Columna
13/06/2023
Texto: Gea Wolf Sandoval Maquillaje y pelo: Iván Barría Fotografía: Andy González Vestuario: Jotha Jerez Agradecimientos: Jennifer Torres Ríos
Texto: Gea Wolf Sandoval Maquillaje y pelo: Iván Barría Fotografía: Andy González Vestuario: Jotha Jerez Agradecimientos: Jennifer Torres Ríos
13/06/2023

Los sueños se vuelven pesadillas

Era una noche de fiesta. Un lugar donde usualmente me siento segura: siempre he pensado que la fiesta es un espacio de libertad para protegernos entre personas queer y disidentes. Pero esa noche, en medio de personas desconocidas ardiendo por gritar, perrear y tomar, con la música rebotando fuerte y un frenesí de estímulos entre serpentinas, fuego y colores vibrantes; mis piernas empezaron a temblar y, de a poco, empezaron a sentirse separadas del resto de mi cuerpo. Los latidos del corazón, a más BPMs que la música, se empezaron a sentir en la garganta. Una sensación que se iría transformando cada vez más en un nudo, denso y atrapante. Las manos sudando, la vista borrosa. El pánico y la angustia atravesando, lentamente, cada célula de mi cuerpo.

Hoy cumplo dos años desde que comencé mi tratamiento de reemplazo hormonal, y la conciencia que he adquirido en este período es inigualable a cualquier otra experiencia en mi vida. Con sus luces y sombras.

Lo que describí al partir, fue una crisis de pánico. Lo entendí como tal después de vivirla, pero no habría comprendido qué era si no fuera por la capacidad que he adquirido de despertar a mí misma, a propósito de los rezagos que ha dejado la transición de género en mi vida.

Primera etapa: dos de Espironolactona (bloqueador de testosterona, hormona masculina) y un Estradiol (hormona femenina). Luego: seis de los bloqueadores y dos hormonas. Más tarde ocho y tres. La testosterona aún alta. Pasamos a bloqueador en inyección trimestral y exámenes de chequeo semestral, terapia, tratamientos estéticos. La testosterona al fin controlada, pero luego los estrógenos bajos. Aborigen: vamos a cuatro pastillas de hormonas ahora. Psicóloga, psiquiatra uno, dos y tres, nutricionista, neuróloga, endocrinóloga. Más remedios. Medir el cuerpo, pesarme, exámenes, chequeos. Al principio, bajar cinco kilos, la piel más suave, los rasgos del rostro se armonizaron. El ánimo cíclico; avanzando desde empoderamiento y confianza, hasta atravesar inseguridad, irritabilidad y disociación. Después subir más kilos de los que perdí, re entender un cuerpo que pasó de parecerse al de una adolescente, al de una mujer de treinta años. Trámite de cambio de nombre, nuevo carnet. Otra vez todo cambia.

Esto lo leí en más de un blog antes de comenzar este proceso y son, en parte, los efectos esperables de una transición, que he podido realizar desde lo que reconozco como un privilegio. Sin embargo, poco pensé sobre el efecto emocional y la forma en que transitaría mi mente; porque la cabeza es un mundo interminable de posibilidades. Transitar, fuera del romance y el heroísmo que sin duda tiene, ha sido un lugar tenebroso. Ha sido una experiencia maravillosa pero enormemente dolorosa. La mente va más lento que el cuerpo, y muchas veces esos dos universos no se acompañan y se desencuentran.

Son cambios muy rápidos para la mente humana. No alcanzan a procesarse. No terminé de acostumbrarme a una forma de mi cuerpo y ya cambió, a terminar un ciclo y ya entro en otro, o de acomodarme a una dosis de remedios y ya viene otra.

Esa noche, mientras intentaba bailar con el entusiasmo insoportable de aquella fiesta donde tuve mi primer ataque de pánico, mi cuerpo y mi mente estuvieron claramente distantes y se han quedado así por un rato. De a poco he ido volviendo, especialmente mientras escribo estas palabras, gracias a la medicina y a quienes han estado presentes en este proceso desde sus afecto, su contención y sus ilimitadas capacidades de amor. Gracias. 

Por qué estoy haciendo esto, es la pregunta que invade constantemente ese laberinto dentro de mí. Porque hay veces, no las menos, en que he sentido que no alcanzo “la feminidad” -concepto antes efímero para mí-, generando una obsesión por mi imagen que se siente desatada a ratos. Pero esa insuficiencia de sentirme mujer, esa comparación con otras mujeres (sobretodo trans), también lo provoca el resto al usar mal mis pronombres o llamarme por mi antiguo nombre. Son astillas de una herida que no tengo claro del todo si está sanada. Duele creer que ser mujer es solamente una experiencia física, porque no: No lo es.

Yo habito mi cuerpo y no él a mí.  Ese ha tenido que ser el aprendizaje más importante, del que todavía me queda mucho por delante. Es tremendamente complejo sentir que el cuerpo es quien se apodera de mí y de mi identidad, y cómo es necesario entender la experiencia trans fuera de lo meramente corporal. He tenido que ir integrando que el cuerpo es una carcasa limitada, que el tiempo seguirá pasando por este, pero en la medida que más lo maltrato, más me costará reconciliar mi relación con él. Hoy elijo quererlo un poco más, aunque sea difícil. Apreciar su forma andrógina, su naturalidad y sentir el adolescente que pasó por ahí y no borrar lo imposible. Entender, finalmente, cómo ha habitado lo femenino en mi historia: cómo habitó a ese niño que violentaban en el colegio por ser femenino, cómo habitó al adolescente asustado, cómo habitó al joven confundido y cómo habita a esta adulta más dolida pero resistente, tremendamente abierta a sanar.

Hay cierta sinceridad en ser trans que me encantaba al principio de toda mi transición que he ido olvidando y quiero re encontrar. Es como una cicatriz, ¿por qué querría borrarla?

Después de esa fiesta, todo se re configuró en mi vida. Mi cabeza estalló con toda esta información nueva; con los cambios en mi cuerpo, en mis emociones y mi forma de habitar esta nueva existencia y el lugar que ocupo como mujer trans. Es muy fuerte sentir el acoso, por ejemplo: el deseo masculino, posesivo, intimidante y avasallador que desde miradas, gritos de deseo o irrupciones en mi espacio me refriegan con violencia cómo soy percibida y me transforman en un objeto de deseo. Son sensaciones horribles, porque aunque haya un reconocimiento de mi identidad, me hiere que sea desde un espacio tan doloroso.

Y nada de esto significa que no quiera transicionar, o quizás sí, pero es lo que justamente no quiero hablar para que mi experiencia no se vea patológica, para que no se sobre preocupen por mí o no me prohiban hacer lo que estoy haciendo. Es muy victimizante sentirse en observación a propósito del sueño que te hace feliz. Sin embargo, todos los sueños se vuelven pesadillas.

Aún así, he decidido hacer visible mi camino: La visibilidad da la posibilidad de certeza de las cosas. No admite dudas y da evidencia. Es un sentido que nos da confianza, nos estremece y fascina, por eso cuando está oscuro muchas veces nos da miedo o necesitamos ayuda. Es la energía de la atención. Hacerme visible desde mi identidad trans es fundamental para salir de esos espacios oscuros en los que hemos estado por tanto tiempo como comunidad, en la historia (contemporánea), en la sociedad y en nuestras propias vidas.

Le debo a este proceso una conciencia nueva, varias lágrimas, sentir la belleza del dolor y frustraciones varias. Le debo la vida misma, y dentro de toda esta pesadilla perdura el sueño, paradójicamente. Si bien actualmente vivo un duelo, de dejar ir varias expectativas, también vivo la oportunidad de encontrar toda la feminidad en mi historia. Hay más sensibilidad, menos aprensión, muchas más dudas. Solo espero que la reconciliación con quien se refleja a través de los espejos llegue, y poder estar en paz con esta obsesión que ha aparecido con el exterior que estuve negando por tanto tiempo. Y también quien habita este cuerpo se reconcilie consigo misma, que es tanto más importante a veces.

Es difícil entender que el cuerpo y tu identidad se transporten a una esfera política y discursiva, sobretodo cuando nuestras vivencias como comunidad son tan diversas y complejas. Dentro de cada vida trans hay historias que nos separan y sin embargo pasa que cuando nos encontramos, es como si ya nos conociéramos.

Acá puedo hablar por mí, pero abrazo con el alma a cada una de todas, todes y todos mis hermanxs trans resistentes, luchadorxs, fuertes y bien mariconxs. La disidencia no es solo parte de una letra de la diversidad sexual y de género, es un sentir político tremendamente tormentoso pero que nos fortalece como seres humanos, nos hace únicxs y profundamente hermoses.

Finalmente, ¿qué no está en transición? La sangre corre por nuestras venas, la Tierra gira, la naturaleza está constantemente cambiando. Hay día y noche, amor y desamor, vida y muerte. Todo está moviéndose, todo transita. Quedarse con una idea fija y hegemónica de cómo debe ser mi cuerpo, de cómo debe ser mi transición, es una idea rígida y profundamente dolorosa. Prefiero ver cómo mi energía se vuelve más receptiva, cómo logro emocionarme con mayor facilidad, cómo integro la delicadeza en mis sentimientos y crece la empatía; eso es lo femenino en mi vida hoy.

Era una noche de fiesta. Un lugar donde usualmente me siento segura. La vista se nubla, la música empieza a vibrar por cada parte de mi cuerpo, la piel erizada. Se sentía el fervor, las ganas de bailar, el amor. No sé si fue un sueño o una pesadilla.

Otros Relacionados