surgieron los primeros ejemplos de discotecas modernas, y la cultura con la que se vincula hasta el día de hoy. En el caso nacional, se trataría de lugres semi-escondidos o contraculturales como peñas, sedes vecinales, el ‘Garage’ de Matucana, el ‘Trolley’ (Santis, 2009), así como también más comerciales o públicos como la ‘Topsy’ en Reñaca Bajo (que contaba con dos toboganes y una rueda gigante que trasladaba a los asistentes a los diferentes pisos del local), ‘La Playa’ en Valparaíso, el ‘Piano Bar’ de Concepción, entre otros. A esto se sumarán las primeras discothèques gay, como el ‘Burbujas’ (1976), el ‘Fausto’ (1979), el club ‘Galao’ o ‘Divine’ en Valparaíso, etc. (Contardo, 2011).

Según el Museum Of Youth Culture, diferentes ciudades en diferentes momentos han sido fundamentales para la cultura del club actual. Chicago y Detroit fueron pioneras en los 80s en el House y el Techno. Sonidos que luego llegaron a Europa y se tomarían la capital alemana a través del club ‘Tresor’ (1991), consolidándose con el ya nada secreto ‘Berghain’ (2004). Una influencia intercontinental que también se vería reflejada por el club ‘Haçienda’ (1982-1997) de Manchester, Inglaterra, que fue co-financiado por la banda New Order, y que cambiaría la escena rave de Gran Bretaña gracias a su estética y sonido calcado al de los clubes de Nueva York, en especial el ‘Danceteria’ (1979-1986).

Dentro de la escena chilena, uno de los eventos que más marcaría la cultura del club fue ‘Spandex’, fiestas que se llevaron a cabo en 1991, ya sin toque de queda. Creadas por Daniel Palma, estos carretes itinerantes destacaron por su propuesta alternativa, donde personas de todo tipo se reunía para disfrutar de música house, Deee-Lite, C+C Music Factory y punk setentero, junto a show de gogos y transformistas (Opazo, 2017). Según cuenta Jordi Castell, gogó de las fiestas, “Todo el mundo que iba a Spandex sabía que podía encontrarse con un punk o el hijo de algún embajador bailando, había mucha diversidad de personas, edades, roles y modas” (Ramírez, 2021).

Un fenómeno que para muchos daría paso a una suerte de movida madrileña a la chilena, pero que no prosperó. Los culpables: tanto el gobierno de transición Demócrata Cristiano de Patricio Alwyin, que poco a poco comenzó a quitar apoyo a las fiestas luego de que salió electo (Ramírez, 2015), y la crisis del VIH/sida, que mató a toda una generación de personas, incluyendo a muchos asistentes de las Spandex.

A pesar de ello, este tipo de fiestas sí logró generar una pequeña movida independiente en Chile. Un ejemplo sería la apertura de la ya mítica discoteca ‘Blondie’ en 1993 que, según el DJ Arturo Fuenzalida, logró mezclar a la gente ‘alternativa’ del barrio alto con ‘el perraje’ en pleno centro de Santiago, algo muy parecido a las Spandex (Fluxá, 2022). La fiesta electronica del eclipse de Arica (1994) sería otro ejemplo de esta influencia, la cual contó con la participación de varios DJs internacionales como Jonh Aquaviva, Ritchie Hawtin, Ricardo Villalobos, Derrick May, Pascal, Siddhartha, Adrián, entre otros, posicionando al país como un lugar importante dentro del circuito (Vial, 2019). Este hito haría efecto bola de nieve con la producción de diferentes raves callejeras, desde 1995, organizadas por el ‘Colectivo Euphoria’, como lo fueron ‘La Perrera’ y la primera Open Rave de Santiago en el Parque Forestal de Santiago, con 300 asistentes (Molina, 2018).

El hype de las fiestas y de la electrónica de esta época puede verse reflejado en diferentes instancias, como lo sería la apertura de discos, charlas y espacios en la televisión, como el personaje de Dj Katia en la telenovela La Fiera (TVN, 1999) o el concurso de ‘Chica y Chico Techno’ del programa juvenil de Chilevisión, ‘Extra Jóvenes’, donde se haría conocida la figura de Ana María ‘Zapallito Italiano’ Muñoz (1999).

Esto último, sumado al fenómeno del programa de televisión ‘Mekano’, considerado el gestor principal del boom del Axé (y con ello las coreografías dentro del carrete chileno), además del importador del reggaetón al país (Sandoval, 2013), daría como resultado lo que cualquiera reconoce hoy en día como club en Chile: una pista de baile central, con música pop o reggaetón y un bar donde te baldean las tripas con copetes mal hechos.

Un tipo de carrete que, según LIZZ, comenzaría a notar su desgaste luego de una década, con la vuelta de las fiestas itinerantes. “La gente empezó diciendo ‘no nos gustan las fiestas’, ‘no nos gustan las cosas que hay actualmente’, ‘nosotros mismos vamos a hacer una fiesta’. […] Antes la gente iba al club pero con el tiempo empezaron a nacer nuevas tendencias, nuevas modas, nueva música, underground, popular, y siento que los locales empezaron a quedarse pegados en el pasado, y la gente empezó a ir a carretes organizados por DJs o por gente que entendían sus culturas o nichos, y lo hacían en casonas o en after, naciendo este concepto de fiestas itinerantes, que son fiestas organizadas por un grupo de personas, un colectivo o una productora, que se va moviendo de local en local”.

LIZZ es DJ, modelo y productora de La Chismoteka’, fiesta itinerante que se caracteriza por mezclar música urbana y neoperreo, género del cual es co-creadora. “[Quería que fuera] como un museo de la música urbana, del reggaetón, de lo alternativo, del Latin Club, del reggaetón deconstruido. […] El carrete antes era solo carrete, ir a hacerse pico, ir a tomar, en cambio ahora las fiestas buscan ser un aporte a lo que es el mundo artístico, no solamente ser unos palos con un techo y una barra para que todos se curen”.

Según Catarsis, quien es productora de la fiesta itinerante Anexo’ y el after Bastarda’ -caracterizadas por un ambiente dark con música House, EDM, Techno e Industrial- este surgimiento de lo itinerante no se limitó a las fiestas de música urbana, sino que repercutió en toda la industria. “En el momento en que empecé a trabajar de noche me di cuenta que muchos colegas ya estaban haciendo lo mismo pero con distintas estéticas y conceptos, como las ‘Recreo’. Hay algunas fiestas que son más disidentes que otras, hay algunas que tienen un concepto más underground y otras más comerciales”.

Un fenómeno itinerante que extrañamente tendría su mayor impulso gracias al COVID-19 y la prohibición de salir de fiesta (al menos legalmente). Ya que, luego de que bajara la pandemia, los productores no hallaron nada mejor que aumentar los precios de las fiestas -con el fin de salvar sus negocios y recuperar la plata perdida-, pero sin mejorar sus  propuestas. Una weá que terminó cansando a sus clientes, quienes decidieron crear sus propias fiestas independientes.

“La pandemia hizo que cierta parte de la escena se lanzara a la piscina para hacer cosas súper ambiciosas, con opciones de todos los tamaños y accesos. Ha habido una diferenciación en tipo de eventos, de espacio, tamaños y propuestas de producción”, dice  Nico Castro, co-productor de ‘Aeróbica y ‘Paraíso’, fiestas itinerantes que nacieron, en 2019 y 2021 respectivamente, en el ahora cerrado club Noa Noa, y que destacan por una estética ochentera y música bailable con samples del disco, house y hits propios de un gimnasio sudoroso.

“Santiago se divide en capas”, explica Castro, “La primera capa, que es la legal y turística, te va a mostrar que si quieres ir a un restaurante el viernes a las doce de la noche no vas a tener dónde. Esto se debe a que después de la pandemia la gente decidió que no quería trabajar hasta tan tarde. Ahí es cuando entran las producciones independientes e itinerantes, que son las que mantienen a Santiago en ebullición artística. Estas son las capas que vienen más abajo, y basta con que te intereses un poquito para llegar a los lugares que permiten que Santiago sea la capital que debe ser”.

Para su socio, el DJ, fotógrafo y co-productor de Aeróbica y Paraíso Pepo Fernández, la gran diferencia entre estas producciones y las anteriores es el hincapié que les dan a las fiestas. “Paramos de ver a la gente como un bien de consumo, de pensar en que tenemos que atraer a la gente para que pague su entrada y compre en el bar, y pusimos el foco en la experiencia. Con eso cambias toda la lógica de la fiesta, desde las instrucciones que le das al personal, la oferta de barra, la curatoría de artistas que vas a tener, etc. […] En el caso de nuestras propuestas, intentamos alejarnos del techno, que es el género que prima en casi todos los países, como una contrapropuesta un poco más amigable y diversa en sonido. Queremos mostrarle a la gente que hay mucha más música que la se escucha normalmente en Chile”.

Siendo Chile el país con más acceso a internet de toda Latinoamérica (Nameda, 2021), pero con índices de consumo cultural cada vez más desiguales (Peters, 2023), gran parte de la música que escucha la población es a través de plataformas como Spotify y Youtube. Algo que no sería problemático si no fuera porque estas últimas funcionan con algoritmos que no recomiendan canciones similares a las búsquedas manuales de cada usuario, sino que lo que el mercado quiere que escuchen. Provocando con ello que todas las personas terminen oyendo algo similar. Maga, DJ y co-productor de la fiesta ‘Martirio’, piensa que uno de los factores más importantes que diferencia a las fiestas itinerantes es su curatoría sonora. “Pasa mucho que uno absorbe harto desde afuera, la cultura del club tiene mucha influencia de Europa, y eso sigue pesando. Nos pasaba muchas veces que al participar de fiestas poníamos algo que se salía un poco de la onda del lugar y la producción nos iba a retar”.

La fiesta itinerante Martirio, nacida en 2019 y co-producida por Maga, serialdj y CVA, se caracteriza por dejar que sus DJs puedan tocar diferentes géneros musicales, siempre con una disposición a la experimentación y a sentir el momento. “Tenemos la libertad de poner lo que queramos, y esa postura se comunica a les asistentes de la fiesta. […] Últimamente nos gusta indagar en Soundcloud [que no comparte el mismo algoritmo de otras plataformas de música], poner artistas nuevos, pedirles mixtapes para que así se den a conocer, llevar gente nueva a las fiestas para que no se repitan tanto. Nos gusta hacerlo porque sentimos que necesitamos un espacio de diversificación para enriquecer el ambiente”.

“La gente se queda con lo que le muestra la publicidad de YouTube, con lo que está en los carteles, pero hay más”, dice LIZZ. “En el caso de la Chismoteka un DJ nuevo está invitado, alguien que acaba de empezar a cantar también, porque si nosotros no damos ese espacio nadie lo va a hacer. Yo misma me preocupo de que la gente escuche, incluso he gritado por micrófono que aplaudan, que aún cuando pueden no conocer al artista le den una oportunidad. Arte hay de sobra, lo que falta son lugares para mostrarlo. Me gustaría que la gente volviera a ser curiosa con la música, como en los 2000s, cuando bajábamos música de Myspace, Ares, que vuelvan a ser melómanos”.

Esta nostalgia por los primeros accesos a internet se vincula con una teoría de Maga, quien cree que la identidad actual del carrete chileno tiene más que ver con lo global que con tradiciones antiquísimas o la música ‘oficial’ (como la cueca). “Para nosotres siempre ha sido muy importante lo territorial, reconocernos de aquí, Chile, Santiago, etc., y luego de preguntarnos qué trae ser de aquí, qué nos marca auditivamente, qué nos hace sentido, fue súper importante entender el rol del internet para los chilenos, entender que lo que somos actualmente es una mezcla de muchas cosas, esa es nuestra identidad. […] El carrete chileno es muy sandunguero, que es justamente lo que intentan replicar en Europa ahora, una fiesta con un pasito marcado, no tan pegado, ni calculado”.

“Chile es una esponja de lo que está sucediendo afuera, en especial desde que llegó el internet en masa por el 2005”, explica Catarsis. “Muchos artistas actuales tienen mucha influencia de lo descubrieron en esa época, cuando eran adolescentes y estaba de moda el britpop, pop, new wave, gótico. Eso es lo que ahora ofrecen a la noche. Lo alternativo predomina mucho en Chile y la melomanía hace que la propuesta musical sea muy variada”.

Para LIZZ estas influencias han llevado al carrete chileno a no solo ser bueno, sino que el mejor del mundo. “Yo que he tocado en todas partes te puedo decir que no hay lugar en donde haya mejor carrete que en Chile. La gente de Chile es muy desinhibida, aprecia mucho la música latina y le da mucho orgullo que se ponga reggaetón chileno. Aunque muchos no lo crean el que nosotros bailemos música hecha por gente de nuestro país produce un sentimiento distinto, hay como un goce personal. Es algo único que está pasando actualmente, y que probablemente no había pasado en Chile desde los 90s con Los Prisioneros, donde la gente se sentía identificada y coreaba las canciones. Una fiesta en Chile es como ir a un partido de fútbol, la gente se vuelve loca y se ponen la camiseta por la música. Un factor clave es que la gente en Chile está con mucho estrés y siente que el salir de fiesta es la única salida que existe para evadir la realidad, vivir una mejor vida, aunque sea solo por una noche. En otros lugares como Estados Unidos, o Europa, la gente va a carretear pensando que al siguiente día va a ir a trabajar y que tampoco está tan mal, pero el chileno carretea como si no hubiera mañana, como si al siguiente día se fuera a morir. Chile tiene un alma suicida que sale a relucir en las fiestas, y no es solo una persona que siente eso sino que cientos, lo cual hace que cada carrete en Chile sea inolvidable e irrepetible”.

Según Camilo Barnier a.k.a NSPERGER, DJ y co-productor de la ‘Fiesta Dame’ y ‘Cachorros’, esta energía por carretear del chileno tendría un origen ciertamente histórico y político. “La dictadura desarticuló todo lo que era el arte en Chile, y posdictadura hubo esta respuesta de las fiestas Spandex pero se perdió porque no habían soportes. […] A pesar de que los chilenos nos sentimos algo anexos a lo latino, la gente se nota que es latinoamericana. Los DJs que vienen no pueden creer lo prendido que es el público, que se tiren agua, que se saquen la ropa y se vuelvan locos. Esa energía no la ves en otros territorios. En Chile, por ejemplo, está muy arraigado el punk, desde los 90s. Aquí la gente no tiene plata para ir a comprarse Balenciaga pero de alguna u otra manera se las ingenia para lograr un look, una estética, y eso es súper identitario. Los chilenos tratan a las fiestas como una gala, como un rito muy especial”.

Y es que aún cuando sus productores no saben bien cómo pasó, tanto la Dame como Cachorros se han convertido en referentes en la escena local actual, gracias a su propuesta que mezcla techno, gogós, cuarto oscuro (*emoji de diablito*) y la regla de no fotos. Características que según Felipe Sepúlveda, quien es arquitecto y co-productor de Dame y Cachorros, son propias de las fiestas de la comunidad gay y que poco a poco el público masivo ha ido apreciando como parte de una nueva experiencia. “Personalmente siempre tuve la idea de generar algo para mi comunidad, donde lo podría pasar bien. […] Por muchos años la comunidad LGBTQAI+ era considerada el patio trasero, pero ahora estamos delante de todos”.

Sin embargo, esta masividad de las fiestas itinerantes, según los productores de Aeróbica y Paraíso, trae consigo una nueva responsabilidad de educar al público que asiste. “Gracias a lo que ha crecido nuestro proyecto, más gente ha comenzado a ir a nuestras fiestas. En ellas rápidamente entienden que deben comportarse respecto a nuestras normas. Saben que no puedes tener esa actitud de zorronear porque están en minoría. Eso refleja el esfuerzo que hemos hecho por años para refinar la propuesta a nivel del comportamiento y creación de espacios seguros. A muchas fiestas les gusta hablar de estos ‘espacios seguros’ como forma de marketing, pero al final eso no se genera solo con intenciones o de forma instantánea, es cómo tú reaccionas cuando el espacio se siente amenazado, y que va más allá de pedirle a la persona afectada que se acerque a personal barra. En nuestro caso trabajamos con ‘Con Sentimiento’, que es una agrupación que se preocupa de apoyar a este tipo de espacios a enfrentar la violencia de género, discriminación y promover la reducción de daños en el uso de sustancias”, explica Nico Castro.

Camilo y Felipe también han incorporado en sus fiestas a organizaciones (JEVIH y Fundación Reduciendo Daño) que buscan concientizar a las personas sobre la disminución de peligros -más que prohibir- al momento de carretear. “Debemos educar a las personas para que puedan disfrutar con seguridad. Nos ha pasado que la misma gente con la que trabajamos no entendían, por ejemplo, por qué en el baño de mujeres entraban hombres. Las tías del aseo se ponían a rezar, porque no tenían educación. Ahí hay una conversación porque aún cuando los carretes digan que son un espacio seguro es súper difícil llevarlo a cabo”, explica Camilo.

“A pesar de que muchos festivales grandes hablan de la libertad y la igualdad eso no es tan así, porque en sus lineup no suelen tener mujeres, ni visibilidad trans”, dice Felipe. “Nosotros somos duros con eso, a eso apuntamos. Para nosotros este tipo de fiestas son oportunidades para abrir cupos laborales reales para nuestra comunidad, y que de verdad la gente se entere de que hay artistas colas, trans y no binaries”.

Esta veta social de las fiestas itinerantes ha llevado a LIZZ a parar carretes por casos de acoso y discriminación. “La Chismoteka me ha llevado a muchas peleas en donde he tenido que enseñarle a gente hetero a compartir con gente no hetero. Cuántas veces he tenido que agarrar el micrófono y decirle al público que si estamos todos ahí es para pasarla bien, pero para eso tenemos que respetarnos los unos a los otros, que qué importa quién está al lado, su orientación sexual, su identidad, su procedencia, su etnia, debemos aprender a convivir. Si no podemos respetarnos en una fiesta cómo lo vamos a hacer en el planeta. Hoy en día estoy muy orgullosa de decir que muchos artistas urbanos aprendieron a convivir con gente LGBT gracias a mis carretes, al igual que mucha gente de las disidencias aprendieron a romper sus estigmas con gente flaite. En la Chismoteka las drags empezaron a compartir con los Shishigang, ese es el fenómeno que yo busco, formar a una nueva generación que sea más libre, sin tabúes”.

Sobre el futuro del carrete en Chile, les productores concuerdan en que esperan un mayor reconocimiento hacia este tipo de industria, pero no solo por parte de las personas, sino que también del Estado. “En Chile no existe una cultura de carrete, y el Estado no tiene integrado que la celebración es parte de la vida. La diversión en Chile se criminaliza, todo lo que significa una crítica a lo establecido se criminaliza”, dice Catarsis.

Esto es corroborado por Nico Castro, quien ve cierto peligro en que no existan políticas estatales (no solo gubernamentales) para integrar al carrete dentro de las necesidades básicas de la población. “Nuestro país siempre ha sido gris y es uno de los pocos que suprimió el carnaval dentro de Latinoamérica. La gente quedó muy cansada con este doble combo que fue el estallido y la pandemia, y siento que esa energía de salir a la calle no se diluyó sino que mutó. Siento que el latigazos post esperanzas de cambio vino más facista que nunca, incluso de gente de la vereda progresista que mira muy en menos a la idea del ocio, donde todo debería quedarse en la academia. Esa es una desconexión con la gente normal. Todos estos espacios que logran descomprimir sentimientos son súper importantes y me da mucha rabia que haya gente que los minimice”.

Según Maga, para que el Estado comience a reconocer a la industria es necesario que también más productores y artistas de fiestas itinerantes profesionalicen sus propuestas. “Es difícil plantear una suerte de estatización del carrete en Chile, pero sí podemos poner bases de funcionamiento y así no pisarnos la cola, que es algo que planteó el IME [Asociación Gremial Industria Musical Electrónica Independiente de Chile]. Si vas a invitar a un DJ de afuera y pones a otro headliner nacional, pagale a ambos igual de bien, que suena muy básico pero no pasa. Muchas veces en esta industria solo se piensa en qué va a generar más plata pero no en la cultura y termina cayendo en la misma cosa que criticabas. Por otra parte, creo que a pesar de que las fiestas itinerantes tengan este auge actual, siempre va a haber gente que no participe de esto, que prefiere ir a una disco y escuchar música de radio. A veces solo quieres escuchar y bailar cosas que ya conoces, y eso está bien, somos industrias que pueden coexistir. Sueño con clubes que estén establecidos pero que tengan una pista para poner música nueva, donde los DJs puedan explorar”.

Por su parte, Camilo piensa que los chilenos ya no sienten al carrete solo como un lugar para bailar, sino que esperan que las producciones respondan también a ciertos fenómenos sociales y políticos. “Lo que más nos interesa es que la política se vea reflejada en los carretes, que la gente debata, que si nos van a decir que no piensan igual está súper bien igual, porque significa que hay un interés. Qué pasa con el trabajo, qué pasa con el Uber que te tira un comentario homofóbico o machista cuando te vay al carrete, cómo podemos articular eso frente a políticas que prefieren cerrar lugares, que los locales se silencien”.

“Tenemos ejemplos de otros países”, explica Felipe. “Por ejemplo en Alemania, donde las fiestas son parte de sus políticas, se les pagó un bono a los artistas en pandemia ya que no podían ejercer su trabajo. Esas son cosas que podemos tomar como idea para cambiar las políticas de la región. De eso se trata la fiesta, de visibilizar cosas, de visibilizar políticas”.

Finalmente, LIZZ espera que en los próximos años el carrete refleje y sea parte de un cambio social mayor. “Yo aspiro a un futuro en la igualdad pero con base en la libertad, que cada persona tenga libertad sexual, laboral, de género, económica, de identidad y etnia. Yo aspiro a un futuro de personas, sin clasificaciones, un futuro de seres bailando. Las fiestas itinerantes estamos intentando hacerle ver a la gente de que puede existir un nuevo Chile, uno mejor”.

Referencias

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Editado el 28/05/2024

 

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