Columna
26/07/2021
26/07/2021

Para las disidencias en pueblos

Cuesta apreciar el silencio. Donde la nada se anuncia totalitaria y la identidad cercenada se enuncia tímida, siempre hay un destello que lo rompe todo en un grito. Y después de nuevo el silencio. Voces, amores y verdades calladas. De eso se trata este escrito. De todo lo que se entierra bajo la tierra fértil de un pueblo al sur de Chile, pero no germina. De las personas disidentes que conocí ahí, que despedí y de las que como yo, pudieron salir a buscar su camino lejos del odio.

 

Dime, ¿cuándo fue que te diste cuenta de tu diferencia? Realmente no creo sentirme diferente, siempre he sido así. Mi primer recuerdo de saber que un chico me gustaba se remonta a los cinco años. En esos primeros pasos de vida, también ya supe que debía enterrarlo donde nadie pudiera encontrarlo. Un secreto que defender a muerte. ¿Cómo supe que esconderlo era lo mejor? Probablemente porque choqué de frente contra la palabra “maricón”. La misma que surge como disparo cada vez que alguien planea la peor forma de insultarnos. La misma que le dijeron a Samuel en España hace algunos días y a tantas otras personas antes de asesinarlas.

 

Cuesta refugiarse en el silencio. Crecí en Los Muermos, un pueblo pequeño perdido entre los valles boscosos de un región accidentada por enormes lagos. Destacar no era difícil entre mis ocho mil vecinos y vecinas, donde la necesidad y abandono estatal estaban igual de presentes que la lluvia creadora de un paisaje de ensueño. Todo el mundo quiere ir a vivir al sur, el problema es que mientras algunos crean odas a su belleza, otres solo versan desde el dolor. 

 

Le decían Gato por sus ojos. Siempre lo ví en el bus que me llevaba a la granja donde crecí. Un adolescente delgado, pálido y metalero. Un estilo que le refugiaba para poder pintarse las uñas y decorar su rostro. Nos acompañamos durante años solo en ese trayecto. Pocas veces hablé con él, y de lo mucho que no le dije, fue que sin entender le admiraba desde mi infancia temerosa por no ser ese hombre de campo. Por su delicadeza rebelde, faro de luz para imaginar un futuro.

 

Salió del liceo y entró al servicio militar. Para “ser más hombre” según me enteré después, cuando la noticia del intento de suicidio corrió como todas las otras novedades por ese lugar. Él llevaba un diario, refugio de su verdad donde plasmó el acoso que otros hombres queriendo ser más hombres le provocaron. Por maricón. No fueron ellos directamente sino él. No dejo de pensar que detrás de su propia mano, también estaban las de todo el pueblo.

 

 

 

El odio es contagioso

 

Cuesta vivir el silencio, porque por más que no te insulten, las miradas y actitudes te recuerdan la diferencia que en ti otres marcan. Porque por más que sientas resguardo en un armario, siempre está el peligro de que algo te pueda delatar. Tu voz, en tu cabeza y corazón, hace eco de otras voces llenas de odio y crea escenarios posibles que no pueden ser negados: romper el silencio con tu verdad puede traer múltiples consecuencias hechas carne en otras personas de la comunidad.

 

Como Gato he conocido a más personas en ese pueblo que han querido vivir el silencio perpetuo. ¿Cuántas personas no hubiesen dado ese paso al suicidio si puedieran vivir libre de discriminación? 

 

Cuesta respetar el silencio. Es usual que en los espacios de memoria se guarde un minuto por todas las personas que ya no están. Pero el silencio es lo que más nos daña. En la primera encuesta sobre discriminación a la comunidad LGBTAQ+ hecha por el gobierno de Chile y el Movilh, se recoge que casi el 90% de las personas disidentes han sido discriminadas, pero que solo el 4,3% denunció. 

 

Recién en 2012 tuvimos una ley antidiscriminación nacida del dolor que nos abofeteó en la cara por el asesinato a Daniel Zamudio, pero que es muy dificil de aplicar por la obligación a las victimas de demostrar la agresión ocurrida. Apenas en 2019 hubo una ley de identidad de género, que reconozca los derechos de las personas trans a ser quienes son. Y este año se anunció el proyecto de matrimonio igualitario donde ni siquiera los derechos filiativos están asegurados.

 

¿Qué representa esto para una cola de pueblo y las otras disidencias? Realmente solo lo mínimo, porque casado o no, seguirás siendo el maricón para las personas que desde la religión y la crianza machista te ven como un enfermo o pervertido. Seguirás siendo un blanco para la violencia directa e indirecta de la indiferencia.

 

La violencia es causada por otres, pero puede venir de nuestro propio ser. El mismo estudio señala que el 70% de las personas declara haber tenido problemas psicológicos a raíz de su orientación sexual o de género. Y tristemente, que más del 30% ha intentado suicidarse. Por eso, de qué sirve casarse si en Los Muermos o en cualquier otro pueblo nos siguen matando o empujando a hacerlo nosotres mismes. A odiarnos o a vivir una vida con un secreto enraízado hasta que explota.

 

El amor se puede contagiar

 

Escribo esto desde el dolor naciente de otro junio conmemorativo para las disidencias. Soy periodista y me apasiona contar historias, pero esta vez quise escribir de las que nunca se contarán. En mi pueblo, como en tantos otros, las infancias buscan referentes. El mío fue Gato y entender que mi historia puede terminar en tragedia. Ese fue el futuro que ahí pude vislumbrar. 

 

No quiero más silencio. Apenas pude escapé de ahí, con el recuerdo de aquellas personas disidentes que se quedaron en ese frío sur y que hoy vuelco en estas palabras. No solo necesitamos leyes que nos aseguren lo que siempre nos debió haber correspondido, necesitamos un cambio cultural y de corazones. Porque el silencio pesa para denunciar. Porque no todes se quieren casar. Porque incluso no todes encuentran a quien amar, cuando no se sabe quién eres al vivir una mentira desde tus primeros años, cuando no te sabes amar ni tu misme por todo lo que tuviste que soportar.

 

A no guardar silencio. Volví a ver Gato unos años después. Ahí estaba, en el consultorio de la comuna, cuando giré en una esquina cerrada y lo vi de golpe en una silla de ruedas, balbuceando. Su intento de suicidió no lo mató biológicamente hablando, sino que le dejó un daño cerebral invalidante. Si su espíritu golpeado seguía ahí vivo, no lo sé. 

 

Hay que gritar todos los nombres. Porque nuestros derechos básicos no están asegurados. Porque cualquier día puedo ser yo o tú. Porque el silencio ya se llevó tantas historias que de amor supieron poco. Porque la violencia no se detiene con leyes y castigo. 

 

Educación, empatía, amor, memoria y resistencia. Hay que abandonar el silencio y llenar todo de ruido. Nuestra existencia es hermosa e importante, y es necesario gritarlo hasta el último pueblo de Chile y el mundo. Para que se sepa que existimos. Para que se sepa que más allá del silencio, otro futuro es posible. 

 

Si nos odian sin razón, podemos amarnos sin razón.

 

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