Columna
07/03/2024

“Cuando grande quiero ser como tú”

Todas la vimos: se presentó en Viña como baterista de una de las bandas chilenas más relevantes de nuestra historia, y se robó miradas y comentarios. Al terminar el show, le muestran la foto de una chiquita con baquetas y una pequeña batería mirándola, imitándola, impresionada a más no poder con lo que veía en la tele. Ella comenta que le recuerda a cuando ella era niña y veía a Juanita Parra tocando batería. Nos enternece y emociona, pero no nos sorprende. Como mujeres, signo de exclusión, signo de excepciones, pero no la regla, toda la vida hemos necesitado una referente para poder soñarnos en esos espacios. Juanita Parra lo fue para Cancamusa y ahora Cancamusa lo es para esa niña (y tantas más). Me atrevería a decir que hasta lo es para quienes ya tenemos decidido qué somos, quiénes somos: poder soñarnos a través de otras que también soñaron estar ahí.

Nunca pensé que sería escritora. Incluso cuando ya había publicado varios libros, me costaba pensar en mí misma como una, me daba un poco de pudor nombrarme con esa palabra tan grande y tan importante: escritora. Tal vez en mi mente aún estaba esa imagen que tuve de niña de lo que era una escritora: una mujer mayor, de pelo corto, que vivía del éxito internacional de sus libros dedicada totalmente a la literatura, parecida a Gabriela Mistral, pero nunca parecida a mí cuando empecé a publicar. De chica eran escasas y poco diversas las referencias que tenía de lo que era ser una autora, por lo que nunca me pude imaginar como una.

Sí pensé que sería doctora. Estuve segurísima de ello por muchos años, incluso después de que una profesora aplastara esos sueños, convirtiendo ese momento en mi ingreso consciente a la discriminación, en la primera vez que supe que había cosas que yo no podía hacer por ser niña. Iba en kínder y al show de fin de año llegué disfrazada de doctora, con una bata tiernísima que tenía bordado: “Dra. García” y un estetoscopio de juguete. Estábamos en el ensayo general cuando se acercó una de mis profesoras y me agarró preocupada: “June, te equivocaste de disfraz, tenías que venir de enfermera, las niñitas no pueden ser doctoras, solo enfermeras”. Miré a mi alrededor y me sentí fuera de lugar, todas las niñas eran enfermeras y todos los niños eran doctores.

De niña quise ser cocinera y monja porque estaba obsesionada con la Hermana Bernarda. Me llevaron a conocerla de sorpresa en una firma de libros y esas recetas dedicadas son de mis mayores tesoros. También quise ser cantante como Shakira y Julieta Venegas. Soñaba con ser gitana, circense, comerciante árabe o cualquier otro papel que tuviera Claudia di Girolamo en las teleseries de principios de los 2000. Por lo mismo, pensé también en ser actriz. Supe que podía ser presidenta cuando Michelle Bachelet salió electa por primera vez. Quise ser profesora de literatura cuando tuve clases con la Magda en la media. Intenté ser abogada con la ilusión a cuestas de Elle Woods, Alicia Florrick y Miranda Hobbes. No pensé en ser periodista hasta que leí a Leila Guerriero y a Gabriela Wiener.

La lucha por la representación debe ser una de las más instaladas y conocidas del feminismo, pero también de las más atacadas y cuestionadas. Vemos constantemente gráficas de mujeres en la ciencia, documentales de mujeres poetas, libros que dan a conocer a destacadas mujeres en diversas áreas del conocimiento. Pero seguimos discutiendo extensamente sobre las cuotas de género y los cupos especiales para el ingreso a carreras altamente masculinizadas, porque pareciera que con los avances que hemos conquistado, estas medidas estarían un poco de más. Y ojalá realmente fuera así, porque para el feminismo las cuotas de género no son un fin, son un medio, uno que todavía se requiere, uno que tenemos que defender porque sirve, porque es necesario, porque también tenemos derecho a soñar.  

Por eso también fuimos a ver Barbie como un hito colectivo, a pesar de las muchas críticas que le podamos tener a la muñeca, durante mucho tiempo Barbie jugó ese rol. Nos dijo: “sé lo que quieras ser” como nadie nos lo decía, y apareció en todas las profesiones posibles, diversificó sus colores de piel, sus tipos de cuerpos, de ojos, de pelo. De a poco, más niñas han podido empezar a jugar con barbies que se parecen a ellas, que son tan lindas como ellas; y puede parecer algo pequeño y banal, pero es de lo más significativo.

Hoy accedemos más fácilmente a conocer historias de jóvenes que entrenan para ser astronautas o deportistas olímpicas, de mujeres que dedican su vida al cuidado de animales, a la restauración del patrimonio, a buscar curas de enfermedades, a inventar los pasteles más extraordinarios, gracias al internet y las redes sociales. Podemos ver la cotidianidad de esas mujeres que se desempeñan en tantísimas áreas y nos enteramos de las diversas dificultades a las que se enfrentan justamente por ser mujeres y querer estar ahí, porque saben que tienen el derecho a estarlo.

Este 8M deseo que todas las niñas, sueñen lo que sueñen, tengan a una mujer a quien decirle: “cuando grande quiero ser como tú”. Que no haya duda en su voz al responder. Que estemos llenas, llenísimas de referencias, y dejemos de pelear por el derecho a tenerlas.

También sueño con dignidad, equidad, derechos. Pero sé que con eso soñamos hace tanto, que seguimos aquí, sin que nadie nos tenga que decir qué tenemos que exigir, cómo, dónde.

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